Éstas son las memorias definitivas de Alfonso Guerra, un socialista sin fisuras que se expresa con plena libertad.
El texto incorpora su salida del Gobierno, en 1991, y el enfrentamiento entre él y su viejo amigo Felipe González, que en 1992 le envió una carta de dimisión de la presidencia del Gobierno. Guerra recuerda el fichaje del juez Garzón: «Un gran golpe electoral», le dijo Felipe, que «nos estallará en nuestra propia cara», fue su réplica. Nada escapa al autor: Filesa, los GAL, las pugnas en el PSOE, las relaciones con los medios, con revelaciones como el nombre del ministro que filtraba los consejos de ministros a Jesús de Polanco, el ofrecimiento de Álvarez-Cascos de un cargo institucional para el autor, el curioso nombramiento de José Luis Rodríguez Zapatero y, ya como presidente del Gobierno, su errónea gestión de la crisis o la estrategia de reabrir los Estatutos de Autonomía.
Guerra no rehúye el relato más personal y conmueve al recrear cómo la muerte se le mostró cercana, o al contar su última conversación con la ex alto cargo de Adolfo Suárez Carmen Díez de Rivera en vísperas de su fallecimiento, o el error de no haber creído a Suárez —del cual conoceremos una hasta ahora inédita conversación con Tejero el 23-F— cuando el expresidente le anunció su enfermedad.
Memorias definitivas de la voz más libre del socialismo español.
Alfonso Guerra González
Una página difícil de arrancar
Memorias de un socialista sin fisuras
ePub r1.0
Mezki04.08.13
Título original: Una página difícil de arrancar
Alfonso Guerra González, 2013
Diseño de portada: Sofía Moro
Editor digital: Mezki
ePub base r1.0
INTRODUCCIÓN
SÓLO CUENTO LO QUE HE VIVIDO
EL libro que tiene, lector, en sus manos es la continuación de mis recuerdos expuestos en las entregas anteriores Cuando el tiempo nos alcanza y Dejando atrás los vientos, pero es también un compendio general de mi vida política, pues aunque abarca el período que va desde 1991, mi dimisión de la vicepresidencia del Gobierno, hasta la actualidad, se revisan algunos hechos anteriores para explicar mejor el sentido de una vida dedicada a la actividad política.
El período que se explica corresponde a una etapa difícil de la historia reciente del socialismo español. En un sentido amplio, general, podría hablarse de una época de declive de las ideas del socialismo o tal vez de la forma de hacerlas vivir por los dirigentes socialistas. Una época en la que, como dice Sándor Márai, «en el siglo de la aceleración todo cambia a un ritmo vertiginoso, hasta la voz de las ideas».
Acudo de nuevo a la cita para ofrecerles Una página difícil de arrancar.
Siempre advertí de mi escasa confianza en el interés que pudiera tener para el público el relato de mis experiencias. Me equivoqué. El éxito en la difusión de los libros anteriores y la amplia correspondencia a que ha dado lugar me han convencido de que mi inseguridad no estaba fundamentada.
Hoy vuelvo a sentir la inquietud por la acogida que puedan dar a Una página difícil de arrancar. Dicen los expertos que las segundas o terceras partes de los libros aseguran más compradores y menos lectores. Yo quisiera romper esa regla, con permiso de la editorial. Espero que lean este libro y que establezcan un diálogo tan intenso como el que han originado los libros anteriores.
Éste, Una página difícil de arrancar, es un volumen que como los anteriores está escrito por su autor. No es lo habitual en libros firmados por políticos.
He escrito el libro sin ayuda de documentalistas ni archivistas. Es producto de mi memoria —aún es buena— y los cuadernos de notas en los que anoto habitualmente mis reflexiones.
Una página difícil de arrancar está escrito muy sinceramente, sin guardar nada de mi pensamiento, y también cuidadosamente, por el material que he debido manejar. Son unas memorias políticas, no es una autobiografía, aunque en muchos pasajes comprobarán ustedes que se solapan; se ocupa cronológicamente de los acontecimientos que he vivido.
Cuento lo que he vivido y lo que he visto. Otros pueden contar otras cosas. Y yo los respeto. Pero lo que cuento es la verdad que he vivido, incontestable, documentada, y por lo tanto irrebatible. La escritura no tiene sentido si no es para decir la verdad.
Buscar la verdad profunda no es lo mismo que zaherir gratuitamente. No lo he buscado. No podrán encontrar en el libro no ya descalificaciones de personas, sino ni siquiera calificativos. Expongo lo que he visto, oído y leído. Si hay quien se enfade, debo pensar que no le agrada su propia imagen reflejada en el espejo.
Mi pretensión de no ocultar lo que he vivido se enfrenta a otra vocación: no herir a nadie deliberadamente. Acepto, en todo caso, los errores de perspectiva que pueda haber cometido. Son los riesgos de expresar en letra impresa tus propios pensamientos.
Lectores habrá que echen en falta tal o cual hecho o acontecimiento. Les asiste la razón. Los recuerdos responden a una selección que retrata el pasado reciente sin hacerlo inacabable. Queda lo esencial de todo lo que he vivido en este período.
Mi única posesión segura es el sentimiento de libertad interior.
Quizás deba a la situación que viví durante la dictadura mi temprana pasión por la libertad. Una pasión que la juventud de hoy desconoce, y que difícilmente podrá vivir con la misma vehemencia e intensidad.
He creído en la libertad y en la igualdad de todos los seres humanos. He sido también relativista. El hecho de ser relativista no excluye creer en la propia verdad, aunque el relativista se cuidará de imponerla, por respeto a la verdad ajena.
Mi irrenunciable respeto a las ideas de los demás ¿me convierte en un ecléctico sin compromiso? No. He sido moderado en todas las circunstancias de la vida. También en la política, aunque intransigente en cuanto a las actitudes morales. Pretendo comprender antes que juzgar.
Pero aún me interrogo sobre si fallamos en crear la atmósfera moral que necesitaba el país, el gusto por el trabajo bien hecho, el compromiso con el ser más que con el tener. Porque crear una atmósfera es tan importante como las obras y los hechos.
Yo, como el poeta sevillano, tengo unas gotas de sangre jacobina, no comparto el carácter despectivo con que se quiere hoy descalificar a quien defiende el Estado, la nación.
A cada generación le corresponde sufrir alguna vergüenza, unos lo viven con sentimiento de culpa, otros como víctimas indefensas.
En los años cuarenta fue el Holocausto, la industria criminal de los nazis; también los crímenes de Stalin y el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima.
En los sesenta, el uso del napalm sobre la población civil de Vietnam. Hoy vivimos la vergüenza del terrorismo y de las cárceles del oprobio como Guantánamo y Abu Ghraib. La diferencia con el pasado es que hoy la conciencia moral del mundo está agotada, ha perdido capacidad de indignarse ante las injusticias, las mentiras manifiestas o la violación de los derechos.
Pensar sobre los acontecimientos que viví me ha proporcionado algunas claves útiles para la explicación y la interpretación de la historia reciente de España.