AGRADECIMIENTOS
D ocenas de amigos y de colegas contribuyeron a concebir y a desarrollar este libro. Estoy especialmente en deuda con cuatro científicos que acogieron la idea de la evolución mineral en 2008, cuando estaba en sus primeras etapas. El mineralogista Robert Downs, un viejo amigo y colaborador, me brindó su vasta experiencia en el tema de la naturaleza y la distribución de los minerales. El petrólogo John Ferry, de la Universidad Johns Hopkins, a quien conozco desde nuestros días de estudiantes de maestría, contribuyó con un sofisticado marco teórico para la nueva aproximación a la mineralogía. El geobiólogo Dominic Papineau, exmiembro posdoctoral del Laboratorio de Geofísica y actualmente académico del Boston College, fue uno de los primeros defensores de la idea de la evolución mineral y uno de sus críticos más perspicaces, a pesar de las objeciones de sus otros mentores de Carnegie. El geoquímico Dimitri Sverjensy de la Universidad Johns Hopkins, mi colega profesional más cercano en los últimos años, aportó una enorme cantidad de ideas al desarrollo conceptual de la evolución mineral. Estos cuatro amigos fueron los primeros partidarios de la idea de la evolución mineral, y todos han sido colaboradores elocuentes y efectivos. Este libro no habría sido posible sin su ayuda.
Aprendimos cosas invaluables del geólogo del precámbrico Wouter Bleaker, de la Geological Survey de Canadá; del experto en meteoritos Timothy McCoy, de la Smithsonian Institution, y de la autoridad en biomineralogía Hexiong Yang, de la Universidad de Arizona. Ellos nos acompañaron en la publicación inicial de estas ideas. Las colaboraciones posteriores con David Azzolini, Andrey Bekker, David Bish, Rodney Ewing, James Farquhar, Joshua Golden, Andrew Knoll, Melissa McMillan, Jolyon Ralph y John Valley han amplificado el concepto y nos han llevado en direcciones nuevas y emocionantes. Estoy especialmente agradecido con Edward Grew, cuyos estudios sobre la evolución de los minerales de los elementos raros berilio y boro ha llevado el campo a un nuevo nivel cuantitativo.
No podría haber emprendido la escritura de este libro de no ser por mis muchos colegas en el campo de estudio del origen de la vida. Mis agradecimientos especiales para Henderson James Cleaves, George Cody, David Deamer, Charlene Estrada, Caroline Jonsson, Christopher Jonsson, Namhey Lee, Kataryna Klochko, Shohei Ono y Adrian Villegas-Jimenes. También me beneficié enormemente de mis colaboraciones con el paleontólogo de Harvard Andrew Knoll y con varios de sus socios, en particular Charles Kevin Boyce y Nora Noffke, así como Neil Gupta.
Recibí un apoyo infatigable de mis colegas Connie Bertka, Andrea Magnum y Lauren Cyran, del Observatorio de Carbono Profundo, así como de Jesse Ausubel de la Alfred P. Sloan Foundation, que proporcionó un apoyo muy generoso para lanzar este esfuerzo global. A ellos les tocó aguantar mis distracciones mientras trabajaba en este libro. Mis colegas en la Universidad George Mason, en especial Richard Diecchio, Harold Morowitz y Jamez Trefil, entablaron conmigo muchas discusiones estimulantes durante el desarrollo del concepto de la evolución mineral. También estoy agradecido con Russell Hemley, director del Laboratorio de Geofísica, que me ha ofrecido un apoyo incondicional para la realización de este proyecto.
Muchos científicos me ofrecieron asesoría e información invaluables durante la investigación para este libro. Agradezco a Robert Blankenship, Alan Boss, Jochen Brocks, Donald Canfield, Linda Elkins-Tanton , Erik Hauri, Linda Kah, Lynn Margulis, Ken Miller, Larry Nittler, Peter Olson, John Rogers, Hendrick Schatz, Scott Shepard, Steve Shirey, Roger Summons y Martin van Kranendonk.
Le agradezco a la editorial Viking y al equipo de producción su entusiasmo y su profesionalismo durante el desarrollo de esta obra. Alessandra Lusardi fue su primera defensora y me dio consejos fundamentales durante su fase de desarrollo. Liz Van Hoose me proporcionó una guía editorial invaluable y acompañó el manuscrito hasta su estado definitivo con creatividad, eficiencia y buen humor. También me gustaría agradecer a Bruce Giffords y a Janet Biehl.
La idea original de este libro fue desarrollada en colaboración con Eric Lupfer de William Morris Endeavor, que me ha proporcionado un análisis reflexivo, asesoría oportuna y apoyo constante en cada etapa del proyecto. Estoy en deuda con él.
Margaret Hazen me ayudó durante el desarrollo de la idea de la evolución mineral, desde mucho antes de su primera aparición, el 6 de diciembre de 2006, y hasta la presentación de este volumen. Su ojo de águila y su contagioso entusiasmo en el campo, sus sabios consejos y sus críticas incisivas de todos mis manuscritos, su alegría espontánea y su simpatía en respuesta a los éxitos y a los fracasos de una intensa carrera como investigador han mantenido vivo este esfuerzo.
ROBERT HAZEN (Maryland, Estados Unidos de América -01 de noviembre, 1948) tiene la cátedra Clarence Robinson de Ciencias de la Tierra en la Universidad George Mason y es investigador senior en el Laboratorio de Geofísica del Instituto Carnegie, en Washington. Estudió Geología en el MIT y posee un doctorado en Ciencias de la Tierra por Harvard. Es autor de más de 350 artículos especializados y de numerosos libros, entre ellos el best seller Science Matters. Actualmente vive con su esposa en Glen Echo, Maryland.
EDAD DE LA TIERRA (miles de millones de años)
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| Eón Hadeano | Eón Arqueano | Eón Proterozoico | Eón Fanerozoico |
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Capítulo 1
El nacimiento
La formación de la Tierra
Los miles de millones de años previos a la formación
de la Tierra
E n el comienzo no había Tierra, ni un Sol que le diera calor. Se puede decir que nuestro sistema solar, con su brillante estrella central y su surtido de planetas y lunas, es un recién llegado al cosmos, con apenas 4567 millones de años de edad. Tuvieron que pasar muchas cosas antes de que nuestro mundo pudiera emerger del vacío.
Mucho, mucho antes, en el origen de todas las cosas —el Big Bang—, hace unos 13 700 millones de años según los últimos cálculos, la mesa ya estaba servida para el nacimiento de nuestro planeta. Ese momento de creación sigue siendo el más elusivo e incomprensible, el evento más definitivo en la historia del universo. Se trató de una singularidad: una transformación de nada a algo que sigue estando fuera del alcance de la ciencia moderna o de la lógica de las matemáticas. Si buscas indicios de un dios creador en el cosmos, el Big Bang es el lugar indicado para empezar.
En el comienzo todo el espacio, toda la energía y toda la materia nacieron a partir de un vacío inescrutable. Nada. Luego algo. Esta idea escapa a nuestra capacidad de elaborar metáforas. Nuestro universo no apareció donde sólo existía el vacío, porque antes del Big Bang no había volumen y no había tiempo. Nuestro concepto de la nada implica el vacío; antes del Big Bang no existía nada que contuviera el vacío.
Entonces, en un instante, no sólo había algo sino todo lo que podría existir, todo al mismo tiempo. Nuestro universo adoptó un volumen más pequeño que un núcleo atómico. Ese universo ultracompactado comenzó como pura energía homogénea, sin partículas que echaran a perder su perfecta uniformidad. El universo se expandió rápidamente, pero no en el espacio o en cualquier otra cosa fuera de él (no existe el