© Alberto Carrasco
Landelino Lavilla Alsina . Lérida (1934). Ganó las oposiciones al Cuerpo de Censores Letrados del Tribunal de Cuentas (1958) y al Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado (1959).
Ministro de Justicia desde julio de 1976 a marzo de 1979. En la Legislatura Constituyente fue senador por designación del Rey. En la I Legislatura Constitucional fue diputado y presidente del Congreso de los Diputados. Desde el Ministerio de Justicia, durante la época en que fue titular, se articuló la organización jurídica de la Transición. Como presidente del Congreso de los Diputados diseñó y puso en práctica las medidas necesarias para dar efectividad a las previsiones constitucionales y, en definitiva, al régimen parlamentario.
Es consejero permanente de Estado. Asímismo, es académico de número de las Reales Academias de Jurisprudencia y Legislación y de Ciencias Morales y Políticas, habiendo desempeñado la presidencia de la primera de ellas durante dos mandatos y siendo hoy presidente de honor.
Landelino Lavilla –ministro de Justicia (julio de 1976 a marzo de 1979) y presidente del Congreso de los Diputados (marzo de 1979 a noviembre de 1982)– selecciona el período transcurrido entre julio de 1976 y junio de 1977 como referencia nuclear de su exposición en este libro. A dicho periodo corresponde el primer Gobierno de Adolfo Suárez, que fue de importancia capital en la configuración de la Transición y que ha sido escasamente atendido en la bibliografía existente, no obstante estar previstos en él, ya fuera en germen o en gestión, los aspectos clave de todo el proceso.
Desde el punto de vista jurídico-formal, la Transición comenzó con la proclamación de Juan Carlos I el 22 de noviembre de 1975 y finalizó con la sanción por el Rey de la Constitución Española el 27 de diciembre de 1978. Entre uno y otro momento, fueron hitos de especial significación el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno (3 de julio de 1976), la aprobación de la Ley para la Reforma Política (sesión de Cortes del 18 de noviembre y referéndum del 15 de diciembre de 1976), las primeras elecciones generales (15 de junio de 1977) y el marco consensual –del que fueron referente arquetípico los Pactos de La Moncloa– en el que se desarrolló el proceso constituyente cuyo momento cenital fue la aprobación de la Constitución por el pueblo español en el referéndum de 6 de diciembre de 1978. Una pluralidad de decisiones políticas y de instrumentos jurídicos fueron conduciendo el proceso de transición. Landelino Lavilla reflexiona sobre todo ello en estas páginas como sólo puede hacerlo quien tiene conocimiento directo de unos años cruciales para la democracia española.
Edición al cuidado de María Cifuentes
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
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08037-Barcelona
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Edición en formato digital: enero 2017
© Landelino Lavilla Alsina, 2017
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Fotografía de portada (dedicatoria):
Para Landelino, con el profundo agradecimiento
de quien sabe mejor que nadie la excepcional labor
que desarrolló en una etapa histórica de España.
Mi eterna gratitud como español, como
amigo y como Presidente,
Adolfo Suárez
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16734-69-6
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Índice
Entre puntos suspensivos
(a modo de introducción)
Los puntos suspensivos denotan la omisión de algún texto que no hace al caso insertar íntegro; son una apódosis de la oración, la representación ortográfica de una pausa en el lenguaje hablado, la suspensión de una frase suponiendo que el oyente o el lector conoce el resto, la indicación de temor o perplejidad, la sugerencia de que es inesperado o extraño lo que va a expresarse después.
Con menor rigor académico, sin duda, pero con frecuente utilización y expresividad literaria, los puntos suspensivos suplen la prótasis de una oración, haciendo sólo explícito su segundo período, al presuponer el relator que quien lee –o escucha– se halla en posesión de las claves precisas para entender lo que excusado queda o para interpretar adecuadamente el sentido mismo de la excusa.
Escribir entre puntos suspensivos es tanto como acotar, en el pensamiento o en el tiempo, la formulación o explicación de algo y dar por sabidos sus antecedentes y por conocidos o incógnitos sus consecuentes. Una narración entre puntos suspensivos, sobre hechos acontecidos, es rendir culto a la evidencia de que la historia, por encima de las convencionales periodificaciones a que son proclives sus investigadores y protagonistas, concatena sucesos y ciclos, de forma que cada uno es tributario de los anteriores y prefiguración de los siguientes.
Una meditación sobre lo que ha ocurrido en España desde 1975, hecha «entre puntos suspensivos», revela que su inteligibilidad pende del conocimiento que se tenga del proceso histórico y político de España hasta 1975, aunque se eluda metódicamente cualquier discurso sobre él. Revela también que su valoración definitiva se halla condicionada por lo que está pasando y puede pasar, valoración que no está hoy a nuestro alcance salvo en términos de pura prospección, de intuición más o menos sagaz o de deseos confesados o presumibles. De una y otra cosa son gráfica representación los puntos suspensivos.
No aprovecho este texto para anticipar o extractar unas memorias, en sentido propio, ni, mucho menos, como vehículo de autojustificación. No ha estado en mis hábitos tomar nota periódica, por sintética que fuera, de los hechos que he vivido y de las situaciones en que me he encontrado, ni, en la necesidad que siento de explicar el reciente proceso político español, desde mi vivencia personal, percibo apremio alguna para justificarme.
La falta de un diario o de unos apuntes tomados y ordenados sistemáticamente me priva, desde luego, de una estimable guía cronológica y, quizá, de una expresión más espontánea de los sentimientos y reflexiones con los que abordé «entonces» los problemas o que los propios problemas generaron en mí; me permite, por el contrario, adoptar con más facilidad una perspectiva de conjunto, eludir las tentaciones de lo anecdótico y sortear el riesgo de la crónica menor.
La necesidad de explicar y no de justificar es para mí una consecuencia lógica de afirmaciones y negaciones que hago sin rebozo: lo que he sido y he hecho en política es de conocimiento público; nunca he solicitado un cargo y me he limitado a aceptar o rechazar los que se me han ofrecido; no me ha preocupado aparentar una posición de información o influencia, distinta de la que naturalmente resultaba del desempeño de mis responsabilidades; no he tenido confidentes ni estoy en posesión de especiales informes o conocimientos reservados; no me han gustado los cabildeos y maniobras, aunque haya expresado mis discrepancias en y cuando debía y haya asumido, de un modo público y sin tapujos, determinados protagonismos en momentos, a mi entender, singularmente críticos; nunca me he sentido en la política como escalador que, tras alcanzar una posición, tiene el natural objetivo de ascender un nuevo tramo; si es legítima la ambición y, para muchos, condición indispensable del político, yo no soy ambicioso y, quizá por ello, tampoco sea político, según la terminología y el concepto usuales o según calificaciones de profesionalidad.