Prólogo
Cuando Rita Rey hacía de malvada en la radionovela Una beba , fue a una tienda a comprar estambre. Adentro estaban dos mujeres comentando la serie y, específicamente, su papel: “Si yo agarrara a esa muchacha con mis manos, te juro que le retorcía el pescuezo. Es odiosa. Es que ya no puedo con ella”. La otra le contestó: “Tienes toda la razón; yo te ayudaría”. Rita le contó a la periodista Bertha Zacatecas que en ese momento tuvo miedo. Mejor se salió corriendo a la calle, porque se había sabido que, en Chile, el público había reconocido a un actor que representaba villanos y lo había matado. ¡Por lo menos a ella no la reconocieron! Pero yo sí quería reconocerla, reconocer en la calle a ella y a cualquiera de las voces de la radio; las que habían aparecido en las radionovelas, las que cantaban boleros, las que leían anuncios perfumados y evanescentes. Pasaba la mirada por las fotos de los años 30, de los años 40 y me decía: “¿Cómo serán ahora? ¿No me habré cruzado ya con ellas en la calle?”.
En una ocasión, en el café San José de la calle de Ayuntamiento, el cajero me dijo: “Mira, esa señora que está sentada tomando el café es Manolita Arriola”. “¿Manolita Arriola, la creadora de Amor perdido , la voz de los discos, una de mis obsesiones entre las boleristas? ¿Me puedo sentar con usted?”. Platicamos de la xew, que por cierto estaba a unos metros. “Mira, aquí enfrente vivía Emilio Tuero. Allá en la otra calle, Wello Rivas. Todos vivíamos por aquí y nos encontrábamos todo el tiempo”. “Yo, señora Manolita, tengo una revista en donde usted aparece en la portada, y adentro usted da clases de cocina”. “No me acuerdo, ¿tú tienes mis discos?, yo grabé uno que nunca más volví a escuchar y que quisiera oír nuevamente, se llama El señor de Chalma ”. “Sí, doña Manolita”. Luego, caminamos juntos por Ayuntamiento para que ella tomara el camión en Balderas. No, Manolita Arriola no era como en mis fotos. Jamás la hubiera reconocido.
Ahí, frente a la xew, me di cuenta de que de ese lugar salían, como emanaciones, sueños que yo perseguía. Mujeres célebres y anónimas. A algunas de ellas sí las reconocían en la calle, a las hermanas Águila, una rubia y una morena, las saludaban en todas partes, les decían que qué bonito cantaban. Con Emma Telmo, la actriz de Anita de Montemar , la primera radionovela mexicana, no pasaba así. Ella contaba que fue a la premier de la cinta La virgen que forjó una patria , en la que ella trabajaba. Entonces, se escuchó su voz decir: “Juan Diego, el más pequeño de mis hijos…”, y el público a una sola voz dijo: “¡Es Emma Telmo!”, sin saber que ella estaba ahí, entre ellos. ¡Qué curiosidad la radio, que da popularidad y anonimato al mismo tiempo!
Este magnífico libro de Rita Abreu se llama Damas con antifaz : damas que decidieron (o las circunstancias decidieron por ellas) esta forma de fama, o esta forma de seguir siendo desconocidas en cierta medida. Ese antifaz es la radio, el medio que oculta y que revela, el que cubre la personalidad, la vida cotidiana, los problemas de todos los días y que muestra, al mismo tiempo, la voz y el carácter. Crea asimismo fantasías, formas de actuar, actitudes ante la vida, reflejos condicionados, respuestas previsibles. Las radionovelas fueron un curso cotidiano para vivir la vida. La radio enseñó maternidad cuando era necesario, cuando estaba en consonancia esta ideología con la repoblación del territorio.
Puesto que la vida cotidiana es una imposición, debe saberse de dónde vienen las ideas que florecen en nuestro alrededor, las que pueblan los instantes desde aquellos en que la publicidad ofrece con su voz seductora un perfume. Ay, la mano interesada de la publicidad. Si hasta quisiera regresar en el tiempo e interponerme entre la voz del locutor y el oído: ¡No compre, no adelgace con ese producto, no tome ese refresco, no se maquille con eso! Pero no, es demasiado tarde: productos Colgate han entrado a su hogar y le traen un bello mensaje de nuestros patrocinadores.
Y las radioescuchas, ellas le suben un poquito más al volumen, cuánto se aprende en las radionovelas de las seis de la tarde. Ahí se aprenden las frases que se pronunciarán en la noche. La radio es el medio de la intimidad del hogar, reinado de las ondas hertzianas. No en balde, Emilio Azcárraga dijo: “Yo inventé al ama de casa”, tremenda afirmación, aunque no carente de realidad. Ya no volverán, por suerte y por desgracia, los tiempos en que podía existir un programa que se llame La hora de la escoba y el plumero . Sería considerado misógino desde el título, pero qué tristeza porque en él cantaba Lupita Palomera con la Marimba Orquesta de los Hermanos Domínguez.
La radio es el ámbito de la mujer, en muchos aspectos: las voces de las primeras actrices de las radionovelas y radioteatros Pura Córdova, Rita Rey, Emma Telmo, Milagros del Real; las escritoras Fernanda Villeli, Caridad Bravo Adams, Catalina D’Erzell (la tía de Evangelina Elizondo); las cancioneras, miles, por todos lados, de la mañana a la noche; las telefonistas, las secretarias y las encargadas del archivo. Y hasta una directora: María Luisa Ross, la primera en alcanzar ese puesto, en la cze, la estación de la Secretaría de Educación Pública —y, además, fue novia del poeta Luis G. Urbina—. Pero sobre todo: las radioescuchas. Las felices víctimas. Las que acompañan en su martirio a Anita de Montemar, a Juanita Santos o a Como-se-llame Pero-que-sufra. Qué nervios, en Senda prohibida , Nora dijo: “Odio esta vida de estrecheces y pobreza. Estoy dispuesta a todo. Presiento que ese viejo volado me sacará de este medio. Ese corsage tan lindo le saldrá bastante caro”. Y el siguiente capítulo es hasta mañana: veintitrés horas y treinta minutos de zozobra. Por suerte, están los programas de concursos, la hora del aficionado, la Doctora corazón y los innumerables boleros, que en algo mitigan la angustia.
Rita Abreu se sumerge en ese mundo de las mujeres y la radio. Si no es ahorita, ¿cuándo será el momento? Ya andábamos tarde y sus palabras se desvanecían. Ya se habían extraviado y siempre había sido tarde, porque entonces no habían archivos, no se grababan todos los programas, las estaciones mandaban a la basura gran parte de sus registros. Las mujeres, por su parte, no tienen biografía. No deben desatender su hogar. Trabajar es una dádiva masculina que se les ofrece porque es necesario. Además, si se casan, se retiran. Los esposos ya no les permitirán actuar ni escribir. Quizá por eso Gloria Iturbe no quería casarse ni tener hijos, una condena que ata al hogar para siempre e inutiliza. Y si a eso le sumamos que la radio es de naturaleza pasajera, que se va con el instante, tenemos todo listo para la instalación del olvido.
En Damas con antifaz contemplamos el cambio de todo eso: la manera en que las mujeres se involucraron con la radio, la manera en que sus voces se volvieron la imagen sonora de un medio. Y lo más interesante: la vida de las escritoras. Cuenta Rita Abreu que cuando José Rubén Romero organizó un banquete de escritores con el presidente Ávila Camacho, no fue invitada ninguna escritora. Nelly Campobello entonces escribió: “Pero téngase por seguro que si los medios no nos faltaran, no seríamos pocas ni tan insignificantes las que nos reuniríamos para hacer presentes al primer magistrado de nuestro país los sentimientos de solidaridad que en esta hora nos animan a todos los mexicanos y mexicanas”. También se inconformaron dos mujeres de radio: Catalina D’Erzell y María Luisa Ross. Quizá se veía a las escritoras de radio como un subgénero de la indigencia intelectual.
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