Julie Klassen ama todo lo que tiene que ver con Jane —Jane Eyre y Jane Austen—. Licenciada por la Universidad de Illinois, trabajó en el mundo editorial durante dieciséis años y ahora se dedica a escribir a tiempo completo. Tres de sus libros: La institutriz silenciosa , En la casa del guarda y Fairbourne Hall han ganado el premio Christy a la mejor novela histórica. El secreto de Pembrooke Park ganó el premio Minnesota a la mejor historia de ficción. Julie ha ganado también el premio Midwest y el Christian Retailing Best, y ha resultado finalista en los premios RITA y en los premios ACFW’s Carol. Ha escrito también una trilogía, Historias de Ivy Hill , de la que La posadera de Ivy Hill es el primer libro y a la que siguen Las damas de Ivy Cottage y La novia de Ivy Green . Ella y su marido tienen dos hijos y viven en las afueras de St. Paul, Minnesota.
Una situación desesperada, un montón de viejos libros… y algo o alguien que se oculta entre ellos.
Rachel Ashford vive en Ivy Cottage con Mercy Grove. Ella es una señorita que ha ido a menos y tiene que encontrar la manera de ganarse la vida. Las mujeres del pueblo la animan a que abra una biblioteca por suscripción con los muchos libros que ha heredado y los que ha recibido en donación. Lo que no espera es encontrar un par de asuntos misteriosos entre ellos… Y menos que, quien un día le rompió el corazón, la ayude a buscar pistas.
Por su parte, Mercy hace tiempo que ha abandonado la idea de casarse y vive centrada en sus hijas. Sin embargo, de repente varios hombres parecen interesados en comprar Ivy Cottage, y sospecha que el asunto tiene que ver con Rachel. ¿Qué o quién ha atraído a esos hombres? Puede que, al buscar la respuesta, todos se lleven una sorpresa...
Las damas de Ivy Cottage. Libro 2 de la serie Historias de Ivy Hill
Título original: The Ladies of Ivy Cottage, Tales of Ivy Hill 2
Copyright © 2017 by Julie Klassen
Originally published in English under the title:
The Ladies of Ivy Cottage
by Bethany House Publishers,
a division of Baker Publishing Group,
Grand Rapids, Michigan, 49516, U.S.A.
All rights reserved
© de la traducción: Emilio Vadillo
© de esta edición: Libros de Seda, S. L.
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Diseño de cubierta: Mario Arturo
Maquetación: Rasgo Audaz
Conversión en epub: Books and Chips
Imágenes de cubierta: © Victoria Davies/Arcangel Images
Primera edición digital: agosto de 2019
ISBN: 978-84-16973-96-5
Hecho en España – Made in Spain
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Con amor, para las preciosas hijas de mi hermano,
mis queridísimas sobrinas:
Kathryn, Alexandra, Julia y Lia.
CAPÍTULO
I
Septiembre de 1820
Ivy Hill, condado de Wilts, Inglaterra
Rachel Ashford estaba a punto de llevarse las manos a la cabeza. Su educación privada con una institutriz no la había preparado para aquello. De pie, en el aula de Ivy Cottage, hizo una pausa en su discurso para observar a sus alumnas. Fanny cuchicheaba con Mabel, Phoebe jugaba con las puntas de su cabello trenzado, la pequeña Alice miraba por la ventana y Sukey leía una novela. Solamente la alumna de más edad, Anna, le prestaba atención, a pesar de ser la más educada de entre ellas y, por tanto, la que menos necesitaba sus lecciones. Siempre que Mercy impartía la clase, las niñas se sentaban con una postura perfecta y parecían asimilar cada una de sus palabras.
Estaba tentada de levantar la voz, pero respiró hondo y continuó como si no ocurriera nada.
—Siempre debéis llevar guantes en la calle, en la iglesia y en eventos formales, excepto cuando estéis comiendo. Siempre debéis aceptar con gentileza lo que os ofrezca un caballero. Nunca debéis hablar en voz muy alta o de forma grosera y…
—¡Pues es la única voz que tengo! —protestó Fanny.
Algunas de sus compañeras soltaron una risita nerviosa.
—Niñas, por favor, tratad de recordar que la risa escandalosa no es aceptable en reuniones sociales. Una dama siempre debe hablar y moverse con elegancia y buenos modales.
—Bueno, ahora no estoy en una reunión social —replicó Fanny—. Estoy con vosotras.
La profesora se mordió el labio e insistió:
—La vulgaridad es inaceptable en cualquiera de sus formas y debe reprimirse siempre.
—Entonces no se acerque a la cocina cuando el carnicero haya cobrado de más a la señora Timmons. Oirá tantas vulgaridades que se sonrojará, señorita Ashford.
Rachel suspiró. No estaba consiguiendo nada. Alargó la mano hacia su escritorio para alcanzar El espejo de la elegancia .
—Si no vais a escucharme a mí, prestad atención a lo que dice esta célebre autora. —Leyó el subtítulo—: «Consejos para mujeres sobre vestimenta, educación y buenas maneras».
—Vaya rollo —farfulló Fanny.
La señorita Ashford hizo caso omiso a la queja de la niña, abrió el libro por un pasaje marcado y leyó en voz alta:
—«La familiaridad actual presente entre los sexos es perjudicial tanto para la delicadeza como para el interés de las mujeres. La mujer es ahora tratada por los hombres con una libertad comparable a los objetos más vulgares y comunes de su entretenimiento…».
La puerta chirrió al abrirse y Rachel se volvió esperando ver a Mercy. Pero quien se encontraba en el umbral era Matilda Grove con una divertida expresión en la mirada. Tras ella estaba Nicholas Ashford con un visible gesto de incomodidad.
Rachel pestañeó, sorprendida.
—Señorita Matilda, las niñas y yo tratábamos de… aprender… una lección sobre conducta.
—Eso me parecía. Por eso le pedí al señor Ashford que subiera conmigo. ¿Qué mejor manera de instruir sobre el comportamiento apropiado entre sexos que con una demostración? Un método mucho más interesante que a través de un simple texto.
—¡Eso, eso! —intervino Fanny.
Nicholas Ashford se aclaró la garganta:
—Me dieron a entender que necesitaba ayuda, señorita Ashford. De otra manera jamás me habría atrevido a interrumpirla.
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