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Andreu Navarra Ordoño - 1914. Aliadófilos y germanófilos en la cultura española

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    1914. Aliadófilos y germanófilos en la cultura española
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    2014
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1914. Aliadófilos y germanófilos en la cultura española: resumen, descripción y anotación

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En agosto de 1914, ante el inicio de la Primera Guerra Mundial, el rey Alfonso XIII declaró fuera de la ley a todo aquel que realizara abiertamente proselitismo en favor de alguno de los bandos contendientes. Sin embargo, la medida fue considerablemente ineficaz, puesto que la opinió pública se fracturó en diversas corrientes que llenaron de tensió el espacio público español.

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Andreu Navarra Ordoño

1914

Aliadófilos y germanófilos en la cultura española

Índice Así estaba la política española señores cuando estalló la - photo 1

Índice

Así estaba la política española, señores, cuando estalló la conflagración europea. Entonces se centuplicó el apremio de los olvidados deberes patrióticos, y por de pronto se iluminó como una centella el abismo al borde del cual ronca la nación española.

Antonio Maura, 21 de abril de 1915

¿Qué somos: productos de una cultura más elevada o bien criaturas primitivas?

Robert Walser, Jakob von Gunten, 1908

Prólogo

«Aliadofilia» y «germanofilia» son conceptos algo deconstruibles. Álvaro Alcalá Galiano, en uno de los más tempranos y pioneros estudios sobre la opinión española durante la Primera Guerra Mundial, escribió en 1916 que «nunca hubo en España ni aspiraciones nacionales, propiamente dichas, ni comunidad en las ideas, ni fraternidad en los sentimientos. La Historia de España, con sus guerras civiles, sus luchas interiores, sus fracciones políticas, es la de una anarquía bajo la corona real» (Alcalá Galiano, 1916: 18). Contundente conclusión que nos conduciría a pensar que bajo los marbetes generales de «aliadofilia» y «germanofilia» bullirían multitud de individualidades crispadas y gritonas, incapaces de hermanarse con personalidades afines. Quizás sea ese caos público desatado en 1914, ese segundo 98, lo que haga tan seductor el estudio de este breve período. Fernando Díaz-Plaja mismo, cuando nos hablaba en su prólogo a Francófilos y germanófilos de las dificultades a las que se había enfrentado en la España del franquismo para encontrar materiales sin despertar sospechas, señalaba hasta qué punto el régimen había demonizado a unos determinados autores y tendencias. Por lo tanto, estudiar lo que no era afecto al régimen (retroactivamente, como en toda dictadura) no era en principio materia analizable o digna de atención: «Dado que, en términos generales, la derecha, como en la guerra anterior, se mostraba partidaria de Alemania, el aliadófilo resultaba en principio acusado de izquierdismo, acusación nada cómoda en la España de los años que siguieron al 1939» (Díaz-Plaja, 1973: 10).

Este esquema binario implicaba asumir que los intelectuales y políticos aliadófilos eran todos de izquierda, y que los germanófilos prefiguraban los valores institucionalizados por el régimen a partir de 1939. El esquema no era nuevo. Lo había trazado mucho antes también Alcalá Galiano en su estudio de 1916:

Hablando en términos generales, las «izquierdas» eran francófilas y las «derechas» germanófilas. En las «izquierdas» o sea los amigos de Francia, pudieron agruparse los republicanos y radicales partidarios de la política actual francesa, y también monárquicos, liberales o independientes, «intelectuales» y escritores; la mayoría de los políticos y la minoría de los aristócratas... Frente a estos, los germanófilos, o sea las «derechas»; el clero, los carlistas, la oficialidad del ejército, las clases conservadoras y la mayor parte de las damas aristocráticas y de los «sport men» elegantes que antes nos traían de Londres y París las modas, y ahora nos traen de Berlín las teorías (1916: 22).

Creo que no hace falta señalar la debilidad de esta clasificación: localizaría a un sector demasiado débil de la sociedad española, y además no explicaría el fenómeno claramente mayoritario del neutralismo.

Esos dos polos discursivos son los de los bandos de la guerra civil, por otra parte ya por sí mismos bastante deconstruibles también, y cuando estalló la Guerra Europea, esos bandos del año 36 aún no existían. Esto parece una perogrullada, pero cuando uno se acerca a las nóminas de aliadófilos y germanófilos, ve que el esquema binario que procede del franquismo no encaja tanto como interesaría a nuestro instinto de comodidad. Es cierto que la enorme mayoría de los firmantes de manifiestos germanófilos militaban en formaciones de derecha o simpatizaban con ellas, del mismo modo que los que quisieron distinguirse como aliadófilos lo hacían en formaciones republicanas y socialistas. Sin embargo, las excepciones son de gran interés. Por descontado, la mayor sorpresa que ofrece la lista de firmantes del manifiesto germanófilo de 1915, del cual hablaremos con profusión en el tercer capítulo de este libro, es la firma de Luis Jiménez de Asúa, futuro diputado del PSOE y presidente de la República española en el exilio entre 1962 y 1970. Igualmente vinculada al PSOE a partir de 1931 fue la destacada activista feminista Margarita Nelken, que dejó claras sus preferencias germanófilas en su artículo «Al margen de la guerra: revisión de valores» (La Tribuna, 14 de agosto de 1915). Otra excepción notoria fue Azorín, escritor de derechas desde aproximadamente 1903, y distinguido aliadófilo. Caso parecido al de Valle-Inclán: un escritor vinculado a la carlista Comunión Tradicionalista que se desplazaba al frente para agasajar a los franceses. ¿Y qué decir de Pío Baroja? Un radical que se acercó a los alemanes con argumentos antagónicos a los de los conservadores como Benavente o Pemán. En todo caso, el acercamiento más fértil es siempre el que atiende a las individualidades, sin esquemas previos ni generalizaciones. Ramón Gómez de la Serna, republicano aliadófilo, publicó en el periódico germanófilo La Tribuna su «Diario de un lector».

El estudio de esas rarezas y excepciones puede enriquecer más nuestro conocimiento que la confirmación de antiguos tópicos. Así, por ejemplo, llegaremos a la conclusión de que Baroja era un germanófilo totalmente sui generis empapado de republicanismo radical, así como de que Azorín fue un aliadófilo con fuertes simpatías por la cultura alemana. Otro ejemplo: Armando Palacio Valdés, que había empezado su larga andadura militando en el liberalismo de izquierda y escribiendo páginas de crítica junto a Leopoldo Alas, fue volviéndose conservador, se declaró abiertamente aliadófilo, para terminar... colaborando con el nazismo. Y es que, además, pueden producirse sorpresas importantes, como el hecho de que Pere Bosch Gimpera, notorio prehistoriador republicano, fuera germanófilo y de ello dejara constancia con su firma, o el hecho de que Francesc Cambó, neutralista inicial que derivó hacia la simpatía por la Bélgica mártir, pero que tampoco ocultó su interés por la ordenación territorial del Imperio alemán, terminara encuadrado en el bando franquista. Pero para rarezas las de Pedro Mourlane Michelena, futuro escritor falangista, que logró conciliar el cesarismo con la aliadofilia en la francófila Iberia:

Ya se ve que Joffre es de la estirpe del dictador romano. Es sereno como él, es un poco taciturno como él, hace la guerra como él. Dentro de algunos siglos, los estudiantes, cuando lean las Vidas paralelas de nuestro tiempo, meditarán ante la epopeya de Joffre. Se le llamó cunctator, leerá, o sea, temporizador. Fue el general más noble de su siglo. Y así como Quinto Fabio era el escudo de Roma, Joffre era el escudo de Francia (1915).

Por su parte, el periodista Agustí Calvet, «Gaziel», siempre fue de derechas, y en cambio se distinguió por su copiosa literatura aliadófila. Otra sorpresa difícil de encuadrar desde el ámbito catalán: Carles Riba, futuro notorio republicano, que manifestó simpatías germanófilas. Es posible, podría argumentarse que para resolver satisfactoriamente estas excepciones procedentes de la izquierda, bastaría con señalar que algunos futuros republicanos eran aún demasiado jóvenes en 1914 como para tener ya construida una identidad política. Razón de más, por otra parte, para no fiarnos de monolíticas identidades u orientaciones políticas. Las más singulares, las que más destacaron por su trascendencia en su época, fueron las más fluctuantes e incalificables. Primera consideración, pues, y primera cautela a la hora de aproximarnos al período: deshacernos de ideas preconcebidas y de justificaciones ideológicas. Algo, por otra parte, que no deja de ser inherente al oficio. No existieron ni bandos monolíticos ni discursos unitarios. Y eso ocurrió en gran medida porque los escritores mayores del período, los de la generación del 98 en su fase de madurez y plenitud, fueron unos grandes inaprensibles. Las categorías de izquierda y derecha no se ajustan o lo hacen mal ante personalidades como Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Manuel Machado o Azorín. Otras están más claras y son menos híbridas: Ramón Pérez de Ayala, Manuel Azaña, Antonio Machado. No hubo dos cajones homogéneos ni divisiones claras, sino universos de individualidades en los que algunos destacaron por su heterodoxia (Unamuno, Valle-Inclán, Azorín, Baroja), y otros forjaron o reflejaron los discursos públicos dominantes (Araquistain, Pérez de Ayala, Benavente, Salaverría).

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