En octubre de 1942, Chil Rajchman y su hermana Rivke fueron deportados a Treblinka, un campo de concentración pensado exclusivamente para el exterminio de judíos.
Su hermana es enviada a la cámara de gas, y él es obligado a participar en la matanza: se encarga de rapar a las mujeres antes de ser ejecutadas, o buscar dientes de oro entre los cadáveres. En agosto de 1943, después de una rebelión de los prisioneros, Rajchman escapa y es uno de los cincuenta y siete supervivientes. Durante su huida escribió la historia de sus diez meses en Treblinka.
Redactadas en yidish, estas memorias permanecieron ocultas durante años, y solo después de la muerte de su autor, y por su expreso deseo, han visto la luz.
Chil Rajchman
Treblinka
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Titivillus 20.11.15
Título original: Zijroines
Chil Rajchman, 2009
Traducción: Jorge Salvetti
Como «Epílogo» se incluye el texto «El infierno de Treblinka» de Vasili Grossman (1958)
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
Nota: El manuscrito original (1945) está en Yiddish, y se publica en 2009 en Francés y Alemán
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CHIL RAJCHMAN (1914-2004), nació en Lotz (Polonia). Pertenecía a una familia judía conformada por sus padres y seis hermanos. Su madre falleció antes de la Segunda Guerra Mundial y Chil tuvo que trabajar desde temprana edad para colaborar con su familia.
Cuando Alemania invadió Polonia la familia Rajchamn comenzó a desmembrarse por su condición de judía. Las políticas anti judías y la llamada «solución final» repercutieron en su familia de tal forma que los únicos supervivientes fueron Chil y su hermano menor, Jacobo.
Chil Rajchman fue uno de los cincuenta y siete supervivientes del campo de exterminio Treblinka, tras la rebelión de 1943. Durante los siguientes dos años Chil se escondió en diferentes sitios y allí fue donde escribió un minucioso y detallado relato de los hechos que constituyen hoy un valiosísimo testimonio de la barbarie.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se radicó en el Uruguay donde pudo comenzar una nueva etapa de su vida. Como ciudadano uruguayo, formó una familia y a partir de su singular experiencia, fue un activo transmisor de un mensaje de justicia, tolerancia y respeto a la diversidad.
A su muerte en 2004, entre sus últimas voluntades figuraba que sus memorias de Treblinka, conservadas durante años, fueran publicadas.
Notas
[1] «Para nosotros no queda más que Treblinka, este es nuestro destino».
[2] «Corté una florecita y se la regalé a mi bellísima amada».
Indice
- En vagones cerrados hacia un lugar desconocido
- Entramos en un bosque. Treblinka. Ante nuestros ojos, un cuadro de muerte. ¡Hombres, a la derecha! ¡Mujeres, a la izquierda!
- Descripción del campo
- Soy escogido como peluquero
- La primera noche en el barracón. Moshé Etinger cuenta cómo se salvó y no se lo perdona. Rezan y recitan el Kaddish
- Trabajo como peluquero. El vestido de mi hermana. El último deseo de una anciana judía. La risa de una muchacha de dieciocho años. Cantamos una canción
- Hacia las cámaras de gas cantando Shemá Israel. Nuestra primera decisión de fugarnos. Mis últimos días en el campo 1
- Campo de Treblinka número 2. Me convierto en un acarreador de cadáveres. A los muertos les arrancan los dientes de oro. La técnica de acarrear cadáveres
- El compañero Jankiel me acepta como colaborador para acarrear cadáveres. Un dulce sueño con mi difunta madre. La avenida de los judíos ahorcados
- Las columnas marchan hacia el trabajo. La sangrienta bebida de mi compañero. El salto al pozo profundo
- Ingreso en el comando de «dentistas». Cuarenta y ocho horas en las cámaras de gas. La loca carrera antes y después del exterminio de las víctimas. La técnica del trabajo «odontológico». Recibo azotes por pasar por alto un cadáver con dientes de oro
- Los judíos de Ostrowiec son introducidos en las cámaras de gas de noche. El asombro del comandante Matthias. Una nueva diversión. Combate en las cámaras de gas
- La vida en el barracón. La epidemia de tifus. El «lazareto»
- El Obersturmführer Franz y su perro Bari. Los asesinos brindan por la llegada de judíos ingleses. Un nuevo «especialista»
- Arden unos dos mil quinientos cadáveres. Transportes de judíos de Bulgaria. Suena la música…
- Construyen un horno aún más grande. Algunos días sin transportes. Los judíos se atreven a levantarse en el gueto de Varsovia. Se borran las huellas de la masacre. Siembran la tierra con lúpulo. La visita de Himmler a Treblinka
- Era un día caluroso… «Morralla». Mijaíl e Iván
- Nos preparamos para sublevarnos. Pésaj en el barracón. El levantamiento en Treblinka
- Llamamos a la puerta de un campesino. Los asesinos nos buscan. Me dirijo a Varsovia. Encuentro a una persona… Me quieren entregar a la policía. Llego a Varsovia
Epílogo
Capítulo 1
En vagones cerrados hacia un lugar desconocido
Los tristes vagones me conducen hacia allí, hacia aquel lugar. De todas partes nos llevan: del este y del oeste, del norte y del sur. De día y de noche. En todas las estaciones del año, viajan los trenes: primavera y verano, otoño e invierno. Los transportes viajan hacia allí sin obstáculos ni restricciones y Treblinka se vuelve cada día más rica en sangre. Cuanta más gente llevan allí, más crece su capacidad para recibirla.
Partimos de la estación de Lubartów, que queda a unos veinte kilómetros de Lublin. Viajo con mi joven y bella hermana Rivke, de diecinueve años, y mi buen amigo Wolf Ber Rojzman, con su mujer y sus dos hijos.
Igual que los demás, ignoro hacia dónde nos conducen y por qué. No obstante, tratamos, dentro de lo posible, de averiguar algo sobre nuestro destino. Los ladrones ucranianos que nos vigilan no quieren concedernos la gracia de contestarnos. Lo único que oímos de ellos es:
—¡Entregad el dinero, entregad el oro y los objetos de valor!
Estos asesinos nos revisan constantemente. Casi en todo momento alguno de ellos nos aterroriza. Nos golpean salvajemente con las culatas y todos tratamos, dentro de lo posible, de esquivar el ensañamiento de los asesinos con algunos zlotys para evitar golpes.
Así es el viaje.
Casi todos los que se encuentran en el vagón son conocidos míos del mismo pueblo, Ostrów Lubelski. En el vagón somos unas ciento cuarenta personas. Estamos hacinados, el aire es excesivamente denso y nocivo, cada uno apretujado contra el otro. Aunque las mujeres y los hombres están juntos, debido al hacinamiento, todos tienen que evacuar sus necesidades donde están. De todos los rincones se oyen pesados quejidos, y cada uno le pregunta al otro: «¿Adónde vamos?». Solo que todos se encogen recíprocamente de hombros y responden con un profundo «¡Ay!». Nadie sabe adonde nos conduce el camino y, a la vez, nadie quiere creer que nos dirigimos hacia donde llevan, desde varios meses atrás, a nuestras hermanas y nuestros hermanos, a nuestros seres queridos.
A mi lado está sentado mi amigo Katz, ingeniero de profesión. Él me asegura que nos dirigimos a Ucrania y que allí podremos establecernos en una aldea y ocuparnos de tareas agrícolas. Me da a entender que lo sabe con total certeza porque se lo dijo un teniente alemán, un administrador de una granja estatal a siete kilómetros de nuestro pueblo, en Jedlanka. Se lo contó como si fuese un amigo, porque cada tanto él le arreglaba un motor eléctrico. Yo quiero creerle, aunque veo que, en verdad, no es así.