S ECCIÓN DE O BRAS DE F ILOSOFÍA
ETIOLOGÍA DE LA IDEA DE LA NADA
CARLOS LLANO CIFUENTES
ETIOLOGÍA DE LA IDEA
DE LA NADA
Primera edición, 2004
Primera edición electrónica, 2016
Diseño de portada: R/4, Rogelio Rangel
Imagen de la portada: Giorgio Morandi, Naturaleza muerta, 1918
( SIAE , Italia/ SOMAAP , México, 2004)
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-3611-9 (mobi)
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ÍNDICE
ABREVIATURAS
INTRODUCCIÓN
A FINALES DEL SIGLO XX pudimos percatarnos, con visión de perspectiva, que uno de los temas filosóficos prevalecientes en él fue sin duda el de la idea de la nada. El nihilismo existencial, preconizado anticipadamente por Friedrich Nietzsche, y ya en eclosión durante los años de la pre y la pos segunda Guerra Mundial por los filósofos llamados existencialistas, ha alargado su sombra hasta el momento presente con lo que podría llamarse la victoria de la intrascendencia, esto es, la sensación de tedio y vacío vitales a los que Baudelaire, en sus tiempos, señaló como los incitadores del pensamiento de la nada, que se suman a la falta de interés por las cosas, advertida por Kant, a la carcoma de la cotidianidad, a ese gusto anticipado por el no-ser, que es el aburrimiento o, como lo vio momentáneamente Machado, la ausencia o privación de las pasiones.
La convivencia con la nada, con la apremiante temporalidad y limitación de la vida, pasa en el siglo XX de la angustia existencial heideggeriana a la perfecta instalación en la finitud, aceptada no sólo con resignación, sino con aquiescencia, como aquella de que hiciera gala —sinceramente o no— Tierno Galván.
Sin embargo, el problema de la idea de la nada dista mucho de ser sólo una cuestión contemporánea, por aguda que antropológicamente se nos haya presentado hoy: es un tema perenne de la filosofía, preferentemente de la metafísica, desde el ex nihilo nihil fit que podría ser un hito de su verdadero nacimiento. La filosofía occidental comienza con la cuestión parmenídea del ser… y de la nada; problema que la propia filosofía existencial confiesa aún como irresuelto.
Señalamos hace ya muchos años que el origen o la etiología de la idea del no-ser —equivalente al de la nada— guarda en la metafísica aristotélica una importancia fundamental, porque es uno de los dos ejes centrales del primer principio de nuestro pensamiento, el de contradicción, sin el cual nos están vedados todos los demás, aunque sean superiores.
En efecto, en la expresión más sucinta de este principio (“que no es posible afirmar y negar simultáneamente”) se encuentra ya larvada no sólo la idea del ser que sustenta la afirmación, sino la idea del no-ser o de la nada que sustentaría —y ésta es la cuestión— la negación subsiguiente, ya que no podría ser simultánea.
La ausencia de la idea de la nada en nuestro entendimiento implicaría por tanto la ausencia de la intelección del principio de no contradicción: nada puede entenderse —dice taxativa y seguramente santo Tomás— nisi hoc principio intellecto, si no se hubiese entendido este principio.
Sin necesidad de apelar a El ser y el tiempo, en la filosofía de Aristóteles observamos que el ente se nos revela haciéndose más patente y claro en su oposición a la nada, destacándose sobre la sombra de la nada.
Y es que, en efecto, “el que conoce la afirmación tiene que conocer la negación” y “por lo mismo que se conoce algo, se conoce también su afirmación y su contrario”.
Una metafísica del ser que pretenda llegar a buen puerto que daría sin orientaciones a menos que emprendiera al mismo tiempo una indagación sobre el sentido, el contenido y la etiología de la nada. Podemos ofrecer dos pruebas bibliográficas de esta afirmación nuestra. La primera —que sepamos— no ha sido advertida por nadie. Uno de los más extensos tratados de Tomás de Aquino, las Quaestiones Disputatae De Veritate, no se dedica realmente, pese a su título, a la verdad, excepto la cuestión primera. Ocurre aquí como cuando se publican varios relatos no del todo conexos en un volumen con el solo nombre del primero: la primera cuestión Sobre la verdad da el nombre a todas las subsiguientes, que tratan sobre los más disímbolos temas: pero esta primera cuestión constituye, con sus 12 densos artículos, el estudio más completo y sistemático sobre la verdad que haya escrito Tomás de Aquino, y sin exagerar, la filosofía occidental entera. La prueba bibliográfica prometida es ésta: la Quaestio Prima De Veritate se polariza en la verdad del no-ente antes que en la verdad del ente. Una somera lectura bastará para percatarse de esta sorprendente afirmación.
Es cierto que la estructura misma del estudio hace de esta polarización algo casi inevitable, pero eso no disminuye nuestra justificada sorpresa ante la sola y mera expresión de la verdad del no-ser, que constituirá la aguda neuralgia —para el autor, no para el lector— de la presente obra.
La segunda prueba bibliográfica prometida resulta un lugar común de la filosofía occidental, pero no es menos importante, precisamente por hallarse en el punto prístino y original de ella: El sofista de Platón es subtitulado como un estudio sobre el ser (El sofista o del ser). Sin embargo, una buena parte del diálogo, a nuestro juicio la más importante y sin duda la más larga, se destina al estudio del no-ser.
De modo que, cuando José Gaos, en el cenit del siglo XX , afirma que la inexistencia —es decir, la nada— es una de las cuestiones supremas “de la razón humana, o sea de la esencia del hombre, de la antropología filosófica”, no se separa en absoluto de la filosofía perenne occidental, sino que, pese a su tono también sorprendente, la prolonga de un modo propio sin romper la continuidad.
Ello explica también que el mero auge de la llamada teología negativa —que nada tiene que ver con la mal llamada teología de la muerte de Dios— no sea tampoco una ruptura con la filosofía más tradicional de Occidente, según la cual lo que trasciende al pensamiento humano ha de expresarse por fuerza, según veremos, mediante lo que en el lenguaje técnico escolástico se denominó la vía de la negación o remoción.
Por contraste, y a pesar de su relevancia, el estudio de la etiología de la idea de la nada no ha sido sistemático, aunque no tal vez intencionadamente marginado. Como Millán Puelles nos señala, “sobre el surgimiento de los entes de razón [de los que el no-ser es típico] en las actividades de juzgar y razonar es muy poco lo que en la escuela se explica”.
Si nosotros, con todos los riesgos inherentes, nos atrevemos a emprenderla aquí, el motivo que nos impulsa no es sólo metafísico, sino axiológico. No estamos de acuerdo con lo que arriba llamamos perfecta instalación en la finitud, que se traduce en un agnosticismo conformista o aquiescente. Este agnosticismo, este aparentemente tranquilo y sereno dar por ignoradas las más radicales cuestiones que atañen a la vida humana, deviene, a nuestro juicio, no ya de una desconsideración o inconsideración del Ser supremo, con el que tales cuestiones se encuentran vinculadas, sino también de un estudio incompleto o superficial del inexplicable fenómeno de la idea de la nada en nosotros. La
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