Pronto haría demasiado calor.
J. G. BALLARD , El mundo sumergido
Y a la asombrosa llegada del Antroceno.
El aire acondicionado es el destino.
PREFACIO
Uno de los reproches que con más frecuencia se dirigen contra el mundo académico es que vive encerrado en sí mismo y no comunica sus hallazgos o reflexiones con suficiente claridad. Seguramente sea el caso, aunque quizá el interés del público por esos hallazgos no sea tampoco demasiado grande. Sea como fuere, la relativa separación entre universidad y sociedad constituye un presupuesto de la actividad académica: solo puede estudiarse aquello de lo que uno se distancia. De ahí que el subsistema académico posea una lógica autónoma y termine por desarrollar sus propios códigos, a menudo ajenos a los que rigen en el debate público. Todo esto viene aquí a cuento porque el libro que el lector tiene en sus manos se relaciona, de dos maneras distintas, con esa problemática realidad.
Primero, el libro es el último fruto de una tarea investigadora —la mía— que ha venido ocupándose de la teoría política del medio ambiente y las relaciones socionaturales desde hace ya casi veinte años. Esto quiere decir que la mayor parte de mis artículos académicos y buena parte de mis monografías especializadas han girado en torno a este fascinante asunto, si bien casi toda esta producción ha aparecido en lengua inglesa. Así, este libro representa, un esfuerzo por hablar en castellano sobre la relación entre sociedad y naturaleza. En este caso, explorando un concepto de largo alcance sobre cuya realidad biofísica se trata cada vez más en los periódicos: el Antropoceno, una época geológica caracterizada por la transformación humana de los sistemas planetarios, en la que el cambio climático sería la principal manifestación.
Segundo, he tratado de escribir un libro accesible para el lector interesado, sin renunciar por ello a la riqueza conceptual y al esmero argumentativo. Tampoco a las referencias bibliográficas: escribimos porque otros han escrito y dejar constancia de ello me parece un acto de justicia. Sobre todo en una materia forzosamente interdisciplinar que exige incursiones en terrenos desacostumbrados para el científico social. De hecho, parte de la tarea de profesores y ensayistas consiste en traducir esa literatura a términos inteligibles para el ciudadano; pero también en reprocesar los hallazgos de las ciencias naturales con el fin de hacer posible el debate público acerca de sus significados e implicaciones. Dicho esto, las notas son exclusivamente bibliográficas y figuran al final del texto, a fin de facilitar una lectura sin interrupciones.
Por lo demás, si bien recibí las primeras noticias del Antropoceno durante mi estancia en el Rachel Carson Center de Múnich en el año 2011, he terminado de completarlas en la primavera de 2017 en el Department of Environmental Studies and Animal Studies de la Universidad de Nueva York. Allí pude acceder a la última bibliografía sobre el tema y empezar a redactar un libro concluido durante un verano menos caluroso de lo esperado. Quede constancia aquí de mi agradecimiento a los colegas que en ambas instituciones contribuyeron, con su hospitalidad y su conocimiento, a su gestación de este trabajo. También al profesor Ángel Valencia, pionero de la teoría política medioambiental en nuestro país, con quien comparto objeto de estudio en la Universidad de Málaga, así como a los colegas internacionales que comparten estas inquietudes y se prestan a discutirlas en los congresos académicos. A mi editor, Miguel Aguilar, le agradezco que confiase en mí y apostara por un tema no exento de riesgo; a Elena Martínez Bavière y a sus colegas en Taurus, su impecable profesionalidad.
Málaga, 4 de septiembre de 2017
INTRODUCCIÓN
LA ERA HUMANA Y SUS PELIGROS
Pocos accidentes han sido más fértiles en el plano simbólico que la explosión del reactor número 4 de la planta nuclear de Chernóbil, que tuvo lugar el 26 de abril de 1986 en la Ucrania soviética. En su momento, la catástrofe fue interpretada como un síntoma del declive de la URSS frente a la pujanza de las sociedades occidentales. Pronto, sin embargo, se convirtió también en una advertencia sobre los riesgos que, para la especie humana, comportan sus propias creaciones tecnológicas. Desde ese punto de vista, la central nuclear soviética representa un renglón torcido en la ambigua historia de la modernidad: una advertencia sobre nuestra eterna condición prometeica. ¡Prohibido coger la manzana! Sin embargo, cuando parecía que su significado estaba ya cerrado, se descubrió que algo nuevo había sucedido en Chernóbil durante los últimos treinta años; algo que ponía inesperadamente en relación ese lugar emblemático con el último episodio de la larga trayectoria humana: la llegada del Antropoceno.
Es sabido que, a causa de la contaminación radiactiva provocada por el accidente, 116.000 personas hubieron caza, la agricultura y la actividad forestal— son mucho peores. Entre otras cosas, Chernóbil constituye la melancólica demostración de que el planeta, después de haber sido transformado en profundidad por el ser humano, seguirá, pese a todo, adelante sin nosotros.
Sin embargo, las resonancias simbólicas no terminan ahí. El Antropoceno designa una nueva época geológica cuyo rasgo central es la disminución de la pobreza, el aumento de la esperanza de vida y la mejora material generalizada de las sociedades humanas. ¿Qué pensar? He aquí la enésima prueba de que el proyecto moderno rara vez admite juicios tajantes: la ambivalencia es su bandera. Y con ella, queramos o no, hemos de manejarnos.
Ahora bien, ¿a qué se reduce la modernidad, un periodo que comprende, aproximadamente, tres siglos de nuestra historia, dentro del marco de la transición que conduce del Holoceno al Antropoceno? ¿Y qué decir de toda la historia de la humanidad, y hasta de la historia de la vida evolutiva, al lado de la temporalidad cósmica propia de un sistema terrestre cuya desestabilización empezamos a presenciar? Si el planeta comienza a dejar atrás las condiciones ambientales que hicieron posible el nacimiento de la civilización humana, ¿no se diluye el protagonismo de nuestra especie en cuanto el tiempo profundo del planeta se hace presente? ¿Y no existe entonces, en la designación de la nueva época, una involuntaria ironía consistente en que se nos entrega el bastón de mando del planeta cuando este ya no se deja dirigir? ¿Se trata acaso de un dramático desajuste entre las condiciones objetivas de la vida humana y su percepción subjetiva ? Si así fuera, ¿puede el advenimiento del Antropoceno modificar el tenor de una conversación pública demasiado humana que apenas mira más allá del próximo ciclo electoral? ¿O seguiremos nuestro rumbo despreocupados hasta estrellarnos como el Titanic , ese otro gran símbolo de la modernidad occidental? A decir verdad, nada está escrito, y ni siquiera puede descartarse un desenlace positivo que conduzca a la especie humana a una fase ulterior de su evolución, en el interior de un planeta transformado, pero no —o al menos no todavía— poshumano. Para que esto sea posible, debemos tomarnos el Antropoceno en serio. Y eso es, justamente, lo que este libro pretende.