Í NDICE
N OTA DEL EDITOR
E l lector encontrará al final de esta obra un glosario en el que se definen algunas expresiones y términos estadounidenses, frecuentes en el mundo digital y a veces difícilmente traducibles.
Este libro se basa en fuentes concretas. La totalidad de las referencias y una extensa bibliografía detallada, los datos estadísticos, los cuadros de presentación de los grupos digitales mundiales y algunos análisis complementarios se pueden consultar en la página web, que es la prolongación natural de este libro deliberadamente bimedia, en papel y en la red (ver «Fuentes» y los sitios smart2014.com y fredericmartel.com). También están disponibles allí las actualizaciones y se puede seguir la actualidad en el hilo Twitter del autor (@martelf.).
P RÓLOGO
« A quí los cibercafés ya no están de moda. Poco a poco van cerrando. Hoy todo el mundo tiene internet en casa. Y la gente va a los cafés donde suelen tener wifi gratuito», me dice Bashar. El Login Café, cuyo logotipo consiste en cuatro pequeñas arrobas que simbolizan internet, está situado en una plaza muy tranquila del centro de la ciudad, bordeada de árboles y con flores. En los menús de este bar estrecho, que consta de dos pisos, se puede leer en letras rojas y en inglés: «Like Us on Facebook». Y en los posavasos redondos pone «Log to Your Mood». Este eslogan web —Conéctate a tu (buen) humor— resume el optimismo de un espacio que parece gustar a la juventud local. Al Login, que es a la vez un cibercafé y una cafetería como tantas, la gente va a conectarse a internet, a pedir un cheeseburger o un applestrudel, a tomarse un milkshake con cookies Oreo o un zumo de guayaba. Aquí no sirven alcohol.
Aunque internet ya no da dinero a los cafés, el consumo de comida y de bebidas sigue siendo un buen negocio, como en todas partes. «A veces los clientes toman fotos de los platos que les sirven en el Login Café y las cuelgan en Facebook o en Instagram», afirma Bashar, el gerente del coffee shop, fascinado por un fenómeno global bastante desconcertante. Bashar también constata que las redes sociales están sustituyendo a los blogs. «Por las mañanas aún vienen algunos blogueros. Piden un café, se conectan a internet y cuelgan sus artículos, pero ya no es como antes».
Y Bashar añade, por si acaso: «Aquí el código wifi es “logincafe”, todo junto». Blandiendo su smartphone HTC y una tableta que opera con Android, me muestra que la cosa funciona, que efectivamente estamos conectados. En una gran pantalla del primer piso, que también está conectada, observo que hay un vídeo mashup de Lady Gaga y Madonna. Luego ponen unos fragmentos de un blockbuster estadounidense. Otro día, veré allí la cadena National Geographic, transmitida a través de internet.
Aquí, como en todas partes, la gente conoce Google, Apple, Facebook y Amazon, a los que con un acrónimo bastante feo llaman los GAFA. Cada tienda tiene su sitio web referenciado en Google y su página de Facebook, y observo a varias personas utilizando aplicaciones de iPhone y de iPad. También iTunes tiene mucho éxito. Amazon, en cambio, no se usa. Aquí no hay entregas de productos culturales. Ni de ninguna otra clase. Pero la gente sí se descarga ilegalmente las películas, mira el último ídolo de moda en YouTube o llama gratis con Viber.
A la entrada del Login Café hay un retrato enorme. Se distingue la cara de un rapero estadounidense representada con una infinidad de pequeños mosaicos. Bashar me asegura que es Eminem. Uno de los once camareros que trabajan aquí lo interrumpe y afirma que es Jay-Z. El personal inicia una discusión a la entrada del café. ¿Se trata de un rapero negro o blanco? ¿No será Tupac? ¿O a lo mejor es Kanye West? En realidad, es difícil de decir, pues la obra de arte está estilizada. Hacen una foto del cuadro y me prometen que me darán la respuesta por Skype.
A pocos metros del Login Café, también la tienda 3D fue un cibercafé. Pero tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos. Hoy es una sala de videojuegos donde una veintena de chicos —ni una sola chica— pasa el rato jugando a Battlefield 3, Call of Duty o GTA 4 . Les cuesta el equivalente de un euro la hora por jugador. Dos estudiantes vienen aquí regularmente a jugar un partido de fútbol virtual de PES2013 y naturalmente, me dice uno de ellos, «elegimos los colores del Real Madrid». Los dos jóvenes tienen sendos smartphones en las manos: un Galaxy S III de Samsung el uno y un iPhone 4 de Apple el otro. «Aquí es fácil tener internet. Todo el mundo tiene internet. Es barato. En casa o en el smartphone tenemos Facebook, Twitter, Instagram. Intercambiamos mensajes con nuestros amigos por WhatsApp, llamamos a nuestros amigos al extranjero por Viber, y todo eso es gratis», me comenta uno de los chicos. Y el otro añade: «Yo soy completamente adicto a Twitter».
Un poco más allá, en la calle Shohadan, Jawwal Shop es una tienda de telefonía móvil. Tienen disponibles todos los modelos de teléfonos móviles, desde Nokia a Samsung, pasando por HTC, Blackberry y Apple, aunque el último iPhone todavía no abunda en la ciudad, donde tampoco existe el 3G. Los teléfonos básicos no son caros; aquí los llaman «teléfonos pre-Android» o en inglés feature phones . En cambio los smartphones todavía son carísimos, el equivalente a 400 euros. La tienda tiene wifi y muchos jóvenes del barrio vienen a consultar internet o a recargar el móvil enchufándolo a la corriente. «Se lo dejamos hacer gratis. Eso hace que en el barrio nos conozcan», me dice Mohammad, el vendedor. Según él, a los jóvenes de aquí les gustan sobre todo las aplicaciones gratuitas y todo lo que hay en la red sin ánimo de lucro: el navegador Firefox de la fundación Mozilla, la enciclopedia Wikipedia y el entorno Linux. «Echan pestes de los softwares Garage Band y Photoshop, que cada vez son más difíciles de piratear. No les parece normal», añade Mohammad. Me sorprende el nivel informático de los clientes de la tienda: conocen los programas los trucos para no pagar, las técnicas básicas de programación y hasta la cloud, la nube, es decir, los datos y contenidos albergados «a distancia».
Al salir, veo en el suelo delante de la tienda Jawwal un generador de electricidad. «No es un generador bueno», me confiesa Mohammad. «Es de la marca Lutan. Lo fabrican los chinos. Yo prefiero los generadores Shatal, que vienen de Israel: son de mejor calidad, pero más caros». Delante de nosotros, tres soldados armados, vestidos de negro —Hamás—, vigilan tranquilamente el barrio bohemio pero pijo de Jundi Al Majhoul. La víspera —estaba allí en junio de 2013, unos meses antes de esa guerra tan mortífera de 2014—, el Ejército israelí bombardeó la periferia de la ciudad.
Aquí, en la Franja de Gaza, un territorio palestino que es como una prisión, del que no se puede ni entrar ni salir, los cibercafés, los vendedores de smartphones y los que facilitan el acceso a internet se parecen a los de cualquier otra parte del mundo. Internet y las tecnologías digitales están globalizados y, según dicen, desterritorializados. En todas partes las prácticas digitales son iguales, y también las páginas consultadas, se usan las mismas aplicaciones y los usos tienden a unificarse. Todo está conectado. The world is flat: el mundo es plano.