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Manuel Toharia - Historia mínima del cosmos

Aquí puedes leer online Manuel Toharia - Historia mínima del cosmos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Turner, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Historia mínima del cosmos
  • Autor:
  • Editor:
    Turner
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  • Año:
    2016
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Historia mínima del cosmos: resumen, descripción y anotación

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¿Qué diferencia hay entre cosmología y cosmogonía? ¿Cómo llegó el agua a la Tierra? ¿Por qué sabemos que nuestro planeta gira alrededor del Sol? ¿Sucedió realmente el Big Bang? ¿Qué es la eclíptica? ¿Qué provoca el fenómeno de las estrellas fugaces? ¿A qué se deben las mareas? ¿Cuál es la cuarta dimensión? ¿Qué es la antimateria? ¿A qué llamamos tamaño cuántico? ¿Qué es y para qué sirve un acelerador de partículas? ¿Podremos encontrar vida en otros planetas cercanos? ¿Qué dice la ciencia sobre el fin del mundo?

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Título original Historia mínima del Cosmos Manuel Toharia 2015 De esta - photo 1

Título original:
Historia mínima del Cosmos

© Manuel Toharia, 2015

De esta edición:
© Turner Publicaciones S. L., 2015
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
www.turnerlibros.com

DR © EL COLEGIO DE MÉXICO, A. C.
Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D. F.
www.colmex.mx

Primera edición: noviembre de 2015

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.

ISBN: 978-84-16354-02-3

Diseño de la colección:
Sánchez / Lacasta

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com

ÍNDICE

I
Mirar al cielo

II
Cosmogonías

III
Los primeros intentos

IV
Grecia clásica

V
Oscurantismo medieval

VI
Cosmogonías y cosmología

VII
Copérnico

VIII
La iglesia contraataca

IX
Por fin, Galileo

X
Newton (y Kant)

XI
La Enciclopedia

XII
Los tres primeros minutos del Cosmos

XIII
Galaxias, estrellas… y el Sol

XIV
La Tierra, desde hace 4.500 millones de años

XV
¿Qué nos depara el futuro?

A mi cosmos más cercano: Ketty y nuestros hijos José Juan y Adriana, Manuel y Maryse, y Cristina y Richard. Y a sus hijos, mis nietos Marco, Ana, Eric, Juan, Tom, Gabriela, Dani y David.

PRIMERA PARTE
COSMOGONÍAS
I
MIRAR AL CIELO

S i fuéramos capaces de olvidar cuanto hemos aprendido desde el colegio, si pudiéramos sustraernos a todo aquello que nos provee de información en torno al mundo que nos rodea, ¿qué pensaríamos exactamente del Cosmos? ¿Cómo explicaríamos todo aquello que la ciencia da hoy por sabido, y que nosotros aceptamos como obvio, aunque choque con la lógica de nuestra propia capacidad de observación?

Veamos un ejemplo sencillo de observar, incluso de forma distraída, y que tiene lugar por encima de nuestras cabezas, en eso que llamamos genéricamente cielo: el movimiento diurno del Sol. Porque el Sol se mueve, eso es obvio: sale más o menos por el este y se pone también de forma aproximada por el oeste. Esto es algo que nadie tiene que enseñarnos, sencillamente lo “sabemos”. El Sol sale siempre por un lado del paisaje y se pone por el lado opuesto.

Si alguien dijera que ese movimiento diurno del Sol –lo vemos nacer y luego va a pasar por encima de nuestras cabezas a lo largo del día, para acabar poniéndose por el lado opuesto– no existe, porque en realidad los que nos movemos somos nosotros, se lo tomaría por loco. ¡Pero si es evidente, lo vemos con nuestros propios ojos a lo largo de las horas, que el Sol no está quieto sino que se mueve de este a oeste!

Pero a todos nos han enseñado desde niños que, en contra de las apariencias, es la Tierra la que gira de oeste a este, y el Sol el que durante ese tiempo está quieto.

Lo crucial de este asunto es que nos enseña algo difícil de aceptar: no debemos fiarnos de las supuestas evidencias proporcionadas por nuestros sentidos, porque estos nos engañan más de lo que quisiéramos. Aunque veamos al Sol moverse, la realidad es que es la Tierra la que gira sobre su eje; no porque podamos verlo, sino porque nos lo han dicho los que saben más que nosotros… Y les creemos a ellos, no a nuestros ojos.

¿Entonces, eso quiere decir que, en este asunto y en muchos otros similares, la mayoría de las personas nos comportamos como si fuéramos creyentes de algo que es, después de todo, una realidad científica? ¿De verdad sabe todo el mundo explicar por qué la Tierra es la que gira de oeste a este, y no es el Sol el que se mueve de este a oeste, como parece?

Por supuesto, el movimiento respectivo del sistema Sol-Tierra tiene una base científica demostrable. Y que la explicación se oponga a la evidencia de nuestros ojos no deja de ser una notable paradoja, que parece justificar lo que algunos dicen de la ciencia, a saber, que se ha convertido en una especie de sustituto de la religión.

Lamentablemente, eso es cierto en bastantes casos: si echamos una ojeada escéptica a casi todo lo que se supone que sabe la población en general, por difícil que sea establecer qué es eso que se supone que sabemos todos, hay que reconocer que nos fiamos casi a ciegas de los expertos en ciencia y tecnología, del mismo modo que los fieles de una determinada confesión religiosa se fían de sus sacerdotes.

Volviendo al ejemplo del Sol, aún hay muchas personas que están seguras de que sale por el este y se pone por el oeste porque ignoran la razón de que las cosas sean al revés, o sea que es la Tierra la que se mueve en sentido contrario. Muchos lo acaban por aceptar, sobre todo si se lo dice alguien al que otorgan autoridad suficiente, o porque se lo han enseñado así a sus hijos en el colegio, pero les cuesta aceptar que sus ojos les engañan.

O sea que sí, eso se parece bastante a una especie de fe… ¿científica?

Con todo, ha de quedar bien claro que las ciencias no tienen nada que ver con las creencias. La fe no puede ser nunca científica, porque eso no tendría ningún sentido: la actividad científica jamás se basa en las tradiciones, ni en la autoridad de unos expertos o profetas, ni desde luego en ningún tipo de revelación proporcionada por seres sobrenaturales. La ciencia basa su conocimiento, siempre provisional y sometido a permanente crítica, en evidencias demostrables que han de poder ser contrarrestadas por otras evidencias que pudieran eventualmente poner de relieve algún error o imprecisión en las primeras.

La actividad científica exige, pues, que las afirmaciones basadas en evidencias y demostraciones de todo tipo sean puestas a prueba, criticadas con escepticismo y finalmente corregidas. Una frase coloquial lo resume bien: en ciencia, las cosas que se saben son ciertas mientras no se demuestre contrario, y mientras las consecuencias o predicciones que de ellas se deriven funcionen, siempre y en todas partes.

Pero antes de todo eso sí que existió una creencia generalizada en el geocentrismo global, una idea defendida a menudo violentamente por quienes pensaban que la Tierra era el centro de todo, “como parecía evidente”. Esa defensa, curiosamente por razones religiosas, alcanzó su punto culminante de crueldad en la transición entre los siglos XVI y XVII: Giordano Bruno fue quemado vivo por hereje al final del siglo XVI, en el año 1600, y Galileo estuvo a punto de acabar igual.

Pero aquella actitud religiosa intransigente quizá al cabo resulta clarificadora, porque con ella comenzó a cristalizar lo que hoy podemos llamar cosmología científica, en sustitución de la cosmogonía cristiana y, obviamente, de cualquier otra cosmogonía basada en unos u otros tipos de creencias.

En realidad, la idea de que la Tierra giraba en un día sobre el eje de sus polos, al tiempo que giraba asimismo en un año en torno al Sol, ya fue sugerida por algunos de nuestros ancestros de mente bien estructurada; por ejemplo, el griego Aristarco de Samos quien, en el siglo III a. de C., no solo sugirió el movimiento diurno de la Tierra sino que pensaba que el Sol estaba en el centro de todo el Universo visible (en eso no estuvo tan acertado, pero es que era un simple pensador, sin más aparato de observación que sus propios ojos).

Casi veinte siglos después de Aristarco, Nicolás Copérnico retomó y concretó esas ideas, a mediados del siglo XVI, e incluso escribió sus razonamientos en un libro que se guardó muy mucho de publicar temiendo, justificadamente, la ira de la iglesia católica. Esta se había empeñado desde el principio en seguir las ideas de Aristóteles, recogidas luego por Ptolomeo, para quienes la Tierra era el centro del Cosmos. Eso resultaba muy conveniente para las tres grandes religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islam), y para muchas otras confesiones, porque sus mesías, profetas y divinidades no iban a venir a molestarse por los habitantes de un planeta cualquiera girando sobre sí mismo en torno a una estrella vulgar dentro de una galaxia como tantas otras. Eso sonaba simple y llanamente a herejía.

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