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Domenico Losurdo - Contrahistoria del Liberalismo

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Domenico Losurdo Contrahistoria del Liberalismo
  • Libro:
    Contrahistoria del Liberalismo
  • Autor:
  • Editor:
    El Viejo Topo
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    0101
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Contrahistoria del Liberalismo: resumen, descripción y anotación

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DOMENICO LOSURDO
CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

Traducción de Marcia Gasca

Revisión de Joaquín Miras

EL VIEJO TOPO

Título original: Controstoria del liberalismo

© 2005, Gius. Laierza & Figli S.p.a., Roma-Bari.

Edición en lengua española publicada medianteacuerdo con Agencia Literaria Eulama, Roma.

Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo

Diseño: M. R. Cabot

Revisión técnica: Isabel López Arango

ISBN: 978-84-96831-28-5

Depósito legal: B-44.328-07

Imprime Novagràfik

Impreso en España

Digitalización: GAFP

A Jean-Michel Goux con amistad y gratitud

UNA BREVE PREMISA METODOLÓGICA

¿En qué se diferencia este libro de las historias del liberalismo ya publicadas y que en número creciente continúan viendo la luz? ¿O puede realmente dar a la luz algo novedoso como promete el título? Al final del recorrido, el lector dará su propia respuesta; por ahora, el autor puede limitarse a una declaración de intenciones. Para formularla le puede servir de ayuda un gran ejemplo. Ajustándose a escribir la historia del derrumbe del Antiguo Régimen en Francia, Tocqueville observa a propósito de los estudios sobre el siglo XVI:

“Creemos conocer muy bien la sociedad francesa de aquella época porque vemos claramente cuánto brillaba en su superficie, porque conocemos hasta en los detalles más particulares la historia de sus más célebres personajes y porque críticos geniales y elocuentes nos han hecho completamente familiares las obras de los grandes escritores que la ilustraron. Pero acerca de cómo eran conducidas las acciones, acerca de la verdadera práctica de las instituciones, acerca de la posición exacta de unas clases respecto a las otras, acerca de la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni ver, acerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres, tenemos sólo ideas confusas y a menudo llenas de errores”.

No hay motivo para no aplicar la metodología tan brillantemente formulada por Tocqueville al movimiento y a la sociedad de la que él es parte integrante y prestigiosa. Sólo porque pretende llamar la atención sobre aspectos que considera larga e injustamente olvidados hasta ahora, el autor habla en el título de su libro de “contrahistoria”. Por lo demás, se trata de una historia, de la cual es necesario precisar sólo el objeto: no el pensamiento liberal en su pureza abstracta, sino el liberalismo, es decir, el movimiento y la sociedad liberales en su concreción. Como para cualquier otro gran movimiento histórico, por supuesto, se trata de investigar las elaboraciones conceptuales, pero también, y en primer lugar, lasrelaciones políticas y sociales en las que se expresa, además del vínculo más o menos contradictorio que se establece entre estas dos dimensiones de la realidad social.

Y por tanto, al comenzar la investigación, estamos obligados a plantearnos una pregunta preliminar sobre el objeto del que pretendemos reconstruir la historia: ¿qué es el liberalismo?

D. L.

Capítulo primero
¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?
l. UNA SERIE DE PREGUNTAS EMBARAZOSAS

Las respuestas concernientes a la pregunta que nos hemos planteado no dejan lugar a dudas: el liberalismo es la tradición de pensamiento que centra su preocupación en la libertad del individuo, que, por el contrario, ha sido desconocida o pisoteada por las filosofías organicistas de otra orientación. Bien, así las cosas, ¿dónde ubicar a John C. Calhoun? Este eminente estadista, vicepresidente de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, entona un himno apasionado a la libertad del individuo, que él —remitiéndose también a Locke— defiende enérgicamente contra toda violación y contra toda interferencia indebida del poder estatal. Y eso no es todo. Junto a los “gobiernos absolutos” y a la “concentración de poderes”, no se cansa de criticar y condenar el fanatismo. Y dadas las relaciones concretas de fuerza existentes en los Estados Unidos, no era difícil imaginar cuál de las dos habría de sucumbir: los negros podían sobrevivir sólo a condición de ser esclavos.

Y entonces: ¿Calhoun es o no liberal? Ninguna duda alberga al respecto lord Acton, figura relevante del liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX, consejero y amigo de William E. Gladstone, uno de los grandes protagonistas de la Inglaterra del Ochocientos. A los ojos de Acton, Calhoun es un campeón de la causa de la lucha contra el absolutismo en todas sus formas, incluido el “absolutismo democrático”: los argumentos que utiliza son “la verdadera perfección de la verdad política”; dicho brevemente, tenemos que vérnoslas con uno de los grandes autores y de los grandes espíritus de la tradición y del panteón liberales.

Aunque con un lenguaje menos enfático, a la pregunta que nos hemos planteado parecen responder de manera afirmativa, todos los que en nuestros días celebran a Calhoun como “un marcado individualista”.

La pregunta que nos hemos planteado no surge sólo a partir de la reconstrucción de la historia de los Estados Unidos. Estudiosos de la revolución francesa, muy prestigiosos y de segura orientación liberal, no vacilan en definir como “liberales” a esas personalidades y a esos círculos que tendrían el mérito de ser contrarios a la desviación jacobina pero que, por otro lado, se empeñan tenazmente en la defensa de la esclavitud colonial. Se trata de Pierre-Victor Malouet y de los miembros del Club Massiac: son “todos propietarios de plantaciones de esclavos”.

Nos hallamos frente a un dilema. Si a la pregunta formulada aquí (¿Calhoun es o no liberal?) respondemos de manera afirmativa, ya no podremos mantener en pie la tradicional (y edificante) configuración del liberalismo como pensamiento y volición de la libertad. Si por el contrario, respondemos negativamente, nos hallaremos ante una nueva dificultad y una nueva pregunta, no menos embarazosa que la primera: ¿por qué entonces tendremos que continuar atribuyendo la dignidad de padre del liberalismo a John Locke? Es cierto que Calhoun habla de la esclavitud de los negros como de un “bien positivo”; sin embargo (aunque sin recurrir a un lenguaje tan agudo) también el filósofo inglés —a quien, por otra parte, el autor estadounidense se remite explícitamente— considera obvia y pacífica la esclavitud en las colonias y contribuye personalmente a la formalización jurídica de esta institución en Carolina. Participa en la redacción de la norma constitucional sobre la base de la cual “todo hombre libre de Carolina debe tener absoluto poder y autoridad sobre sus esclavos negros, cualquiera que sea la opinión y religión de estos”. Más bien, la posición del segundo resulta más comprometedora aún, pues, de una forma u otra, en el Sur esclavista, del cual Calhoun es representante, ya no había lugar para el traslado de los negros desde África en una horrible travesía, que condenaba a muchos de ellos a la muerte incluso antes de su arribo a América.

¿Queremos hacer valer la distancia temporal para diferenciar la posición de los dos autores enfrentados aquí, y excluir de la tradición liberal sólo a Calhoun, que continúa justificando o celebrando la institución de la esclavitud todavía en plenosiglo XIX? A tal diversidad de tratamiento habría reaccionado con indignación el estadista del Sur, quien, con relación al filósofo liberal inglés, quizás habría defendido, con lenguaje apenas distinto, su tesis formulada a propósito de George Washington: “Él era uno de los nuestros, un propietario de esclavos y un dueño de plantaciones”.

Contemporáneo de Calhoun es Francis Lieber, uno de los intelectuales más eminentes de su tiempo. Celebrado en ocasiones como una suerte de Montesquieu redivivus, que mantiene relaciones epistolares con Tocqueville, a quien estima, es sin duda un crítico —si bien muy cauto— de la institución de la esclavitud: espera que se desvanezca en una suerte de servidumbre o semiservidumbre mediante su transformación gradual y por iniciativa autónoma de los Estados esclavistas, cuyo derecho al autogobierno, como quiera que sea, no puede ser puesto en discusión. Es por esto que Lieber es admirado también en el Sur, tanto más cuando él mismo, aunque sea en muy modesta medida, posee y en ocasiones alquila esclavos y esclavas. Cuando una de éstas muere a causa de una gravidez misteriosa y de un posterior aborto, él anota así en su diario la dolorosa pérdida pecuniaria sufrida: “Un buen millar de dólares —el duro trabajo de un año”. Nuevos y fatigosos ahorros se imponen para reponer a la esclava fallecida: sí, porque Lieber, al contrario de Calhoun, no es un dueño de plantaciones y no vive de la renta; es un profesor universitario que recurre a los esclavos, fundamentalmente, para emplearlos en las labores domésticas. ¿Esto nos autoriza a insertar al primero más que al segundo en el ámbito de la tradición liberal? En todo caso, la distancia temporal no desempeña aquí ningún papel.

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