Fernando Díaz-Plaja - Otra Historia de España
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- Libro:Otra Historia de España
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Otra Historia de España: resumen, descripción y anotación
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El adjetivo «otra» tiene aquí un doble significado. Por el primero, alude a que esta historia es una más en la larga retahíla que, durante siglos, han intentado explicarnos nuestro pasado.
En su segunda acepción «otra» equivale a diferente. He querido relatar lo que hasta hoy ha ocurrido en este país aplicando cierta lógica, y hasta me atrevería a decir, cierto sentido común, a las hazañas de nuestros antepasados. En este aspecto, creo que este relato se parece poco a las historias al uso aunque nazca de las mismas fuentes…, quizás analizadas aquí de forma diversa.
En todo proceso histórico, como en toda vida, hay puntos culminantes y hondonadas de menor importancia. Este libro atiende más a los primeros, dando por sabidos muchos detalles de reyes, batallas, paces, guerras y matrimonios. En este aspecto esta obra no es un «Manual» porque presupone en los lectores un conocimiento previo, en líneas generales, de lo que ha sucedido en España desde los primeros tiempos…, conocimiento que intento, si no corregir, al menos matizar.
Bravas y enérgicas palabras. Las más antipolíticas también; las menos previsoras. Para España fueron fatales porque significaron olvidar los intereses nacionales por una idea supranacional que ahora, sin aquella pasión, vemos como puramente cultural. Luchar contra la Reforma significaba desperdigar la sangre y el dinero de España y de sus Indias por todo el mundo, y eso suponiendo que el mundo, dividido claramente en católicos y protestantes, hubiera proporcionado unos aliados seguros. El rey francés, el Papa…
El rey francés, era su enemigo personal político. Cuando no luchaban directamente lo hacían a través de sus respectivos protegidos en Alemania, y especialmente en Italia a donde llegaban, el uno tras las huellas de Carlos VIII, y el otro, de Fernando de Aragón. La baza decisiva se llamó Pavía.
Para los franceses fue una tragedia y, como se acostumbra en estos casos, se habló de traición. Según un poeta, la culpa fue de los lansquenetes, que dejaron de combatir.
O la jausse canaille!, lis ont le roi trompé
au point de la bataille n’ont point voulu frapper.
Le noble roi de France ils ont abandoné.
(LEROUX DE LINCY).
Hubo, además, un elemento humano, novelesco. Entre los vencedores de Pavía estaba un tránsfuga, el condestable de Borbón, que quiso saludar al rey, después de su derrota. Francisco I volvió los ojos hacia otro lado, murmurando «Dios, dadme paciencia»; en la misma línea medieval que hacía del rey el primer caballero cargando lanza en ristre, se le llamó Rolando y, al condestable, el traidor Ganelón.
No había, como hoy, el sentido de lo nacional. La traición de que acusaban al condestable, más que la de un francés, era la de un vasallo que deja a su señor natural para ponerse al lado de sus enemigos. Cuando cayó en el asalto a Roma, dos años después, se alboroza el mismo poeta:
Bourbon, quoi me l’on dit.
II fut blessé á mort
un coup d’artillerie
fut son dernier remord.
(LENIENT: La satyre politique en France).
La verdad es que fue derribado de un tiro de arcabuz, cuando se lanzaba escala arriba a tomar la muralla; Benvenuto Cellini, en sus Memorias, se atribuye la paternidad de ese tiro.
En principio la idea era bella. Revivir el Imperio romano como lo había intentado Carlomagno. Un hombre solo y «elegido por Dios», no se olvide, cuida de la grey católica. Hernando de Acuña lo advierte en el conocido soneto solicitando para el mundo: Un monarca, un imperio, y una espada.
Se exalta Ávila y Zúñiga:
«Carlomagno en treinta años sojuzgó a Sajonia, y el emperador, en menos de tres meses fue el señor de toda ella».
(Comentarios de la guerra de Alemania).
Pedro Mártir de Angheria, entre otros, le llamará siempre César. Es la potestad civil; a su lado, el pontífice es la potestad religiosa. Pero César, Julio César, era, al mismo tiempo, la fuerza civil y la espiritual, el emperador y pontífice, «el que hacía puentes». En él la autoridad civil se robustecía religiosamente.
La separación de poderes no podía resultar porque el Papa era, además, rey, con unos Estados que defender y que proteger. Y esos Estados estaban oprimidos por los dominios imperiales. Al Norte, Milán y las ciudades-estado como Florencia, Siena, en las que el duque cobraba un subsidio para mantenerse al lado del emperador, un poco a la manera en que los Estados Unidos de hoy protegen a Estados asiáticos y sudamericanos. Al Sur, tenía el Papa el estado de Nápoles y de Sicilia, que eran también de Carlos. Con la herencia imperial al Norte y la real al Sur, el pontífice estaba obligado a aceptar lo que quisiera el hombre nacido en Gante. El Papa quiso sacudirse el dogal varias veces y una de ellas acabó en el escándalo internacional llamado el saco de Roma.
Cayeron sobre la Ciudad Santa súbditos del emperador, españoles y alemanes. Pero éstos en gran número eran protestantes y si el destrozo material fue grave, el moral lo fue mucho más. Hubo que recurrir a toda la propaganda escrita que ya estaba iniciándose, porque la gente empezaba a leer. A las acusaciones de los enemigos del emperador, contesta Alfonso de Valdés con su Diálogo de las cosas ocurridas en Roma. Como buen propagandista une verdades y mentiras, acepta a medias las acusaciones que puede rebatir y no las difíciles de contestar. Por ejemplo, «Lactancio», que es Valdés, dice que no había luteranos que fueran a Roma porque «los envió el rey don Fernando, hermano del emperador que persigue a los luteranos». Más firme está en otros momentos de la polémica. Clemente VII buscó la guerra en lugar de la paz con quien era el defensor de su Iglesia —Carlos— pero, además, como san Agustín, Valdés ve en la entrada de los bárbaros en Roma un castigo a la corrupción, una como necesaria purga a la falta de espíritu cristiano que había invadido la capital de la cristiandad. La defensa del rey se convierte en un programa renovador de la Iglesia. Combate el culto a las reliquias —que, sobre ser a menudo falso, distrae a los fieles de pensar en Jesucristo—. Y el lujo. El oro y la plata no fueron empleados por Jesús y sus apóstoles y deben ir a los pobres. Critica también el número infinito de fiestas de precepto y, por fin, el concubinato de los clérigos… a lo que opone el otro personaje, el Arcediano, que… «todos son hombres».
Las teorías de «Lactancio» son eco del intelectual más importante de la época: Erasmo de Rotterdam, el primer gran reformador de la Iglesia, padre espiritual de Lutero, pero que se detuvo precisamente donde éste se lanzó, el que preconizó un cambio total de estructuras de la Iglesia, pero sin llegar a la ruptura.
Los párrafos de unas cartas del primero al segundo darán idea de la diferencia de temperamento y carácter de los dos reformadores. Escribe Erasmo a Lutero (Lovaina, 30 mayo de 1519):
… No encontraré palabras para expresar la conmoción que tus libros han ocasionado aquí. No puedo extirpar la sospecha de que tus libros han sido confeccionados con mi ayuda y que yo soy el abanderado de ese partido como ellos le llaman… yo declaré que erais absolutamente desconocido para mí, que no he leído vuestros libros y, por ello, no he aprobado ni desaprobado nada contenido en ellos… en cuanto a mí, me mantengo neutral mientras es posible… el mejor medio de ayudar al florecimiento de la alta cultura, y me parece que puede hacerse más con cortesía que con violencia… Es más sensato gritar contra los que abusan de la autoridad del Papa que contra el mismo Papa y creo que debemos actuar de la misma forma con los reyes.
A la incapacidad de Erasmo para llevar a término sus conclusiones se le ha llamado cobardía y, evidentemente, no era ningún héroe. Podía ser también que no tuviese demasiado en común con un discípulo que, a esa petición de cortesía, contestaba llamando a Roma la gran prostituta. Cuando ya se ha consumado la escisión europea, en 1526, Erasmo contesta así a una carta amable de su ex discípulo:
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