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Kierkegaard - Pasión femenina: Great Ideas 38

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Kierkegaard Pasión femenina: Great Ideas 38
  • Libro:
    Pasión femenina: Great Ideas 38
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2015
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Pasión femenina: Great Ideas 38: resumen, descripción y anotación

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40 grandes ideas que han cambiado el mundo. Kierkegaard, a quien a veces se ha tachado de misógino, tenía una concepción elevada del alma femenina. En estos textos, con un trasfondo de crítica social, el filósofo de la angustia nos brinda un fino análisis estético de la aflicción a través de diversas figuras femeninas (una Antígona moderna, María Beaumarchais, Doña Elvira y Margarita). A lo largo de la historia, algunos libros han cambiado el mundo. Han transformado la manera en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Han inspirado el debate, la discordia, la guerra y la revolución. Han iluminado, indignado, provocado y consolado. Han enriquecido vidas, y también las han destruido. Taurus publica las obras de los grandes pensadores, pioneros, radicales y visionarios cuyas ideas sacudieron la civilización y nos impulsaron a ser quienes somos. La crítica ha dicho sobre la colección Great Ideas ... Un fenómeno editorial. The Guardian

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Índice

Siluetas

Pasatiempo psicológico

Conferencia leída ante los Condifuntos

Abgeschworen mag die Liebe immer sein;

Liebes-Zauber wiegt in dieser Höhle

Die berauschte, überraschte Seele

In Vergessenheit des Schwures ein.

Gestern liebt’ ich,

Heute leid’ ich,

Morgen sterb’ ich

Dennoch denk’ ich

Heut’ und Morgen

Gern an Gestern.

«Lied aus dem Spanischen»

G OTTHOLD E PHRAIM L ESSING

Comunicación improvisada

Festejamos en esta hora la fundación de nuestra sociedad, de nuevo nos regocija que esta feliz ocasión se haya repetido una vez más, que el día más largo haya terminado y la noche empiece a triunfar. Hemos aguardado durante el largo, larguísimo día y hasta hace un instante suspirábamos aún a causa de su longitud, mas ahora nuestra desesperación se ha transformado en alegría. Y si bien la victoria es del todo insignificante, pues el día seguirá pesando más durante algún tiempo, no dejamos de advertir que su poderío se ha roto. Por ello, no vacilemos en alborozarnos ante el triunfo de la noche porque aún no sea perceptible para todos, no vacilemos porque la indolente vida burguesa aún no nos haya recordado que el día mengua. No, al igual que la joven novia espera impaciente que llegue la noche, así aguardamos nosotros ansiosamente el primer anochecer, el primer anuncio de su triunfo venidero, y la alegría y la sorpresa se vuelven todavía mayores por cuanto más cerca hemos estado de desesperar pensando cómo podríamos soportarlo si los días no acortaran.

Ha transcurrido un año, y nuestra sociedad subsiste aún —¿deberíamos alegrarnos por ello, queridos Condifuntos , alegrarnos de que su existencia supone una burla para nuestra doctrina acerca del declive universal, o deberíamos más bien afligirnos porque subsiste, y alegrarnos de que, en cualquier caso, solo perdurará un año más; pues si antes de ese momento no ha desaparecido, acaso no es decisión nuestra el disolverla nosotros mismos?—. Cuando la fundamos, nosotros no proyectamos planes de amplias miras pues, familiarizados con la mezquindad de la vida y la deslealtad de la existencia, nos decidimos a venir en auxilio de la ley universal, aniquilándonos nosotros mismos, si ella no se nos anticipaba. Ha transcurrido un año y nuestra sociedad todavía está al completo, aún no hay nadie relevado y nadie se ha relevado por su cuenta, pues cada uno de nosotros es demasiado orgulloso para ello, ya que todos nosotros estimamos a la muerte como la mayor dicha. ¡Deberíamos alegrarnos por ello más que afligirnos, y regocijarnos solo en la esperanza de que la confusión de la vida nos disperse pronto, que la tempestad de la vida nos arranque pronto de aquí! Y, en verdad, que estos pensamientos son tanto más apropiados para nuestra sociedad, concuerdan perfectamente con la festividad del momento y con todo el entorno. Pues ¿no resulta ingenioso y bien significativo que, al uso del país, el suelo de esta salita esté salpicado de verde, como si fuera una tumba? Y si tomamos en cuenta la salvaje y furiosa tempestad en torno y vigilamos el poderoso vozarrón del viento, ¿acaso la misma naturaleza que nos rodea no nos está coreando? Sí, enmudezcamos un instante para escuchar la música de la tormenta, la vivacidad de su carrera, su desafío denodado, y el obstinado bramido del mar, el angustiado suspiro del bosque, el restallido desesperado de los árboles y el temeroso silbar de la hierba. Bien puede aseverar la humanidad que la voz de la divinidad no está en el tiempo tempestuoso, sino en la suave brisa; pero nuestro oído no está hecho precisamente para captar brisas suaves, sino más bien para engullir el ruido de los elementos. Y por qué no irrumpe de manera aún más violenta y pone fin a la vida, al mundo y a este breve discurso, el cual, frente a todo lo demás, tiene la ventaja al menos de que enseguida se va a terminar. Sí, ojalá que aquel torbellino, que es el principio íntimo del mundo —aunque los seres humanos ni siquiera lo notan, devorando y bebiendo, casándose y multiplicándose en un despreocupado ajetreo—, ojalá irrumpiera y, con indignación intrínseca, se sacudiera las montañas de encima y los Estados y los productos de la cultura y las sagaces ocurrencias de la humanidad; ojalá irrumpiera con el postrer terrorífico chirrido que, con mayor seguridad que la trompeta del Juicio, anuncia la destrucción de todo; ojalá se agitara y se llevara en un torbellino este desnudo risco sobre el que nos encontramos, tan ligeramente como si se tratara de una pelusa para el aliento de su nariz. ¡Pero la noche triunfa y el día acorta y la esperanza crece! Así que ¡llenemos todavía una vez las copas, queridos hermanos de libación, y con este cáliz te saludo, madre eterna de todo, callada noche! De ti vino todo, a ti retorna todo otra vez. Así que, ¡apiádate de nuevo del mundo abriéndote una vez más para recolectarlo todo y ocúltanos a todos, bien guardados en tu vientre materno! ¡A ti te saludo yo, oscura noche, te saludo en calidad de vencedora, pues este es mi consuelo, ya que tú lo acortas todo, el día y el tiempo y la vida y la fatiga del recuerdo, en eterno olvido!

Desde el día en que Lessing, en su famoso tratado Laocoonte, estableció definitivamente las diferencias entre poesía y arte plástico, bien puede considerarse como un hecho, que pone de acuerdo a todos los estudiosos de la estética, que la diferencia estriba en que el arte descansa en la determinación del espacio, la poesía en la del tiempo que el arte reproduce lo quieto, la poesía lo móvil. Por lo tanto, lo que debe convertirse en objeto de la representación artística debe poseer la tranquila transparencia que se da cuando lo interior descansa en un exterior que se corresponde con él. Cuanto menor sea el caso, tanto más ardua será la tarea del artista hasta que la diferencia se impone, enseñándole que realmente no hay ninguna tarea para él. Si aplicamos esto —que aquí no hemos elaborado, sino solamente esbozado— a la relación entre la aflicción y la dicha, se verá fácilmente que la dicha se deja representar artísticamente mucho más fácilmente que la aflicción. Con ello en modo alguno se niega que la aflicción se pueda representar artísticamente, sino que se indica que llega un momento en el que lo esencial es fijar una oposición entre lo interior y lo exterior, que hace que su representación sea imposible para el arte. Ello reside, de nuevo, en la propia naturaleza de la aflicción. Para la dicha es natural manifestarse, la aflicción busca ocultarse y algunas veces incluso engañar. La alegría es comunicativa, socialmente abierta, desea expresarse; la aflicción es introvertida, silenciosa, solitaria y remite a sí misma. Seguramente la veracidad de esto no la negará nadie que en alguna medida haya hecho de la vida el objeto de su observación. Hay personas cuya disposición es tal que, cuando están afectados, la sangre fluye a su sistema epidérmico y de esa forma el movimiento interior se hace visible en el exterior. La disposición de otros es de tal naturaleza que la sangre refluye, busca hacia el interior los ventrículos del corazón y los órganos internos del organismo. De esta misma forma poco más o menos se comportan la alegría y la aflicción en lo que respecta al modo de expresión. La disposición presentada en primer lugar es mucho más fácil de observar que la última. En la primera, se ve la expresión, la conmoción interior es visible en el exterior; en la segunda de las estructuras, el movimiento interior se intuye. La palidez exterior es como el gesto de despedida de lo interior, y el pensamiento y la fantasía se apresuran tras el fugitivo, que se oculta en lo recóndito. Esto es válido especialmente para el tipo de aflicción al que me gustaría dedicar un examen más atento: la que se podría denominar «aflicción reflejada». En este caso, lo exterior contiene como máximo solo un indicio que nos pone sobre la pista, y en ocasiones ni tan siquiera. Esta aflicción no se puede representar artísticamente, ya que el equilibrio entre lo interior y lo exterior ha desaparecido, y por lo tanto no descansa en determinaciones espaciales. Tampoco es posible representarla artísticamente en otro sentido, ya que no posee la calma interior, sino que está perpetuamente en movimiento; si bien este movimiento ni siquiera se enriquece con nuevos resultados, así pues no hay duda de que el movimiento mismo es lo esencial. Como una ardilla en su jaula, así corre en torno a sí misma, aunque no tan monótonamente como este animal, sino cambiando sin cesar en una combinación de fases internas de la aflicción. Lo que hace que la aflicción reflejada no pueda representarse como objeto artístico es que le falta la calma, que no toma una decisión, no descansa en ninguna expresión individual concreta. Como el enfermo que, en su dolor, tan pronto se echa hacia un lado como hacia el otro, así la aflicción reflejada se revuelve para encontrar su objeto y su expresión. Cuando la aflicción halla la calma, entonces el interior de la misma también va poco a poco queriendo salir, hacerse visible en lo aparente, y de esa forma se convierte en objeto para la representación artística. Cuando la aflicción posee calma y reposo, el movimiento aparece de dentro hacia fuera, mientras que la aflicción reflejada se mueve hacia el interior, igual que la sangre que huye de la superficie exterior y solo se deja intuir por la palidez apresurada. La aflicción reflejada no conlleva ningún cambio esencial en lo aparente; incluso en el primer instante de la aflicción, esta se apresura a buscar el interior, y solo un observador cuidadoso puede intuir su desaparición; después, vigila con atención que la apariencia sea tan poco llamativa como sea posible.

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