Novelista, músico, poeta y dramaturgo, Tagore fue además un feroz oponente del gobierno británico en la India. En esta obra analiza el resurgimiento de Oriente y el desafío que esto plantea a la supremacía occidental, y hace un llamamiento a un futuro más allá del nacionalismo basado en la cooperación y la tolerancia racial. A lo largo de la historia, algunos libros han cambiado el mundo. Han transformado la manera en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Han inspirado el debate, la discordia, la guerra y la revolución. Han iluminado, indignado, provocado y consolado. Han enriquecido vidas, y también las han destruido.
Rabindranath Tagore
Nacionalismo
Todas las grandes naciones de Europa tienen sus víctimas en otras partes del mundo
ePub r1.0
Titivillus 10.02.16
Título original: Nationalism
Rabindranath Tagore, 1920
Traducción: Federico Corriente & Sonia Chaparro
Editor digital: Titivillus
Aporte original: Spleen
ePub base r1.2
RABINDRANATH TAGORE, (Calcuta, 7 de mayo de 1861 - 7 de agosto de 1941) fue un poeta bengalí, poeta filósofo del movimiento Brahmo Samaj (posteriormente convertido al hinduismo), artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose así en el primer laureado no europeo en obtener este reconocimiento.
Tagore revolucionó la literatura bengalí con obras tales como El hogar y el mundo y Gitanjali. Extendió el amplio arte bengalí con multitud de poemas, historias cortas, cartas, ensayos y pinturas. Fue también un sabio y reformador cultural que modernizó el arte bengalí desafiando las severas críticas que hasta entonces lo vinculaban a unas formas clasicistas. Dos de sus canciones son ahora los himnos nacionales de Bangladés e India: el Amar Shonar Bangla y el Jana-Gana-Mana. El de la India con música del maestro Francisco Casanovas.
Tagore, quien desde muy pronto estuvo en contacto con la sociedad y la cultura europeas, «se convirtió a todos los efectos en uno de los observadores más lúcidos y en uno de los críticos más severos de la europeización de la India».
Notas
[1] Unos doscientos tratados en prosa y en verso sobre filosofía metafísica que datan de alrededor del año 400 a. C.
[2] Nanak (1469-1533), Kabir (1440-1518), Chaitanya (1485-1533).
[3] El Congreso Nacional Indio se fundó en 1885.
[4] En 1907, durante el congreso anual del Congreso Nacional Indio celebrado en Surat.
El nacionalismo en Japón
I
La peor forma de esclavitud es la falta de esperanza, que encadena a los hombres a la pérdida de fe en sí mismos. Se nos ha dicho repetidamente, y no sin razón, que Asia vive en el pasado; que es como un mausoleo que despliega toda su magnificencia intentando inmortalizar a los muertos. De Asia se llegó a decir que nunca podría avanzar por la senda del progreso pues miraba indefectiblemente hacia el pasado. Nosotros aceptamos esa acusación y llegamos a creer que era cierta. Me consta que en la India gran parte de la población culta, harta de esta humillación, intenta engañarse a sí misma por todos los medios para convertir esa falta de fe en nosotros mismos en mera fanfarronería. Pero la jactancia no es sino vergüenza maquillada y en realidad no cree en sí misma.
Cuando los asiáticos, debidamente hipnotizados, empezábamos a creer que las cosas no cambiarían nunca, Japón despertó de su letargo, dejó rápidamente atrás la inercia de siglos y se puso a la altura de los mayores logros del presente. Japón ha roto el hechizo que nos había mantenido aletargados durante siglos y nos hizo creer que era lo normal para ciertas razas que vivían dentro de ciertos límites geográficos. Habíamos olvidado que en Asia se fundaron grandes imperios en los que florecieron la filosofía, las ciencias, las artes y la literatura, y que fue la cuna de todas las grandes religiones del mundo. Por tanto, no puede decirse que haya algo inherente a su suelo o a su clima que inhibe la actividad mental y atrofia las facultades que impulsan el progreso humano. Mientras Occidente dormitaba en la oscuridad, Oriente mantuvo viva la llama de la civilización durante siglos, lo que difícilmente puede considerarse un signo de estrechez de miras o de mentes embotadas.
Y luego cayó la oscuridad de la noche sobre todas las tierras de Oriente. El curso del tiempo pareció detenerse y Asia dejó de ingerir alimentos nuevos y empezó a nutrirse de su pasado, lo que equivalía a devorarse a sí misma. Era una quietud propia de la muerte, y acalló la gran voz que, como el océano de aire que endulza la tierra y la purifica sin cesar, pregonaba mensajes de verdad eterna que han salvado a la vida humana de la contaminación durante generaciones.
En la vida hay fases de sueño, periodos de inactividad en los que esta se detiene, no ingiere nuevos alimentos y vive de sus reservas. En esos momentos está indefensa, sus músculos se relajan y se sume en un aletargamiento que se presta fácilmente a las burlas. Para que la vida pueda renovarse, debe haber pausas. Consume continuamente su propia actividad, quemando todo el combustible a su disposición. Ahora bien, como este derroche no puede prolongarse indefinidamente, siempre le sigue una fase pasiva, en la que cesa todo gasto de energía y se dejan de lado las aventuras para favorecer el reposo y una recuperación paulatina.
La mente tiende por naturaleza a economizar; adora formar hábitos y moverse por surcos que le ahorran el esfuerzo de tener que volver a pensar cada uno de los pasos que da. Los ideales, una vez engendrados, la tornan perezosa, ya que teme arriesgar sus conquistas emprendiendo nuevas aventuras. Intenta gozar de una seguridad completa ocultando sus pertenencias tras la fortaleza de sus hábitos. Pero, al hacerlo, se niega a sí misma el pleno disfrute de sus posesiones y se vuelve mezquina. Los ideales vivos no deben perder el contacto con una vida que cambia y evoluciona perpetuamente; su libertad no consiste en mantenerse dentro de los límites de la seguridad, sino en aventurarse por la arriesgada senda de las nuevas experiencias.
Un buen día, Japón sorprendió al mundo entero derribando en una sola noche los muros de sus viejos hábitos y emergiendo triunfante de entre los escombros. Lo hizo en tan poco tiempo que más parecía un cambio de decorado que una estructura nueva. Hizo gala a la vez de la serena energía de la madurez y de la frescura y el potencial infinito de lo nuevo. Se temió que pudiera tratarse de una anomalía histórica, de un juego infantil del Tiempo, del estallido de una pompa de jabón, perfecta en su redondez y colorido pero hueca y carente de sustancia. Sin embargo, Japón ha demostrado de forma concluyente que la súbita revelación de su poder no es un milagro efímero, un producto del azar arrojado a la playa por la marea del tiempo desde la más profunda oscuridad y destinado a sumergirse de nuevo, en un instante, en el mar del olvido.
Lo cierto es que Japón es antiguo y nuevo a la vez. Tiene como legado ancestral la cultura de Oriente, que encarece a los hombres a buscar en su interior la auténtica riqueza y el verdadero poder, que les permite dominarse ante la pérdida y el peligro, que les lleva a sacrificarse sin tener en cuenta los costes ni la esperanza de obtener beneficios, a desafiar a la muerte o a aceptar las innumerables obligaciones que nos impone nuestra naturaleza social. En resumidas cuentas, el Japón moderno ha brotado del Oriente inmemorial con la grácil sencillez de la flor de loto que permanece firmemente arraigada en las profundidades de las que surgió.