BREVE HISTORIA DE
ESPAÑA II
El camino hacia la modernidad
Luis E. Íñigo Fernández
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de España II: El camino hacia la modernidad
Autor: © Luis E. Íñigo Fernández
Director de colección: José Luis Ibáñez
Copyright de la presente edición: © 2010 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
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ISBN-13: 978-84-9763-922-4
Libro electrónico: primera edición
A Fernando, mi amigo, mi hermano,
a quien no siempre dedico todo el tiempo que merece.
Índice
Introducción
El difícil balance de un gran siglo
Caciquismo
La república de la esperanza
Tecnocracia y desarrollo
Encarando el futuro
Glosario
Introducción
Es probable, querido lector, que llegues a este segundo volumen de la Breve Historia de España tras haber leído el primero. Si te han quedado ganas de repetir, es, sin duda, porque te ha resultado lo bastante interesante, ameno, profundo (o cualquier otro de los muchos adjetivos favorables que pueden aplicarse a un libro de historia) para continuar con el segundo, así que espero no decepcionarte y confirmar que, como yo mismo escribía entonces, las segundas partes pueden ser tan buenas o mejores que las primeras. Si no es así, y te acercas a esta Breve Historia de España por primera vez, espero que te guste lo suficiente para que acudas a la librería a comprar el volumen anterior. Después de todo, la mejor manera de comprender y disfrutar cualquier historia, incluyendo, por supuesto, la Historia con mayúsculas, es leerla entera.
Si, a pesar de ello, escoges leer antes este segundo volumen de la Breve Historia de España, no te preocupes: la obra está concebida como un todo, pero cada uno de sus volúmenes puede también leerse por separado. Quizá te sorprenda, sin embargo, que empiece en el siglo XVIII, y no en 1808, con el comienzo de la guerra de la Independencia, como es habitual en los manuales de Historia Contemporánea de España. La elección no es, sin embargo, casual. Como tendrás, espero, ocasión de comprobar, este libro, y también el anterior, no son una mera narración de hechos, ni siquiera un análisis de procesos —aunque son, también, ambas cosas— sino que poseen un hilo conductor, o, en otras palabras, una tesis.
¿Cuál es esa tesis? Muy sencillo. El libro que tienes entre tus manos parte de la idea de que España no inicia su camino hacia la modernidad a comienzos del siglo XIX, sino del XVIII. La nueva dinastía, la de los Borbones, que accede al trono español a la muerte del último de los Austrias, lidera no solo una reforma en profundidad de las caducas instituciones de la Monarquía hispana, sino una verdadera renovación del proyecto colectivo de los españoles. Sin dejar de ser católica —faltan aún doscientos años para que Manuel Azaña pronuncie su famosa frase, tantas veces sacada de contexto—, España no hará ya de su fe la clave de su identidad, sino que tratará ahora de construirla sobre un firme compromiso con Europa y con la modernidad.
¿Y después? En esencia, el proyecto es el mismo. La España de los ilustrados no es distinta de la España de los liberales del XIX o de los republicanos de 1931. Las diferencias son de grado y de tiempo, no de fondo. La nación con la que sueñan es la misma: un colectivo de ciudadanos libres e iguales ante la ley, unidos por la tarea de llevar a su país al lugar que le corresponde, firmemente comprometido con la Europa a la que pertenece —en modo alguno, como dijera Luis XIV, «África ¡empieza en los Pirineos!»— y con el progreso que la desafía. Los enemigos tampoco han cambiado de nombre; quizá, solo, de apellido. Filósofos rancios en el XVIII, carlistas en el XIX, seguidores de la derecha autoritaria en el XX, todos persiguen idéntico objetivo: la preservación de la España tradicional, católica en su esencia, aislada de Europa y protegida de lo que consideran perversas amenazas del mundo moderno.
Pero ¿cómo contar esta historia? Ya lo decíamos en el primer volumen: con rigor, pero también con amenidad, porque ambas cualidades deben estar siempre presentes en un buen libro de historia. Rigor para decir la verdad, la que emana de las fuentes, aunque no nos guste —ideología tenemos todos, pero solo el historiador honrado lo reconoce—; amenidad para hacerla comprensible y, por qué no, fácil de leer. No encontrarás, pues, lector, en este libro alarde alguno de erudición, pero tampoco un mero catálogo de anécdotas. Lo que aquí se ha tratado de hacer es narrar los hechos y explicar los procesos, ambas cosas, porque los ladrillos por sí solos no forman un muro, pero sin ellos no puede levantarse muro alguno. Historia, pues, narrativa, porque es la forma más adecuada para un libro como este de finalidad divulgativa, pero también explicativa, porque la historia cuenta, pero no es un cuento; no puede conformarse con contar lo que pasó, sin más, sino que debe explicar también por qué pasó, ya que solo de este modo responderá a su finalidad última como disciplina: desentrañar en el pasado las raíces del presente y ayudarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo en el que vivimos.
Espero, sinceramente, que este pequeño libro aporte siquiera un átomo de conocimiento a esa labor que, en el fondo, comparten todas las ciencias, porque el saber humano es uno, y solo se parcela, como la tierra, para trabajarlo mejor. Si lo logra, y consigue además hacer pasar un buen rato a quien se acerque a sus páginas, este autor podrá darse por satisfecho.
Luis E. Íñigo Fernández
Un siglo de ideales
Hay una transformación de España a lo largo del siglo XVIII, nada espectacular, difícil de descubrir y que por eso mismo no ha sido adecuadamente observada. Por primera vez en su historia, España se convierte en proyecto de sí misma. Quiero decir que lo que España propiamente hace, sobre todo entre 1714 y 1788, es España, su propia realidad.
Julián Marías.
España inteligible, 1984.
EL SIGLO DE LOS PROYECTOS
El siglo XVIII es el siglo de los proyectos. No es que antes no tuviera España proyecto histórico; lo tenía, incluso antes que las otras naciones europeas. Pero había equivocado los límites. Se había comprometido en demasía con la defensa del catolicismo, y ese compromiso había perjudicado a la misma construcción nacional, creando enemigos dentro de la propia España —judíos, musulmanes, conversos— y cargándola con un peso superior a sus fuerzas, el de servir a la Iglesia de paladín universal. Como consecuencia de ello, España pierde la primacía en Europa y, menos lucrativa que antes la participación en el proyecto común de la Monarquía, se interrumpe la forja de la nación. Ambas realidades cambiarán, y mucho, a lo largo del siglo XVIII.
Cambia, en primer lugar, el proyecto colectivo. España no deja de ser católica, pero no hace del catolicismo la razón de su existencia. Intelectuales y gobernantes fijan su objetivo en el reencuentro con Europa y con la modernidad, y, mientras, tratan de
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