Sosa Villada, Camila
Las malas / Camila Sosa Villada. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tusquets Editores, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-670-578-3
1. Literatura. I. Título.
CDD A863
© 2019, Camila Sosa Villada
Todos los derechos reservados
© 2019, Tusquets Editores S.A.
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Primera edición en formato digital: marzo de 2019
Digitalización: Proyecto451
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ISBN edición digital (ePub): 978-987-670-578-3
Prólogo
A los cuatro años, cuando Camila Sosa Villada era todavía Cristian Omar, aprendió a escribir su nombre completo, pero se negaba a hacer pis de parado. Su padre pasó del orgullo a la furia y le ofreció ahí mismo un panorama instantáneo de lo que tendría que enfrentar el resto de su vida: vergüenza, miedo, intolerancia, desprecio e incomprensión, si no se doblegaba al mandato paterno, al mandato cultural. La futura Camila no se doblegó precisamente y comenzaron los castigos, las horas encerrada en su cuarto, el extraordinario proceso que empezó a ocurrir ahí adentro. «Mi papá y mi mamá siempre supieron lo que hacía en ese encierro: escribir y vestirme de mujer. Eso los expulsó de mi mundo y a mí me salvó de su odio: mi romance conmigo misma, mi mujer prohibida».
Lo primero que conocí de Camila Sosa Villada fue una charla TEDx que dio en Córdoba, trece minutos extraordinarios que empezaban con un pronóstico brutal que le hizo su papá: «Un día van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja». Ese era el único destino posible para un varón que se vestía de mujer: prostituirse y terminar en una zanja. El resto de aquella charla de Camila era sobre las travestis de la legendaria zona roja del Parque Sarmiento, en Córdoba Capital, a las que fue a espiar una noche, muerta de miedo, recién llegada de su pueblo para estudiar periodismo en la universidad. Esas travestis que la vieron tan tiernita y vulnerable, que la adoptaron esa misma noche. Con ellas, dice Camila, «aprendí cuánto valía mi cuerpo y cuál era el precio que debía ponerle. Con ellas aprendí a defenderme y a mirar dos veces a una persona antes de emitir un juicio. Yo no estaría acá, hoy, si ellas no me hubieran defendido de policías y clientes de mierda. Estaría en una zanja, seguramente».
Cuando llegó de su pueblo a la capital a los dieciocho, Camila cursaba de día la facultad, trabajaba de noche en el Parque Sarmiento y escribía un blog llamado La novia de Sandro . Escribía a mano el blog, en la parte de atrás de los apuntes de la facultad, al llegar de madrugada a su cuarto de pensión, y después iba a un cyber y lo tipeaba. Un día descubrió los talleres de teatro que había en la universidad. Poco después abandonó Comunicación Social y se sumergió en la actuación. El día en que empezó su carrera como actriz borró entero el blog, para ocultar ese pasado.
Permítanme volver un instante a los tiempos de Mina Clavero. Cuando tenía trece años, Cristian Omar escribió una historia de amor sobre su profesor de gimnasia. La escribió en femenino, se bautizó a sí misma Soledad y se la mostró a su única confidente en el mundo, una compañerita de grado, que por supuesto la traicionó y fue con los papeles a la dirección del colegio. El castigo fue un mes de encierro, y por supuesto la destrucción de la historia. Por esa misma época descubrió que su madre y su padre se escribían cartas donde se decían cosas que jamás se habrían dicho mirándose a los ojos. Las descubrió pero no pudo leerlas: su madre las quemó antes.
Con aquel blog pasó exactamente lo contrario. Un fan anónimo lo había copiado, antes de que ella lo borrara. Y cuando Camila ya había tenido sus papeles consagratorios en la película Mía , la miniserie La viuda de Rafael y el unipersonal Carnes Tolendas , se lo mandó por mail. Camila se sentó a leerlo y de golpe vio su pasado desde otra perspectiva, desde el otro lado del telescopio. «Cuando empecé a travestirme me daba vergüenza mi barba áspera, mi nariz torcida, mis dientes chuecos. Me daba vergüenza tener que hacerme tetas con las esquinas de un colchón. Me daba vergüenza mi falta de estudio, mi falta de mundo, mi torpeza para expresarme. Incluso mis virtudes me daban vergüenza, porque habían nacido de mis errores, de mis carencias». Ahora, en cambio, lo que veía en los textos de ese blog era la actitud inquebrantable, revolucionaria, ejemplar, de esa hermandad de travestis mal miradas, mal queridas, mal tratadas, mal pagadas, mal juzgadas, mal habladas.
Ese fue el origen de este libro, esa es la alquimia que ocurre en sus páginas: la transformación de la vergüenza, el miedo, la intolerancia, el desprecio y la incomprensión, en alta prosa. Porque Las malas es un relato de infancia y un rito de iniciación, un cuento de hadas y de terror, un retrato de grupo, un manifiesto político, una memoria explosiva, una visita guiada a la fulgurante imaginación de su autora y una crónica distinta de todas, que viene a polinizar la literatura. En su adn convergen las dos facetas del mundo trans que más repelen y aterran a la buena sociedad: la furia travesti y la fiesta de ser travesti. Y en su voz literaria conviven las tres partes de la santísima trinidad de Camila: la parte Marguerite Duras, la parte Wislawa Szymborska y la parte Carson McCullers. La apropiación de Lorca y Jean Cocteau que Camila hizo en el escenario vuelve a suceder en estas páginas con lo que supo mamar de la Duras, Wislawa y Carson, sin perder en ningún momento esa tonada cordobesa esencial que tiene. Para decirlo francamente, Las malas es esa clase de libro que, en cuanto terminamos de leer, queremos que lo lea el mundo entero.
«Tuve que inventarme mis propios papeles porque nadie había pensado en roles para travestis como yo», dijo alguna vez Camila. «Mi primer acto oficial de travestismo fue escribir, antes de salir a la calle vestida de mujer», dijo en otra oportunidad. «Yo quiero mostrar el cuerpo de una travesti desvestido, no el que se ve en la pornografía, para que se entienda hasta qué punto en mi existencia todo es una gran contradicción y convivencia», le oí decir hace poco. Pero mi frase favorita de todas las suyas es: «¿Pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?».
En el final tremendo de aquella charla TEDx, Camila decía que había aceptado darla por una sola razón: la necesidad de pedir disculpas a aquella hermandad de travestis. Porque nunca las buscó, y no las vio nunca más cuando dejó la prostitución, años después, cuando volvió a leer aquel blog que creía borrado para siempre, ya era tarde para encontrarlas. La vida travesti: un año de ellas equivale a siete años «normales». En un mundo «normal», en un mundo de mierda, Camila y sus hermanas no tendrían la menor chance de encontrarse otra vez. Pero acá, en Las malas , logra reunirlas a todas, en su más absoluto esplendor y estremecedora desnudez, y cuando las tiene a todas abrazadas les dice: «¿Pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?».
JUAN FORN
LAS MALAS
Para Claudia Huergo y Carlos Quinteros
Todas íbamos a ser reinas.
GABRIELA MISTRAL
Es profunda la noche: hiela sobre el Parque. Árboles muy antiguos, que acaban de perder sus hojas, parecen suplicar al cielo algo indescifrable pero vital para la vegetación. Un grupo de travestis hace su ronda. Van amparadas por la arboleda. Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se mueven así, como si fueran manada. Los clientes pasan en sus automóviles, disminuyen la velocidad al ver al grupo y, de entre todas las travestis, eligen a una que llaman con un gesto. La elegida acude al llamado. Así es noche tras noche.