Planeando la revolución
1. El manifiesto de Zimmerwald contra la guerra
Redactado por Trotsky en septiembre de 1915 tras la celebración de un congreso revolucionario en Zimmerwald, Suiza.
¡Proletarios de Europa!
La guerra dura ya desde hace más de un año. Millones de cadáveres cubren los campos de batalla. Millones de seres humanos han quedado mutilados para el resto de sus vidas. Europa es como un gigantesco matadero humano. Toda la civilización, creada mediante el trabajo de muchas generaciones, está abocada a la destrucción. La barbarie más salvaje celebra hoy su triunfo sobre todo lo que hasta ahora ha constituido el orgullo de la humanidad.
Independientemente de cuál sea la verdad acerca de la responsabilidad directa del estallido de la guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha producido este caos es el resultado del imperialismo, del intento por parte de las clases capitalistas de cada país de satisfacer su codicia de beneficios a través de la explotación del trabajo humano y de los recursos naturales del mundo entero.
De esa forma, las naciones económicamente atrasadas o políticamente débiles se ven sojuzgadas por las grandes potencias que, con esta guerra, están intentando rehacer el mapa del mundo mediante la sangre y el hierro, de acuerdo con sus intereses explotadores. Así, naciones y países enteros, como Bélgica, Polonia, los estados balcánicos y Armenia se ven amenazados con el destino de ser desmembrados, anexionados en su totalidad o en parte, como botín en el juego de las compensaciones.
En el transcurso de la guerra, sus fuerzas motrices se manifiestan en toda su vileza. El velo con el que se ha venido ocultando a la conciencia del pueblo el significado de esta catástrofe mundial ha ido cayendo hecho jirones. Los capitalistas de todos los países, que están acuñando el oro de los beneficios de la guerra con la sangre derramada por el pueblo, afirman que la guerra es por la defensa de la patria, en pro de la democracia, y por la liberación de las naciones oprimidas. ¡Mienten! En realidad están enterrando la libertad de su propio pueblo, junto con la independencia de las demás naciones, en los campos de devastación. Surgen nuevos grilletes, nuevas cadenas, nuevas cargas, y quien tendrá que soportarlas será el proletariado de todos los países, tanto de los victoriosos como de los derrotados. Al declararse la guerra, se anunció una mejora del bienestar; escasez y privación, desempleo y aumento de los precios son las consecuencias reales. Las cargas de la guerra consumirán las mejores energías de los pueblos durante décadas, pondrán en peligro los logros de las reformas sociales y entorpecerán cualquier paso adelante.
Devastación cultural, declive económico, reacción política; ésas son las bendiciones que trae consigo este horrible conflicto entre naciones.
Así pues, la guerra pone en evidencia el rostro desnudo del capitalismo moderno, que se ha vuelto irreconciliable no sólo con los intereses de las masas trabajadoras, no sólo con los requisitos del desarrollo histórico, sino también con las condiciones elementales para las relaciones humanas.
Los poderes gobernantes de la sociedad capitalista que tenían en sus manos el destino de las naciones, los Gobiernos tanto monárquicos como republicanos, la diplomacia secreta, las poderosas organizaciones empresariales, los partidos burgueses, la prensa capitalista, la Iglesia…, sobre todos ellos recae todo el peso de la responsabilidad de esta guerra, que surgió del orden social que los fomentaba y al que ellos protegían, y que se lleva a cabo en defensa de sus intereses.
¡Trabajadores!
Explotados, despojados de derechos, despreciados, os llamaban hermanos y camaradas al comienzo de la guerra, cuando tenían que conduciros a la matanza, a la muerte. Y ahora que el militarismo os ha lisiado, os ha mutilado, os ha degradado y aniquilado, los gobernantes exigen que renunciéis a vuestros intereses, a vuestras aspiraciones, a vuestros ideales; en una palabra: subordinación servil a la paz civil. Os hurtan la posibilidad de expresar vuestras ideas, vuestros sentimientos, vuestro dolor; os prohíben plantear vuestras exigencias y defenderlas. Una prensa amordazada, unas libertades y unos derechos políticos pisoteados: así es como la dictadura militar gobierna hoy en día con mano de hierro.
No podemos ni debemos seguir más tiempo sin emprender acciones para luchar en contra de esta situación, que amenaza el futuro de Europa y de la humanidad en su conjunto. El proletariado socialista lleva muchas décadas luchando contra el militarismo. Con creciente preocupación, sus representantes en sus congresos nacionales e internacionales se han ocupado del peligro cada vez más amenazador de la guerra que surge del imperialismo. En Stuttgart, en Copenhague, en Basilea, los congresos de la Internacional Socialista han señalado el rumbo que debe seguir el proletariado.
Desde el comienzo de la guerra, algunos partidos socialistas y organizaciones sindicales de distintos países que contribuyeron a determinar ese rumbo han soslayado las obligaciones que se derivan de ello. Sus representantes han hecho un llamamiento a la clase trabajadora para que renuncie a su lucha de clases, el único medio posible y eficaz para la emancipación proletaria. Les han concedido créditos a las clases gobernantes para que lleven adelante la guerra; se han puesto a disposición de los Gobiernos para los servicios más diversos; a través de su prensa y de sus mensajeros, han intentado ganarse el favor de los neutrales para que apoyen las políticas gubernamentales de sus países; han entregado a sus Gobiernos ministros socialistas en calidad de rehenes para la preservación de la paz social, y con ello han asumido la responsabilidad de esta guerra, de sus objetivos y sus métodos, ante la clase trabajadora, ante su presente y su futuro. Y al igual que los partidos individuales, también les ha traicionado el más alto organismo de representación designado por los socialistas de todos los países, el Buró de la Internacional Socialista.
Estos hechos son igualmente responsables de que la clase trabajadora internacional, que no sucumbió al pánico nacional del primer periodo de la guerra, o que se liberó de él, todavía no ha encontrado, en el segundo año de la matanza entre los pueblos, una forma de emprender una lucha enérgica a favor de la paz de forma simultánea en todos los países.
En esta insoportable situación, nosotros, los representantes de los partidos socialistas, de los sindicatos, o de sus minorías, nosotros, alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones, rumanos, búlgaros, suecos, noruegos, holandeses y suizos, nosotros que no defendemos el terreno de la solidaridad nacional con la clase explotadora, sino el terreno de la solidaridad internacional del proletariado y de la lucha de clases, nos hemos congregado a fin de reanudar los lazos desgarrados de las relaciones internacionales, y de hacer un llamamiento a la clase trabajadora para que vuelva a ponerse en pie y luche por la paz.
Esta lucha es la lucha por la libertad, por la reconciliación entre los pueblos, por el socialismo. Es necesario emprender esta lucha por la paz, por una paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. No obstante, una paz semejante sólo es posible si se condena cualquier intención de violar los derechos y las libertades de las naciones. Ni la ocupación de países enteros, ni de partes aisladas de algunos países, deben conducir a su anexión violenta. No a la anexión, ya sea manifiesta u oculta, o a la absorción económica forzosa, más insoportable aún si va acompañada de la privación de derechos políticos. El derecho de autodeterminación de los pueblos debe ser el principio indestructible del sistema de relaciones nacionales entre los pueblos.