PENSAMIENTO HERDER |
Dirigida por Manuel Cruz |
Roberto Esposito
Comunidad, inmunidad y biopolítica
Traducción de Alicia García Ruiz
Herder
Título original: Termini della politica. Comunità, immunità, biopolitica
Traducción: Alicia García Ruiz
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
Maquetación electrónica: produccioneditorial.com
© 2008, Roberto Esposito
© 2009, Herder Editorial, S. L.
© 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-3080-0
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Índice
Prólogo
De lo impolítico a la biopolítica
1. Me parece útil, a fin de presentar esta edición española –debida a la atención y a la estima de mi amigo Manuel Cruz–, sintetizar en algunas páginas el itinerario filosófico que recorre el presente libro. De lo impolítico a la biopolítica, a través de la dialéctica antinómica entre comunidad e inmunidad: éstos son algunos de los nodos fundamentales de una línea de investigación que inicié hace por lo menos veinte años y que en absoluto está agotada, de próxima aparición en castellano. El hecho de que también esta última categoría de lo impersonal –como ya sucedió con la de lo impolítico– nazca con un carácter negativo, asumiendo sentido sólo a partir de su contrario, testimonia una primera relación de mis reflexiones con aquella modalidad de pensamiento que, sobre todo a partir de Derrida, ha tomado el nombre de «deconstrucción».
No obstante, para entender el significado que desde el principio atribuí al término de impolítico
¿Por qué, desde entonces, esta sensación de vacío, este desecamiento semántico de nuestros términos políticos? Naturalmente, para responder a tales preguntas se podrían invocar las grandes transformaciones históricas que han convulsionado el escenario internacional tras las dos guerras mundiales y, no con menor fuerza, los cambios operados en las dos últimas décadas. Yo creo, sin embargo, por no dar una respuesta reductora o parcial, que debemos referirnos a una dinámica de más larga duración, que concierne a todo el léxico político moderno, de modo inseparable a todo aquello que Heidegger reconoció en la constitución misma del lenguaje conceptual de nuestra tradición. Aunque no podemos entrar a fondo aquí en esta cuestión, digamos que el carácter metafísico de la filosofía política moderna se revela en su tendencia a identificar el sentido de las grandes palabras de la política con su significado más inmediatamente evidente. Es como si la filosofía política se limitase a una mirada frontal, directa, a las categorías de la política, siendo incapaz de interrogarlas de manera transversal, de sorprenderlas por la espalda, de remontar hasta las fuentes de su sentido y, de este modo, hasta lo impensado mismo. Todo concepto político posee una parte iluminada, inmediatamente visible, pero también una zona oscura, que sólo se dibuja por contraste con la de la luz. Puede decirse que la reflexión política moderna, deslumbrada por esa luz, ha perdido completamente de vista la zona de sombra que recorta los conceptos políticos y que no coincide con el significado manifiesto de éstos. Mientras este significado es siempre unívoco, unilineal, cerrado sobre sí mismo, el horizonte de sentido, en cambio, es mucho más amplio, complejo, ambivalente, capaz de contener elementos recíprocamente contradictorios. Cuando se reflexiona sobre ellos, todos los conceptos más influyentes de la tradición política –poder, libertad, democracias– ponen de manifiesto que poseen en el fondo este núcleo aporético, antinómico, contradictorio; están expuestos a una verdadera batalla por la conquista y la transformación de su sentido.
Precisamente es este elemento contradictorio lo que capta la atención de la perspectiva de lo impolítico. ¿De qué modo y con qué propósito? Ante la dificultad de definirla en positivo –dar una definición completa de lo impolítico acabaría por convertirla en su opuesto, en una categoría de lo político– se puede decir mejor aquello que no es que lo que es. Lo impolítico no es una ideología, porque desmonta todas las oposiciones tradicionales de la política moderna –empezando por las de izquierda y derecha, conservación y progreso, reacción y revolución. Pero lo impolítico tampoco es una filosofía de la política porque no instituye, sino que más bien critica, toda relación funcional, instrumental, entre filosofía y política, ya sea entendida como condicionamiento de la filosofía por la política o como prescripción de la política por la filosofía. Lo impolítico, en suma, no tiene nada de postura meramente apolítica o antipolítica, porque no contrapone a la política ningún valor trascendente o superior. Eso no es óbice para que exista una esfera externa al conflicto político y a las fuerzas que lo determinan, pero –y he aquí su elemento característico– lo impolítico rehúsa al mismo tiempo toda forma de legitimación ética, o incluso teológica, de tales fuerzas; toda tentativa de conferir valor al hecho desnudo de la política, es decir, al enfrentamiento por el poder. El ejercicio del poder –que constituye el fondo primario e ineliminable de lo político– no tiene alternativa en la civitas humana. Puede ser regulado, contenido dentro de reglas que eviten unos efectos demasiado destructivos, pero no puede ser eliminado en cuanto tal. Y, sin embargo, esto no significa que pueda ser representado como un bien o, incluso como el Bien, desde el momento en el que el Bien, en cuanto tal, es irrepresentable en el lenguaje de la política, siempre conflictiva como el resto de nuestra alma: dividida, lacerada por deseos, instintos y pasiones a veces irreconciliables.
Esta imposibilidad de representar el Bien, la justicia, el valor último, está rigurosamente custodiada por lo impolítico como algo insuperable. De ahí la oposición respecto a toda forma de teología política: ya sea la católica –que precisamente propone, o al menos admite, un plano de superposición entre poder y bien– o ya sea la teología política moderna, de derivación hobbesiana –que, por el contrario, produce una progresiva despolitización neutralizadora. El lugar específico de lo impolítico –lugar, como ya se ha dicho, negativo, intraducible a términos positivos– se sitúa en la distancia crítica entre despolitización moderna y teología política.
Así, rehusando la lógica hobbesiana de neutralización del conflicto y situándose de este modo en sus antípodas, la perspectiva de lo impolítico rechaza igualmente todo retorno a la antigua representación teológico-política, toda declinación de lo político en términos de valor y todo lugar trascendente de fundación de lo político. Lo impolítico excluye la existencia de realidad alguna que escape a las relaciones de fuerza y de poder. Por eso, la extensión del poder coincide con la de la realidad. Es esto lo que prohíbe entender lo político bajo cualquier acepción dualista, como algo que positivamente se contrapusiera desde el exterior al lenguaje del poder. En este sentido, el punto de vista de lo impolítico se identifica con el gran realismo político que parte de Maquiavelo o, antes aún, de Tucídides, pero contemplado desde su reverso: desde los márgenes mudos a partir de los cuales se traza toda palabra de la política, desde el confín invisible que circunda la acción política como su límite infranqueable. Lo impolítico es el no-ser de lo político, aquello que lo político no puede ser, o convertirse, sin perder su propio carácter constitutivamente polémico.