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Xabier Pikaza - Diccionario de la Biblia

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Xabier Pikaza Diccionario de la Biblia
  • Libro:
    Diccionario de la Biblia
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    Verbo Divino
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    2015
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Diccionario de la Biblia: resumen, descripción y anotación

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El Diccionario de la Biblia recoge las aportaciones principales de la exégesis y teología bíblicas, y lo hace en torno a dos ejes. El primero es la historia narrada por la Biblia, que constituye un momento importante del despliegue de la humanidad, al menos desde la perspectiva de Occidente. El segundo es la palabra proclamada por la Biblia, fuente de inspiración estética, moral y religiosa de una parte significativa de la humanidad.Xabier Pikaza introduce a sus lectores en el extenso mundo de la Biblia de un modo culturalmente rico, respetando las tradiciones de las diversas iglesias, pero desde la perspectiva de una modernidad en la que deben dialogar y dialogan diversas formas de entender y proyectar la vida humana.El Diccionario de la Biblia de Xabier Pikaza es una obra accesible, que puede servir de ayuda a las personas que se acerquen al estudio de la Biblia, pero también es una obra seria y rigurosa, que, a través de su sistema de remisiones y de sus ricas referencias bibliográficas, facilitará a las personas iniciadas en el estudio de los textos sagrados e incluso a los estudiosos profundizar en su acercamiento a la Palabra de Dios.

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DICCIONARIO DE LA BIBLIA

XABIER PIKAZA N NACIMIENTO 1 Nacido de María Virgen El credo de la Iglesia - photo 1

XABIER PIKAZA
N

NACIMIENTO (1) Nacido de María Virgen. El credo de la Iglesia afirma que Jesús nació de (anunciación, concepción por el
Espíritu, María, madre de Jesús
). La Bi
blia sabe que el hombre tiene un ca
rácter natal y mortal: es ser que nace y
muere, y ambos momentos definen su
existencia. La teología cristiana ha
puesto más de relieve el carácter mor
tal, centrándose en la confesión de la
muerte* de Jesús y en su resurrec
ción*. Pero la Biblia ha destacado tam
bién el carácter salvador del nacimien
to y lo ha hecho, de un modo especial,
en los evangelios de la infancia (Mt 1-2
y Lc 1-2), abriendo así un camino pa
ra la experiencia cristiana posterior de
la Navidad. Según eso, el cristianismo
es experiencia natal y pascual: nacer
desde Dios, morir en manos de Dios.
De manera paradójica, una de las per
sonas que mejor han captado el carác
ter natal de la vida ha sido la antropó
loga judía H. Arendt, cuando dice que
las dos aportaciones fundamentales
del cristianismo a la cultura humana
han sido el descubrimiento del valor
infinito de cada nacimiento y la capa
cidad del perdón. Ahora insistimos en
el primer rasgo, poniendo de relieve el
carácter salvador del nacimiento de Je
sús, que ha de aplicarse a todo naci
miento humano.
la virgen María (cf. Lc 1,26-38 y Mt 1,18-25). Esta afirmación, que algunos han interpretado como puro mito de evasión, constituye uno de los signos privilegiados de la irrupción salvadora de Dios en la historia. Algunos teólogos muy reconocidos (como W. Pannenberg) han pensado que el tema del nacimiento virginal de Jesús (que sería de origen pagano) se encuentra, por su contenido, en una contradicción insoluble con la fe en la encarnación del Hijo (que sería de origen cristiano), de manera que los relatos de Jn 1,1-8 (encarnación) y los de Mt 1 y Lc 1 (nacimiento virginal) no podrían compaginarse. En contra de eso, hay que afirmar que preexistencia y concepción por el Espíritu son símbolos (¡no conceptos!) complementarios, que sirven para destacar el único misterio de la presencia de Dios desde perspectivas distintas: la preexistencia acentúa el hecho de que Cristo brota de la eternidad de Dios, naciendo en el tiempo; la concepción y nacimiento virginal muestran que el Cristo nace de la historia (de María), proviniendo del misterio generador del Espíritu divino. Ambos símbolos se implican y completan: precisamente porque nace sobre el mundo siendo preexistente, el Hijo de Dios rompe, desborda, el plano puramente cósmico del nacimiento; como representante y principio de la humanidad reconciliada, Jesús nace desde Dios, por el Espíritu Santo.

(2) Jesús, humanidad de Dios. Todo nacimiento es un signo de perdón, es decir, un nuevo comienzo desde Dios, que ofrece a los hombres la oportunidad de comenzar su existencia, no desde el pecado y la violencia que parecen dominar toda la tierra, sino desde el mismo despliegue de la Vida de Dios. Así lo ha querido destacar el evangelio de Juan, lo mismo que los grandes himnos y testimonios de la teología paulina (cf. Flp 2,6-11; 1 Cor 15,42-43; Rom 5,12-21). Sobre esa base, partiendo de los textos del nacimiento evangélico (¡del nacimiento como evangelio*!), la Iglesia ha visto a María, grávida de Dios, como signo de maternidad virginal, presencia del poder de Dios que engendra y suscita la Vida en Amor, venciendo al Dragón o serpiente venenosa de la muerte. Ésta es una forma simbólica de expresar una experiencia que está en el fondo de los textos israelitas del Emmanuel (¡una doncella concebirá!: Is 7,14) y de los grandes símbolos de la mujer* del Apocalipsis (Ap 12,1-4). En ese sentido, el nacimiento virginal (¡es decir, no manchado!) de Jesús expresa la fuerza creadora de la Vida de Dios que se introduce en la misma vida humana. Jesús cumple así lo que parecía imposible: nace como hombre, en plena y total humanidad, dentro de la más dura violencia de la historia (en un mundo convulso), naciendo del amor de Dios. Este nacimiento de Jesús nos introduce en un nuevo y más alto umbral de realidad. En medio de un mundo que parece condenado a interpretarlo todo en claves de violencia y pecado, de sistema imperial y exclusión de los pobres, naciendo en debilidad total, Jesús es signo de la fuerza de Dios, como sabe el Libro del Emmanuel, que los cristianos han aplicado a su nacimiento: es el príncipe de la paz (Is 9,6) y en su tiempo, cuando su palabra se expanda por el mundo y todos puedan nacer como él, «habitarán juntos el lobo y el cordero» (Is 11,6).

(3) Fe y amor de madre. Los relatos de la infancia de Jesús afirman que María, su madre, concibió por obra del Espíritu Santo. Esa afirmación no puede tomarse en un sentido puramente biológico, pues entendida así la virginidad sería algo vacío: nacer sólo de mujer es menos perfecto que nacer del encuentro de un hombre y una mujer que se aman, y amando hacen posible el despliegue de la vida de Dios. Por eso, entender el tema de la virginidad maternal sólo en clave de ausencia de varón o soledad femenina es, al menos, peligroso. No es que en el nacimiento de Jesús falte algo: lo que falta es un varón patriarcalista y dominador que entiende el despliegue de la vida como una continuación de su dominio sobre ella. En el fondo de los relatos del nacimiento Jesús se va mostrando, al lado de María, su madre. Pero en ese contexto emerge un varón creyente, que escucha la voz de la Vida de Dios y que se pone a su servicio, al lado de la madre. Sólo el diálogo personal de María con la Palabra de Dios hace que ella sea virgen madre de la Palabra de Dios hecha carne (cf. Lc 1; Jn 1,14). Sólo el diálogo con Dios, es decir, el amor gratuito, al servicio de la gracia de la vida, hace a José virgen padre (cf. Mt 1,18-25). Al dialogar con Dios, al presentarse como Sierva del Señor, para volverse templo de su Espíritu (cf. Lc 1,35.38), María empieza a ser la virgen cristiana por la mente (por el corazón), en gesto de afirmación personal en que se incluye el mismo «vientre»; ella es virgen por ser madre creyente, que ofrece a Jesús una vida abierta al amor que se expresa en la solidaridad con los pobres. En esa línea, la Iglesia ha logrado vincular la fiesta del nacimiento de Jesús con el signo de la Madre de Dios. Pero esa misma Iglesia, al menos por ahora, no ha logrado integrar el sentido y figura de José, padre virginal, quizá porque la figura de los padres varones sigue estando mucho más vinculada a la violencia de la historia, que Jesús ha venido a superar.

(4) Nacimiento e historia de Jesús. Jesús no se define sólo por su referencia a José, padre legal judío, representante de la Ley y del mesianismo de este mundo, que le habría encerrado en la cadena de generaciones siempre repetidas de Israel (cf. Heb 9), sino que ha superado ese nivel, para situarnos allí donde la vida se abre hacia todos los hombres, en amor universal. En ese sentido no podemos llamarle, por ahora, sin más Yoshua ben Yosef (hijo de José), porque el viejo signo de José, hijo de David (cf. Mt 1,20), sigue demasiado vinculado al mesianismo de los triunfadores. Por otra parte, el nacimiento virginal de Jesús ha de entenderse como encarnación plena del Hijo del Dios creador, en una línea abierta a todos los hombres, pues, como sabe Jn 1,12-13, todos y cada uno de los creyentes nacen de Dios, superando el nivel de la pura carne y sangre, de la voluntad de poder del varón y de la ley del mundo. Todo nacimiento humano es (ha de ser) en esa línea un nacimiento virginal: Dios mismo nace en cada ser humano, de manera que, si se quiere utilizar ese lenguaje, todos los padres y madres que engendran y acogen la vida en amor son vírgenes. Esto no niega, sino que potencia la maternidad virginal de María.

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