B REVE HISTORIA
DE ENTREGUERRAS
B REVE HISTORIA
DE ENTREGUERRAS
Óscar Sainz de la Maza
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de entreguerras
Autor: © Óscar Sainz de la Maza
Copyright de la presente edición: © 2015 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Revisión y adaptación literaria: Teresa Escarpenter
Responsable editorial: Isabel López-Ayllón Martínez
Conversión a e-book: Paula García Arizcun
Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición impresa: 978-84-9967-695-1
ISBN impresión bajo demanda: 978-84-9967-696-8
ISBN edición digital: 978-84-9967-697-5
Fecha de edición: Abril 2015
Depósito legal: M-8655-2015
Come and die. It´ll be great fun.
And there´s great health in the preparation.
[Ven y muere con nosotros.
Será divertido, y el entrenamiento es bien saludable.]
Carta de Rupert Brooke a un amigo
Enero de 1915
Índice
Introducción:
una tarde en el cine
Agosto de 1939 vio como largas colas de hombres con sombreros y niños vociferantes se agolpaban enfrente de las anchas entradas de los cines estadounidenses. Hacía calor, pero el premio lo merecía. Se estrenaba por aquel entonces el filme El Mago de Oz , que la crítica aplaudió quizás en exceso, y a la que el público no llegó por completo hasta que la televisión le forzó a visionar reposición tras reposición durante los años cincuenta.
Los pósteres, dibujados a mano en aquellos tiempos, gigantes y coloridos, mostraban a la inocente Judy Garland acompañada de unos inverosímiles amigos: un espantapájaros en busca de un cerebro, un hombre de hojalata que desea encontrar un corazón y un león que vaga en busca de coraje.
Los acalorados espectadores bien podían haber ido al cine a olvidar sus preocupaciones; particularmente, cuando la situación en Europa estaba al borde del estallido, y el presidente Roosevelt parecía empeñado en suscitar las iras de los nuevos totalitarismos que amenazaban medio mundo. Pero fue recostarse en la butaca y no pocos comenzarían –muy posiblemente– a captar sutiles paralelismos.
El león era claramente Gran Bretaña. El castañeteo de sus dientes se escuchaba incluso a ese lado del Atlántico. Hasta ese mismo año no había sido capaz de hacer otra cosa que negociar concesiones territoriales con un dictador que entendía las relaciones entre naciones en términos de astucia y fortaleza. El dictador, por cierto, un Hitler por el que nadie habría apostado medio marco hacía tan sólo una década, era el hombre de hojalata. Con un cuerpo formado de planchas acorazadas en movimiento, la cruzada asesina del III Reich buscaba un objetivo último y «humanitario», al menos en la acepción de «humanitario» que manejan los nacionalismos extremos: la de cuidar, expandir, reasentar e integrar a su propio pueblo por encima del cadáver de otros. El hombre de hojalata deseaba convertirse en el corazón del pueblo alemán; cálido y activo, haciendo circular su sangre purificada.
Es difícil que el lector deje de preguntarse por el tercer personaje. El espantapájaros sin cerebro era claramente Francia. Subida en un ridículo trono, a modo de Napoleón IV, París había inaugurado el período de entreguerras creyendo que rescataba su antiguo poder en el continente. Nada más lejos de la realidad. Sus bandazos agresivos no denotaron otra cosa que debilidad, y la ronca voz de la industria alemana pronto superó a los fatuos discursos pronunciados desde el Elíseo. Buscar un corazón podía ser extravagante; haber extraviado el cerebro era, cuando menos, peligroso.
Pero dejemos de adelantar acontecimientos. El lector comprenderá lo que ocurría en 1939, incluso lo temerá, cuando se acerque a esa fecha. Por el momento, debemos situarlo veinte años atrás. En el momento en el que se «apagaron las luces en Europa» y, cuatro años después, los Gobiernos de medio mundo se levantaron exhaustos o directamente destruidos. Comenzaba una nueva era; aquella de la que hablaremos aquí.
Trataremos de explicar cómo llegó la humanidad a la Segunda Guerra Mundial. Particularmente, después de haber sufrido una matanza horrenda como la acaecida entre 1914 y 1918. La responsabilidad –dejemos a otros el debate de culpas – recayó enteramente sobre Europa, y también sobre un lejano islote de imitadores reticentes llamado Japón. Tras 1945, Europa no podría recuperar nunca su ya dudoso prestigio moral. Ella, y sólo ella, con sus inquinas franco-alemanas, su ansia de controlar los mares y sus eternas disputas fronterizas, había sido capaz de ahogar al mundo conocido en una espiral carmesí. Antes de 1914, los europeos pensaban en Roma por sus estatuas. En 1945, la bombardeaban, sembrando el mapa aéreo de volutas de humo que costaban vidas y destrozaban museos.
En la primera parte de este libro, intentaremos comprender los impulsos , las reacciones de la época, veremos qué pautas culturales nacen y se mantienen a lo largo del período, y cuáles no aguantan el paso del tiempo. En la segunda, narraremos simplemente –pero no de manera simple– los happenings de entreguerras. Las maniobras, los procesos y las anécdotas. El lector podrá entender los segundos si entiende los primeros.
Pero basta de divagación. Cerremos los ojos y volvamos al siglo del que todavía nadie se ha logrado despegar. Volvamos al siglo XX .
El espíritu de los tiempos
¡Giovinezza, Giovinezza!
Yours is the Earth and everything that’s in it
And –which is more– you’ll be a Man, my son!
[Tuya es la tierra y todo lo que hay en ella.
Y –lo que es más– ¡serás un hombre, hijo mío!]
If
Rudyard Kipling
En el verano de 1914, el fervor recorrió las espinas dorsales de muchos jóvenes, sentados en los cafés de las grandes avenidas de París, Berlín, Viena o Londres. Ante sí, veían pasar a aquellos que finalmente iban a tener la oportunidad de convertirse en héroes de una causa. La Guerra marcó a la juventud de Europa porque, a su vuelta, todos ellos estarían cambiados. Todos querrían seguir construyendo el futuro a un ritmo más rápido del que lo habían vivido.
La existencia de unos «valores de la juventud», y su florida alabanza desde las plumas de la intelectualidad, venía ya de lejos: desde la época en que los estallidos románticos (muchos de ellos suicidas) intentaban demoler a cabezazos los muros agrietados del Ancien Régime , a comienzos de lejano siglo XIX . En cuanto a las organizaciones jóvenes, tampoco eran precisamente una novedad. Durante esas mismas décadas, las congregaciones religiosas fundaban por doquier respetables asociaciones de imberbes, y los universitarios también construían sus propios movimientos, de manera totalmente autónoma.
Hubo que esperar algo más, hasta el último cuarto del siglo aproximadamente, para que surgieran las ramas juveniles de las asociaciones obreras. Y no fue gracias precisamente a las cúpulas de dichas asociaciones, que no veían razón alguna para filetear la lucha de clases por edades.
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