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SINOPSIS
Que el hombre debería tener dominio «sobre toda la tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre ella» es una profecía convertida en realidad. Tan generalizado es el impacto de los humanos en el planeta que hemos categorizado la época en que vivimos como una nueva época geológica: el Antropoceno.
Elizabeth Kolbert se ha convertido en una de las escritoras más influyentes sobre el medio ambiente. Ahora investiga los inmensos desafíos que enfrenta la humanidad mientras luchamos por revertir, en cuestión de décadas, los efectos que hemos ocasionado en la atmósfera, los océanos, los bosques, los ríos y en la topografía misma del globo. En Bajo un cielo blanco Elizabeth Kolbert analiza detenidamente el nuevo mundo que estamos creando y, en el camino, se encuentra con biólogos que están tratando de preservar el pez más raro del mundo, que vive en una pequeña piscina en medio del desierto de Mojave; ingenieros que están convirtiendo las emisiones de carbono en piedra en Islandia; investigadores australianos que están tratando de desarrollar un súper coral que pueda sobrevivir en un globo más caliente; y físicos que están contemplando la posibilidad de lanzar pequeños diamantes a la estratosfera para enfriar la tierra, cambiando el color del cielo de azul a blanco.
Si en La sexta extinción exploró las formas en que nuestra capacidad de destrucción ha remodelado el mundo natural, ahora examina cómo el mismo tipo de intervenciones que han puesto en peligro nuestro planeta pueden ser la única esperanza de salvación. A la vez inspirador y aterrador, Bajo un cielo blanco es un examen completamente original de los desafíos a los que nos enfrentamos, ahora como creadores de una nueva naturaleza.
Bajo un cielo blanco
Cómo los humanos estamos creando
la naturaleza del futuro
Elizabeth Kolbert
Traducción castellana de
Joan Lluís Riera
CRÍTICA
BARCELONA
A mis chicos
A veces desliza su martillo por las paredes, como si pudiera con ello dar la señal que pondría en movimiento la gran maquinaria de salvación. No será así —el rescate se producirá a su debido tiempo, sin depender del martillo—, pero siempre es algo, algo concreto, una garantía, algo que puede besarse, como no podrá besarse jamás la propia salvación.
F RANZ K AFKA
Río abajo
1
Los ríos nos regalan buenas metáforas, incluso demasiado buenas. Pueden ser turbios, cargados de ocultos significados, como el Misisipi, que Twain retrató como «el más lúgubre y grave material de lectura». Pueden simbolizar el tiempo, el cambio, hasta la propia vida. «No se puede entrar dos veces en el mismo río», nos cuentan que dijo Heráclito, a lo que uno de sus seguidores, Crátilo, parece que replicó: «Ni siquiera se puede entrar una sola vez en el mismo río».
Hoy hace una mañana llena de luz después de varios días de lluvia, y el río no tan río por el que navego es el Canal Sanitario y de Navegación de Chicago. Tiene una anchura de unos cincuenta metros y discurre tan derecho como una regla. Sus aguas, de la tonalidad del cartón viejo, están salpicadas de envoltorios de chucherías y trozos de poliestireno. Esta mañana el tráfico lo forman barcazas que transportan arena, grava y productos petroquímicos. La excepción es la nave en la que me encuentro, un barco de recreo bautizado City Living.
El City Living tiene banquetas de color blanco crudo y un toldo de lienzo que chasquea con elegancia en la brisa. A bordo se encuentran también el capitán del barco y varios miembros de un grupo que se hace llamar Amigos del Río Chicago. No son ningunos aprensivos; a menudo sus salidas les obligan a caminar con el agua contaminada hasta las rodillas para tomar muestras de coliformes fecales. Pero nuestra expedición nos va a llevar por el canal mucho más lejos de lo que ninguno de ellos ha llegado antes. Todos están emocionados y, a decir verdad, un poco asustados.
Hemos alcanzado el canal desde el lago Michigan por la rama sur del río Chicago, y ahora nos dirigimos al oeste, pasando junto a montañas de sal para carretera, mesetas de chatarra y morrenas de oxidados contenedores de transporte. Justo al traspasar los límites de la ciudad, bordeamos las tuberías de los emisarios de la planta de Stickney, de la que se dice que es la mayor depuradora de aguas residuales del mundo. Desde la cubierta del City Living no alcanzamos a verla, pero sí a olerla. Conversamos sobre las lluvias recientes, que han saturado el sistema de colectores y plantas depuradoras de la región dando lugar a lo que se conoce como «desbordamientos del alcantarillado mixto», y especulamos sobre qué vamos a encontrar flotando. Alguien pregunta si no veremos algún pez blanco de Chicago, que es como llaman aquí a los condones usados. Avanzamos despacio hasta que, por fin, el Canal Sanitario y de Navegación se une a otro canal, el que se conoce como Cal-Sag. En el punto donde se juntan las aguas hay un parque en forma de V con unas pintorescas cascadas. Como casi todo en nuestra ruta, no son naturales, sino construidas.
Si Chicago es la Ciudad de Anchas Espaldas, el Canal Sanitario y de Navegación es su Descomunal Esfínter. Antes de que fuera excavado, todos los residuos de la ciudad (excrementos humanos, boñigas de vaca, heces de oveja, vísceras putrefactas de los mataderos) acababan en el río Chicago, que en algunas secciones acarreaba tal densidad de inmundicia que se decía que una gallina podía pasar de una ribera a la otra sin mojarse las patas. Desde el río, los desperdicios acababan vertiéndose al lago Michigan, que era —y es— la única fuente de agua potable de la ciudad. Los brotes de tifus y cólera eran frecuentes.