| Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte |
Título:
1914. De la paz a la guerra
© Margaret MacMillan, 2013
Edición original en inglés: The War that Ended Peace. How Europe Abandoned Peace for the First World War Profile, 2013
De esta edición:
© Turner Publicaciones S.L., 2013
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: octubre de 2013
De la traducción del inglés: © José Adrián Vitier, 2013 Corrección y coordinación: José Antonio Montano
ISBN: 978-84-15427-83-4
Diseño: Enric Jardí
Ilustración de cubierta: Mapa-caricatura de la Primera Guerra Mundial, Walter Trier. © Archivo Aisa/Ulstein.
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.
ÍNDICE
A Eluned MacMillan,
mi madre.
MAPAS
INTRODUCCIÓN
¿GUERRA O PAZ?
Ha habido tantas plagas como guerras
en la historia; pero tanto las guerras
como las plagas siempre toman por
sorpresa a la gente.
ALBERT CAMUS, La peste
Nada de cuanto ha sucedido, ni nada que haya sido deseado,
planeado o imaginado puede considerarse irrelevante.
La guerra no es un accidente: es un resultado.
Nunca se mira demasiado atrás para indagar sus causas.
ELIZABETH BOWEN, Bowen’s Court
S egún una guía de viajes de 1910, Lovaina era una ciudad apagada, pero al llegar su momento ardió con un fuego espectacular. Ninguno de sus habitantes podía imaginarse un destino así para su pequeña, hermosa y civilizada ciudad. Tras muchos siglos de paz y prosperidad, Lovaina era conocida por sus maravillosas iglesias, sus casas antiguas, su magnífico ayuntamiento de estilo gótico y su famosa universidad, fundada en 1425. La biblioteca de esta, ubicada en la vieja y distinguida Lonja de los Paños, albergaba doscientos mil volúmenes, entre ellos grandes obras teológicas y de autores clásicos, además de una rica colección de manuscritos, desde un pequeño cancionero anotado por un monje del siglo XI hasta incunables laboriosamente ilustrados a lo largo de los años. Sin embargo, a finales de agosto de 1914, el olor a humo impregnaba el aire, mientras Lovaina era arrasada por unas llamas que podían verse a kilómetros de distancia. Gran parte de la ciudad, incluida su gran biblioteca, desaparecía, al tiempo que sus desesperados habitantes escapaban penosamente hacia el campo con todo lo que podían cargar. Una estampa que llegaría a ser bien conocida en el siglo XX.
Como casi toda Bélgica, Lovaina tuvo la desgracia de hallarse en la ruta de la invasión alemana de Francia durante la Gran Guerra, que comenzó en el verano de 1914 y duraría hasta el 11 de noviembre de 1918. Los planes alemanes determinaban una guerra en dos frentes: una acción dilatoria contra Rusia en el este y, en el oeste, una invasión y derrota rápidas de Francia. Se suponía que Bélgica, un país neutral, aceptaría sin problema ser atravesada por las tropas alemanas que se dirigían hacia el sur. Como buena parte de lo que sucedería en la Gran Guerra, tal suposición resultó errónea. El gobierno belga decidió ofrecer resistencia, lo que desbarató de inmediato los planes alemanes, y Gran Bretaña, tras algún titubeo, le declaró la guerra a Alemania. Para cuando llegaron a Lovaina el 19 de agosto, las tropas alemanas ya estaban resentidas contra Bélgica, debido a lo que consideraban una resistencia irrazonable, y también nerviosas ante la posibilidad de ser atacadas por fuerzas belgas y británicas, o por civiles levantados en armas.
Durante los primeros días todo fue bien: los alemanes se comportaron correctamente, y los ciudadanos de Lovaina estaban demasiado asustados como para mostrar hostilidad hacia los invasores. El 25 de agosto llegaron nuevas tropas alemanas, en retirada tras un contraataque belga, y se propagó el rumor de que venían los británicos. Hubo disparos, muy posiblemente por parte de soldados alemanes nerviosos y quizá ebrios. El pánico cundió entre los propios alemanes, convencidos de que estaban siendo atacados, y dieron comienzo a sus represalias. Aquella noche, y durante los días siguientes, sacaron a los civiles de sus hogares, asesinando a algunos, entre ellos al alcalde, al rector de la universidad y a varios oficiales de policía. Murieron en total unas doscientas cincuenta personas, de una población de cerca de diez mil, y muchas más fueron increpadas y golpeadas. Mil quinientos habitantes de Lovaina, desde niños hasta ancianos, fueron enviados por tren hasta Alemania, donde una multitud los recibió con burlas e insultos.
Los soldados alemanes –con la frecuente participación de sus oficiales– saquearon la ciudad e incendiaron a conciencia los edificios.
Este fue solo el principio de la autodevastación de Europa durante la Gran Guerra. Poco después del saqueo de Lovaina, los cañones alemanes acabaron con la catedral de Reims, la más hermosa e importante de Francia, que en sus setecientos años había visto la coronación de la mayoría de los reyes franceses. Allí se encontró en el suelo la cabeza de una de sus magníficas esculturas de ángeles, con su beatífica sonrisa intacta. Yprés, con su espléndida Lonja de los Paños, quedó reducida a escombros; y el corazón de Treviso, en el norte de Italia, fue arrasado por las bombas. Gran parte de esta destrucción –aunque no toda– fue perpetrada por Alemania, lo que causó un profundo impacto en la opinión pública estadounidense y contribuyó a que en 1917 Estados Unidos entrara en la guerra. Un profesor alemán diría amargamente al término de la misma: “Hoy podemos afirmar que los nombres de Lovaina, Reims y Lusitania acabaron, casi por igual, con la simpatía de los estadounidenses por Alemania”.
En comparación con lo que estaba por venir –los más de nueve millones de soldados muertos y otros quince millones de heridos, la devastación de casi todo el resto de Bélgica, del norte de Francia, de Serbia y de parte de los imperios ruso y austrohúngaro–, las pérdidas de Lovaina fueron pequeñas. Pero lo allí sucedido se convirtió en un símbolo de la destrucción insensata, del daño infligido por los propios europeos a la que fuera la zona más próspera y poderosa del mundo, y del odio irracional e incontrolable entre pueblos que tanto tenían en común.
La Gran Guerra comenzó lejos de Lovaina, en el otro extremo de Europa, en los Balcanes, en Sarajevo, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono austrohúngaro. Al igual que los incendios que asolaron Lovaina, aquel acto fue el detonante de un conflicto que se extendió por casi toda Europa y buena parte del mundo. Las mayores batallas y las pérdidas más cuantiosas tuvieron lugar en los frentes occidental y oriental; pero también se combatió en los Balcanes, en el norte de Italia, en Oriente próximo y en el Cáu-caso, así como en extremo Oriente, el Pacífico y África. Soldados de todo el mundo llegaron a Europa provenientes de la India, Canadá, Nueva Zelanda o Australia, por parte del imperio británico; o desde Argelia o el África subsahariana, por parte del francés. China envió culíes para que transportaran suministros y cavaran trincheras para los aliados; y Japón, otro aliado, ayudó a patrullar las vías marítimas. En 1917, Estados Unidos, hostigado hasta lo intolerable por las provocaciones alemanas, entró en la guerra. En ella perdió cerca de ciento catorce mil soldados, y llegó a sentirse embaucado, metido en un conflicto en el que no tenía nada que ganar.
Página siguiente