ADVERTENCIA
Á fin de dar una aproximada idea del escenario en que han surgido ó se han perdurado las Leyendas que damos en este librito, lo empezamos con una ligera noticia sobre el territorio de Misiones y la raza Guaraní, desde la época del descubrimiento del rio de la Plata; resúmen de lo escrito anteriormente por los mas distinguidos historiadores.
Hemos creído que el conocimiento del lugar de los sucesos contribuirá á ayudarnos, para que las narraciones no sean tomadas como simples cuentos y de ellas resulte alguna enseñanza.
Nos apresuramos sin embargo á hacer constar que si este trabajo merece algún elogio, no es á nosotros á quien corresponde recibirlo, pues lo que se ha hecho ha sido simplemente dar forma á la ficción popular, prefiriendo las tradiciones que hemos creído de origen anterior á la conquista española ó las que más nos han llamado la atención.
EL AUTOR.
FILIBERTO DE OLIVEIRA CÉZAR Y DIANA (26 de junio de 1856 en Villaguay, provincia de Entre Ríos, Argentina - 8 de enero de 1910, Tigre, provincia de Buenos Aires) fue un militar, político, diplomático y escritor argentino.
Realizó sus estudios secundarios en el Colegio del Salvador de la Ciudad de Buenos Aires. Trabajó de inspector de la Provincia de Buenos Aires y más tarde de la Nación Argentina.
En 1879 Hizo una expedición al Chaco Boliviano, y en 1880 acompañó a Carlos Tejedor en la revolución que este encabezó contra el gobierno de Nicolás Avellaneda donde fue nombrado Teniente Coronel de guardias nacionales y resultó herido en combate.
Ocupó importantes cargos en la localidad de San Pedro, Provincia de Buenos Aires, siendo factor preponderante en el progreso de la misma y debiéndosele a él importantes mejoras de índole edilicia y técnica. Allí fue intendente municipal por dos períodos y varias veces presidente del Consejo Deliberante.
Falleció en Buenos Aires el 25 de noviembre de 1910, siendo sepultado en el Cementerio de la Recoleta.
LA CADENA DE ORO
ACE mas de dos siglos existía al Norte de la Provincia de Corrientes un caserío compuesto de ranchos de naturales y un convento de piedra donde hacían penitencia algunos frailes jesuítas.
Aquel villorio llamábase la estancia Asunción, y entre los indios, Carai-Matías era primera persona, porque poseía caballos y animales domésticos, tenía el rancho mas espacioso y cómodo, hablaba el castellano y era casado con Ñá-Maura, mujer hacendosa y buena, que había sido educada en las santas prácticas de la religión católica apostólica romana; prácticas de las que tampoco permitía se alejara su hija única la hermosa Taca (luciérnaga) que llamaba la atención de criollos y naturales, y á quien pretendía en casamiento un indio jóven y trabajador que respondía al nombre de Colás.
Na-Maura y su hija, no faltaban jamás á las fiestas religiosas que se sucedían diariamente en el convento; y el padre Froilan, que era Rector y Guardian de la Santa Casa, se había prendado tanto de las virtudes de Taca y su madre, que con mengua tal vez, de sus ocupaciones místicas, hacía cuanto le era posible y estaba en su mano para que aquella familia no se desviara de la senda de la virtud y de las sanas prácticas por donde es sabido que las almas piadosas se ván derecho al cielo.
El buen sacerdote se hizo confesor y consejero de Carai-Matías, su mujer y su hija, y si dedicaba mas tiempo y laboriosidad á la confesión de la muchacha, era porque esta tiraba mas á folgar con las otras indias y se encontraba mejor en las danzas de los naturales que en los interminables rosarios, pláticas y confesiones á que el director espiritual quería someterla por via de purificación.
Taca tenía compromiso secreto con Colás, indio jóven, que cuando no andaba de correrías por los bosques, buscando miel silvestre ó cacerías, se encontraba con ella y pasaban dulcemente parte de la noche en amorosa plática, ocultos ambos por los espléndidos cortinajes de las hojas de los bananos que abundaban en la huerta de Carai-Matías.
La muchacha, después, en la confesión, y porque nada quedase que pudiera influir para la perdición de su alma, narraba candorosamente cuanto le había ocurrido ó dicho su prometido en las deleitosas citas, y el reverendo padre la exhortaba para que abandonase aquellos peligrosos encuentros, que halagaban tan solo las malas tendencias de la carne, y se entregase de lleno á la oracion, ante la imágen de la Asunción que tenía en el altar del Convento.
Habíase establecido una difícil situación para la muchacha; consecuencia del choque de dos fuerzas igualmente poderosas que, según las circunstancias del momento, luchaban y se vencían parcialmente, sin poder conquistar ninguna de ellas el predominio absoluto de aquella voluntad de criatura.
Para Taca habíase hecho inconciliable la salvación del alma en una vida remota y eterna, pero que se le describía con detalles que no le dejaban lugar á dudas, y el cariño de Colás que cada dia se hacía mas irresistible y de cuyo lado estaban todas las ternuras de su corazón y los dulces ensueños de una felicidad real y presente, cuyos amables preludios la fascinaban, arrullándola como las brisas y el calor matinal á las flores del campo.
El padre Froilan, conocedor del corazón humano y de las exigencias de un torrente de cariño juvenil y contenido que bullía en la naturaleza de su penitente, fué consultado un dia en confesión, en un momento de esos pecaminosos en que al fin el hombre, conjunto irregular de espíritu y materia, obedeciendo á leyes inquebrantables y superiores, obra inconscientemente dejando en acción á los instintos.
El reverendo padre, en un rapto de elocuencia real, valiéndose de su palabra acostumbrada á convencer, ofreció á la joven las glorias inmarcesibles de la vida eterna y las riquezas incalculables de la presente, que poseía secretamente, siempre que se dejase guiar por él, en persona, á deliciosos parajes, donde solo podía existir la felicidad más completa para ambos.
Taca, impresionable é inexperta en las cosas de la vida, acostumbrada por educación á no dudar de las afirmaciones que le hacía el santo varón y dispuesta á creer porque era buena, cuanto se la prometía de agradable para el porvenir, aceptó sin vacilar la proposición del fraile, que aquella misma noche, acompañado de su hija de confesión, desapareció del convento y del villorrio, yendo á buscar en ignorados sitios la completa felicidad y los dulces encantos largo tiempo ambicionados.
Ña-Maura y Carai-Matías que no encontraban á Taca el dia siguiente, la buscaron por diversas chozas y pusieron en conmoción á los pacíficos vecinos.
Los frailes á su vez, no sabían del padre Froilan y pensaron quo podía haberle ocurrido alguna desgracia, tal como haberse extraviado en el bosque, víctima del fervor con que muchas veces se entregaba á las piadosas oraciones.
Poco tardó en saberse y comentarse por todos la coincidencia de aquellos dos extraviados, y los frailes llegaron á indignarse cuando descubrieron que no solo había desaparecido el padre Froilan, sino que por obra de encantamiento ó del demonio, no había una alhaja en el templo, de las que servían vistosamente para dar mas realce y mérito á los maderos tallados que en los altares hacían las veces de santos.