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John Gray - Liberalismo

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John Gray Liberalismo

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Pese a sus antecedentes en la Antigüedad, el liberalismo es, históricamente, la teoría política de la modernidad: el proyecto de dotar de marco teórico a las instituciones políticas para el gobierno de una sociedad libre. Tal es el enfoque de John Gray en este examen de la naturaleza, orígenes y perspectivas del liberalismo en el mundo moderno. Tras describir la teoría clásica, tal y como la expusieron de John Locke a John Stuart Mill, el autor muestra las dos formas la clásica y la revisionista que ha tomado el liberalismo en el pensamiento contemporáneo y su respectiva influencia en la obra de Hayek, Nozick y Rawls. En la segunda parte del libro aborda las principales cuestiones filosóficas que conciernen al liberalismo de hoy: la relación de la libertad individual con la propiedad privada y la economía de mercado, la concepción liberal del Estado y la solidez de las críticas conservadora y socialista al liberalismo.

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Pese a sus antecedentes en la Antigüedad, el liberalismo es, históricamente, la teoría política de la modernidad: el proyecto de dotar de marco teórico a las instituciones políticas para el gobierno de una sociedad libre. Tal es el enfoque de John Gray en este examen de la naturaleza, orígenes y perspectivas del liberalismo en el mundo moderno.

Tras describir la teoría clásica, tal y como la expusieron de John Locke a John Stuart Mill, el autor muestra las dos formas la clásica y la revisionista que ha tomado el liberalismo en el pensamiento contemporáneo y su respectiva influencia en la obra de Hayek, Nozick y Rawls. En la segunda parte del libro aborda las principales cuestiones filosóficas que conciernen al liberalismo de hoy: la relación de la libertad individual con la propiedad privada y la economía de mercado, la concepción liberal del Estado y la solidez de las críticas conservadora y socialista al liberalismo.

John Gray Liberalismo ePub r10 Titivillus 290415 Título original - photo 2

John Gray

Liberalismo

ePub r1.0

Titivillus 29.04.15

Título original: Liberalism

John Gray, 1986

Traducción: María Teresa de Mucha

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Conclusión El liberalismo y el futuro El liberalismo es el principio de - photo 3

Conclusión:
El liberalismo y el futuro

El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo —conviene hoy recordar esto— es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una casa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra (José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, México, 1937, pp. 81-82).

A lo largo de todo este estudio he presentado al liberalismo como la teoría política de la modernidad. A pesar de todos sus antecedentes en el mundo antiguo, la corriente liberal es una creación de la modernidad, por cuanto presupone los logros culturales —la moral de la individualidad y una diversidad de formas de vida en sociedad— mediante los cuales se llega a la caracterización más adecuada del mundo moderno. De hecho, el liberalismo acaso se entienda de manera más cabal cuando se concibe como la respuesta del hombre moderno a una circunstancia histórica en la cual, dada la desintegración del orden social tradicional, las facultades y límites de los gobiernos necesitan redefinirse. Desde esta perspectiva, el liberalismo es una búsqueda de los principios de justicia política que regirán el consenso racional entre personas con concepciones diferentes sobre la vida y el mundo. El concepto de la naturaleza humana que expresa el liberalismo es, a fin de cuentas, una destilación de la experiencia moderna ante la variedad y el conflicto en la vida moral: es la concepción del hombre como un ser con la capacidad moral para forjar un concepto sobre lo que es una vida adecuada y con la capacidad intelectual para articular dicha concepción en una forma sistemática.

Tal como se nos ofrece en el liberalismo clásico de los filósofos escoceses, esta concepción del hombre como un ser racional y moral no se encuentra asociada con una doctrina de la perfectibilidad humana, ni desemboca en expectativa alguna de que los hombres converjan en una visión única y compartida de los fines de la vida. Más bien, los liberales clásicos albergaron esperanzas, más modestas, en un orden político que respetara y protegiera la diversidad de pensamiento y acción que encontramos entre los hombres, del que podríamos aprender unos de otros y lograr un alivio del destino humano mediante la competencia pacífica de diferentes tradiciones. La reivindicación liberal clásica del mercado libre es, en realidad, sólo una aplicación, en la esfera de la vida económica, de la convicción de que la sociedad humana tendrá mayores probabilidades de hacerlo mejor cuando los hombres queden en libertad para establecer sus planes de vida sin estar sujetos a más restricción que la del gobierno de la ley. Así como en el proceso del mercado las empresas que no responden a las circunstancias cambiantes son eliminadas, también en la vida social, pensaban los liberales clásicos, sacaremos provecho del antagonismo continuo de ideas y propuestas. Aun cuando abrigaron oscuras dudas en cuanto a la estabilidad final de las sociedades libres, los liberales clásicos mantuvieron la convicción de que nuestra mejor esperanza de progreso radica en la liberación de las fuerzas espontáneas de la sociedad para que se desarrollen en direcciones nuevas, impensadas y en ocasiones antagónicas. Para ellos, el progreso consistía no en la imposición de ningún plan racional sobre la sociedad, sino más bien en las muchas formas impredecibles de crecimiento y avance que se producen cuando los esfuerzos humanos no se encuentran atados a las concepciones predominantes según una dirección común.

Un contraste manifiesto en el que mi exposición sobre el liberalismo ha insistido es el que existe entre el liberalismo clásico y el moderno. Ahora podemos apreciar que la ruptura decisiva en la tradición intelectual liberal ocurrió, no a raíz del abandono de la teoría de los derechos naturales a favor del utilitarismo, o de la sustitución de la concepción negativa de libertad por una positiva, sino más bien del surgimiento de un racionalismo nuevo y arrogante. Mientras que los liberales clásicos de la escuela escocesa, al igual que los grandes liberales franceses Constant y Tocqueville, vieron un argumento fundamental en favor de la libertad en la incapacidad de la inteligencia humana para comprender cabalmente la sociedad que la había producido, los nuevos liberales buscaron someter la vida de la sociedad a una reconstrucción racional. Si para los liberales clásicos el progreso es, por así decirlo, una propiedad emergente de los intercambios libres entre los hombres, para los liberales modernos el progreso consiste en la realización en el mundo de una concepción específica de la sociedad racional. Esto se observa con claridad en la obra de John Stuart Mill, un pensador dividido y ambiguo cuya orientación, no obstante, en último caso se une a la de los liberales modernos. Una vez que el progreso se concibe como la realización de un plan racional de vida y no como el despliegue impredecible de energías humanas, resulta inevitable que la libertad termine por subordinarse a las exigencias del progreso. Este es un conflicto que los liberales clásicos evitaron cuando sabiamente aceptaron que la inteligencia humana no puede urdir el curso del futuro. Nos corresponde más idear escenarios en los cuales podamos ejecutar nuestros propios ensayos de prueba y error, que intentar forzar en todos una trayectoria de mejoramiento predeterminada.

Con el declive del sistema de pensamiento liberal clásico, el liberalismo adoptó su forma moderna, en la que la arrogancia intelectual racionalista se fusiona con una religión sentimental de la humanidad. El declive del sistema clásico de pensamiento liberal coincidió con la llegada de la democracia de masas —y en gran medida fue resultado de la misma—, en la cual el orden constitucional de la sociedad libre pronto se vio sujeto a alteración por efecto de los procesos de competencia política. El pensamiento liberal rápidamente sancionó la nueva concepción del régimen de gobierno engendrado en la lucha por los votos en una democracia de masas —la concepción del gobierno como benefactor y no, como hasta entonces, como guardián de la estructura dentro de la cual los individuos pueden velar por si mismos—. Mucho antes de su colapso en 1914, una profunda inestabilidad había venido permeando el orden liberal, cuando la competencia política empezó a transformar gradualmente las instituciones de un gobierno limitado en instituciones de una democracia totalitaria. En todo el continente europeo las instituciones liberales fueron sacudidas por las secuelas de la Gran Guerra, al punto de que, en la década de los treinta, todo parecía apoyar la extrema aseveración de Ortega de que la libertad era una carga de la que la humanidad se mostraba demasiado ansiosa por desembarazarse.

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