La palabra Aufheben, de uso frecuente y cotidiano en el idioma alemán, posee un doble significado: contiene tanto la idea de preservar o conservar algo como, al mismo tiempo, la de ponerle fin o superarlo. Lo curioso es que ya en la acción de conservar ella incluye un aspecto negativo: se trata de sacar ese algo de su estado inmediato, pasivo, para hacerle perder esa condición, pero sin que deje de ser lo que era. En su nueva posición, lo eliminado es conservado, con la diferencia de que ha perdido su anterior condición pasiva.
Sorprende que un idioma llegue a utilizar una sola —¡y la misma!— palabra para dos determinaciones opuestas. La idea de la filosofía y de su realización práctica se encuentra plenamente expresada en ella. Véase la obra de Spinoza o la de Vico a objeto de comprender esta exigencia de la necesidad política de la razón humana. Se trata de la unidad de dos términos opuestos, pero que logran reconocerse en su recíproca correlatividad, en su mutua interdependencia, como es el caso de la relación dialéctica del sujeto y del objeto.
En cambio, el equivalente a otras lenguas de dicha expresión no alcanza tal grado de profundidad. Por ejemplo, la palabra latina tollere sólo llega al liquidar. Algo es liquidado cuando se identifica y se enfrenta a su contrario. Y a diferencia del Aufheben, se impone el criterio mediante el cual una cosa es el conservar algo y otra cosa es el liquidarlo. De este modo, el ser es el ser y la nada es la nada sólo en su diversidad mutua. En el liquidar, pues, han desaparecido, en medio de su abstracción, las determinaciones y ahora son algo distinto. O se está con lo uno o se está con lo otro. Llueve o no llueve… Pero con ello, el discurso pierde su flexión, y se desvanece, como por arte de magia, la reciprocidad que constituye la base de toda oposición correlativa.
¿Usó Marx alguna vez la palabra Aufheben para exponer su concepción de la sociedad socialista? Evidentemente, sí. Y no una vez, sino muchas veces. Quien quiera resumir en una oración el Manifiesto del partido comunista, tendría que hacerlo en los siguientes términos: «el Manifiesto es, en sustancia, la Aufhebung de la sociedad capitalista».
Karl Marx & Friedrich Engels
Manifiesto del Partido Comunista
ePub r1.0
SebastiánArena 28.04.17
Título original: Manifest der Kommunistischen Partei
Karl Marx & Friedrich Engels, 1848
Traducción: José Rafael Herrera
Diseño de cubierta: SebastiánArena
Editor digital: SebastiánArena
ePub base r1.2
U n espectro contra este espectro.
¿Cuál es el partido de oposición a quien sus adversarios en el poder no tachan de comunista? ¿Cuál es el partido de oposición que no lanza al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a sus enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo?
De este hecho se desprenden dos conclusiones.
El comunismo ya es reconocido por todas las potencias europeas como una potencia.
Ya es tiempo de que los comunistas expresen abiertamente, ante todo el mundo, su modo de concebir, sus propósitos, sus tendencias, y que a la fábula del espectro del comunismo se contraponga un manifiesto de partido.
Con este propósito, se han reunido en Londres comunistas de las más variadas nacionalidades y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
I
BURGUESES Y PROLETARIOS
L a historia de toda sociedad, que ha existido hasta ahora, es la historia de la luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, miembros de las corporaciones y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, siempre han estado en contraste, frente a frente; han sostenido una lucha ininterrumpida, a veces oculta, y otras notoria: una lucha que siempre termina o con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción común de las clases en lucha.
En las primeras épocas de la historia, nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de castas, dentro de cada una de las cuales reina, a su vez, una multiforme jerarquía de grados y posiciones sociales. En la antigua Roma tenemos a los patricios, los caballeros, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros de arte, los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de estas clases aún nos encontramos con otros matices y gradaciones.
La moderna sociedad burguesa, que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha eliminado los contrastes entre las clases. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha, que han sustituido a las antiguas.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se distingue por haber simplificado estos contrastes entre las clases. Hoy, toda la sociedad tiende a escindirse, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases directamente opuestas: la una, es la burguesía, la otra, es el proletariado.
De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los habitantes de los Burgos, es decir, de las primeras ciudades; y de estos Burgos surgió el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África, abrieron nuevos horizontes y ofrecieron un nuevo terreno a la naciente burguesía. El mercado de las Indias orientales y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el aumento de los medios de cambio y de las mercancías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un impulso hasta entonces desconocido y, al mismo tiempo, favorecieron el rápido desarrollo del elemento revolucionario que se hallaba oculto en el seno de la sociedad feudal en descomposición.
La organización feudal o gremial de la industria, que por entonces imperaba, ya no era suficiente para cubrir las necesidades que iban creciendo con los nuevos mercados. La manufactura ocupó su lugar. Los maestros artesanos fueron desplazados por el estamento medio industrial; la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo en cada taller.
Pero los mercados seguían creciendo, y seguían creciendo las necesidades. Tampoco bastaba ya la manufactura. El vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar la producción industrial. La manufactura le cedió su lugar a la gran industria moderna; y el estamento medio industrial tuvo que ceder el paso a los industriales millonarios, a los jefes de enteros ejércitos industriales, los burgueses modernos.
La gran industria creó el mercado mundial, que el descubrimiento de América había preparado. El mercado mundial ha dado un desarrollo inmenso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, ese desarrollo ha redundado en provecho de la industria; y en la misma medida en la cual se ha ido extendiendo la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se ha ido desarrollando la burguesía, ha aumentado sus capitales, ha ido desplazando y esfumando a todas las clases que la Edad Media había heredado.