INTRODUCCIÓN
M ÁS ALLÁ DE LA ANÉCDOTA
En 2004 publiqué mi primer libro, Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial . En ese momento, escribir un libro de anécdotas del conflicto más grande de la historia de la humanidad era una apuesta arriesgada, ya que relatar episodios desenfadados o cómicos acaecidos en medio de una catástrofe que provocó decenas de millones de víctimas podía interpretarse como una banalización de esa tragedia. Afortunadamente, los lectores entendieron que no era ésa mi intención, y el libro fue un éxito.
Con aquel anecdotario, fueron muchos los que disfrutaron descubriendo las historias sorprendentes, asombrosas y en algunos casos hilarantes que se dieron durante el conflicto. Cuando ha pasado ya más de una década desde su publicación, considero que el simple relato de la anécdota, el hecho sorprendente, posee un alcance modesto y limitado pero, aun así, continúa resultando muy útil para presentar los hechos históricos desde un nuevo y refrescante punto de vista, que permite acercarlos a un público amplio.
En la presente obra, he apostado por utilizar ese mismo formato, pero dando un paso más allá. Aunque aquí se relatan también algunas anécdotas, buena parte de estas 250 pequeñas grandes historias son datos, estadísticas, testimonios, relatos y descripciones que, por sí solos, podrían considerarse también anecdóticos, pero que juntos conforman un panorama tan original como elocuente de cómo se desarrolló el conflicto.
Este es un libro dirigido tanto al gran público como al lector especializado, por lo que he tratado de encontrar el equilibrio necesario para que la obra pueda satisfacer las expectativas de ambos. Los que apenas tienen un conocimiento superficial del conflicto disfrutarán con estas historias, que les animarán a conocer más sobre la contienda y, además, estoy seguro de que muchos de estos episodios van a sorprender a los lectores que la conocen con mayor profundidad.
Igualmente, la estructura del libro permite una lectura fragmentada, en la que es posible hojear, releer o saltar de un capítulo a otro. Para incidir en ese carácter ameno, e incluso lúdico, la obra concluye con un juego de preguntas, en el que serán puestos a prueba los conocimientos del lector sobre los detalles más triviales del conflicto de 1939-1945, con el que, a su vez, los lectores podrán poner a prueba los conocimientos de amigos y familiares.
Con todo ello, espero que este libro sea, más que una simple recopilación de anécdotas, un estímulo para profundizar en el conocimiento de la Segunda Guerra Mundial y, en todo caso, que permita pasar un rato agradable y entretenido. Con eso ya me doy por satisfecho.
Barcelona, marzo de 2015
I
L OS PRIMEROS
La guerra es dulce para los que no la conocen.
E RASMO DE R OTTERDAM (1466-1536),
humanista holandés
Ser el primero en hacer algo, sea una hazaña o un acto prosaico o incluso involuntario, es la manera más directa y perdurable de pasar a formar parte de la pequeña o la gran historia. Por muchos que luego sean capaces de hacerlo mejor o más rápido, ninguno podrá arrebatarle la gloria, o al menos el renombre, al que lo hizo por primera vez.
En la Segunda Guerra Mundial, son muchos los que pasaron a la pequeña historia del conflicto por haber sido los primeros, una distinción que siempre acompañará a sus nombres. Sin embargo, algunos de ellos, a buen seguro, no quisieron ni desearon nunca haber sido los primeros.
Mientras que unos destacaron por ser los primeros en haber disparado, atacado o alcanzado un objetivo, otros tuvieron la desgracia de ser los primeros en ser hechos prisioneros, en morir en combate o en convertirse en víctimas de un conflicto en el que no habían elegido participar.
Primer ataque aéreo alemán
El primer bombardeo alemán de la contienda, y por extensión de la Segunda Guerra Mundial, fue llevado a cabo a las 4:26 h del 1 de septiembre de 1939 por tres aviones Junkers Ju 87 Stuka. Los pilotos eran el teniente Bruno Dilley, el también teniente Horst Schiller y el sargento Gerhard Grenzel.
El objetivo de la misión era impedir que los polacos destruyesen dos puentes —uno de ellos ferroviario— que atravesaban el río Vístula en Dirschau (la actual Tczew), en la frontera germano-polaca. Con esta medida, los polacos pretendían retrasar un posible avance alemán; era especialmente importante impedir que los alemanes pudieran utilizar el puente ferroviario, ya que disponían de un convoy blindado para transportar tropas y artillería, preparado para sumarse a la invasión. Para volar los puentes en caso necesario, ingenieros del ejército polaco habían colocado cargas explosivas en sus estructuras. Las cargas estaban conectadas mediante unos cables con detonadores eléctricos remotos situados en la estación ferroviaria de Dirschau.
Los tres pilotos alemanes se habían encargado anteriormente de explorar la zona, vestidos de civil. De este modo pudieron localizar el trazado de los cables de detonación, que discurría por la orilla del río.
A las 4:26 h de la madrugada del 1 de septiembre, los tres aviadores, junto a sus respectivos copilotos, encargados de la radio y la ametralladora, despegaron del aeródromo de Elbing. Cada Stuka llevaba una bomba de 248 kilos bajo el fuselaje y cuatro de 50 kilos bajo las alas. Tras un vuelo de apenas ocho minutos, llegaron a su objetivo. A las 4:34 h, los Stuka comenzaron a arrojar su carga de explosivos sobre el lugar por donde pasaban los cables, dejándolo todo arrasado. Sin embargo, el ataque no cumplió con el objetivo buscado; dos horas después, los ingenieros polacos conseguirían empalmar los cables de detonación y procederían a volar los puentes.
El único que sobreviviría a la guerra sería el teniente Dilley. En 1956 se uniría a la fuerza aérea de la República Federal de Alemania y sería comandante de una escuela de vuelo. Falleció en Landsberg am Lech en 1968, a los 55 años.
En cuanto al destino del teniente Schiller y del sargento Grenzel, el primero fallecería el 2 de junio de 1943, cuando su avión fue abatido por la artillería antiaérea soviética, cerca de la ciudad de Krymsk, en la región de Kubán. Por su parte, Grenzel moriría el 10 de enero de 1944 durante una misión en aguas de Malta.
Schiller, que había obtenido la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro en 1940, sería noticia cuando ya habían transcurrido siete décadas de su muerte. En octubre de 2014, una asociación de investigadores encontró fragmentos de un Stuka: el motor y la caja principal de transmisión. Junto a ellos estaban los restos mortales de un piloto. Posteriormente, al comparar el número identificador del aeroplano con datos de archivos, llegaron a la conclusión de que esos restos pertenecían a Horst Schiller.