Cuando terminó el mes de julio de 1914, Europa vivía aún inmersa en la engañosa placidez de la belle époque, instalada en la dilatada continuación de casi tres lustros de un siglo XIX , generoso y fructífero, que no acababa de pasar. Treinta y un días después había comenzado el siglo XX , y de la belle époque no quedaba más que un montón de ruinas humeantes: habían tronado los cañones de agosto.
A partir de un impresionante caudal de información histórica, Barbara Wertheim Tuchman nos presenta en este libro clásico el panorama dramático, multicolor, cargado de tensiones psicológicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambió la faz del mundo.
Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aquí con asombrosa fidelidad, con auténtico calor humano. Las pequeñas miserias, las virtudes, el genio, los rasgos más personales e incluso los defectos físicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor.
Barbara Wertheim Tuchman
Los cañones de agosto
Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo
ePub r1.0
JeSsE25.01.14
Título original: The Guns of August
Barbara Wertheim Tuchman, 1962
Traducción: Víctor Scholz
Retoque de portada: JeSsE
Editor digital: JeSsE
ePub base r1.0
BARBARA WERTHEIM TUCHMAN. (Nueva York, 30 de enero de 1912 – 6 de febrero de 1989) fue una historiadora estadounidense, periodista y escritora.
Hija del banquero Maurice Wertheim, era nieta Henry Morgenthau, también banquero y Embajador de Woodrow Wilson en el Imperio Otomano.
Barbara Wertheim recibió su Licenciatura en Artes de la Radcliffe College en 1933.
En 1939, contrajo matrimonio con Lester R. Tuchman, un médico internista, investigador y profesor de medicina clínica en el Monte Sinai School of Medicine. Tuvieron tres hijas (una de ellas fue Jessica Mathews).
Entre 1934 y 1935 trabajó como asistente de investigación en el Instituto de Relaciones del Pacífico en Nueva York y Tokio, y luego comenzó una carrera como periodista antes de dedicarse a los libros.
Se desempeñó como ayudante de redacción de The Nation y corresponsal estadounidense para el New Statesman de Londres, el Centro de Noticias del Lejano Oriente y la Oficina de Información de Guerra (1944-45).
Algunas de sus obras son: La política británica perdida: Gran Bretaña y España desde 1700 (1938). La Biblia y la espada: Inglaterra y Palestina de la Edad del Bronce a Balfour (1956). El telegrama Zimmermann (1958). Un espejo distante (1978). Los cañones de Agosto (1962).
NOTAS
PREFACIO
Durante la última semana de enero de 1962, John Glenn pospuso por tercera vez su tentativa de viajar en cohete al espacio exterior y convertirse en el primer estadounidense en orbitar alrededor de la Tierra. A Bill «Moose» Skowren, el veterano primera base de los Yankees, tras realizar una buena temporada (561 at bats, 28 home runs y 89 carreras impulsadas) se le concedió un aumento de salario de 3000 dólares, cosa que elevó sus ingresos anuales a 35 000 dólares. Franny y Zooey ocupaba el primer lugar de la lista de las novelas más vendidas, seguida unos puestos más abajo por Matar a un ruiseñor, mientras que el apartado de obras de no ficción lo encabezaba My Life in Court, de Louis Nizer. Ésa fue también la semana en que se publicó una de las mejores obras de historia que un norteamericano haya escrito jamás en el siglo XX .
Los cañones de agosto se convirtió rápidamente en un gran éxito editorial. Los críticos no escatimaron elogios y el boca a boca hizo que decenas de miles de lectores leyeran la obra. El presidente Kennedy entregó un ejemplar al primer ministro británico Macmillan y le comentó que los dirigentes mundiales debían evitar de un modo u otro cometer los errores que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial. El Comité Pulitzer, que, según lo estipulado por el creador de los galardones, no podía otorgar el Premio de Historia a una obra que no versara sobre algún tema estadounidense, encontró una solución concediéndole a la señora Tuchman el premio de la categoría de ensayo. Los cañones de agosto cimentó la reputación de la autora y, en adelante, sus libros siguieron siendo estimulantes y escritos con una prosa elegante. Pero, para que se vendieran, a la mayoría de los lectores les bastaba saber que quien lo había escrito era Barbara Tuchman.
¿Qué es lo que le da a este libro —básicamente una historia militar del primer mes de la Primera Guerra Mundial— un sello tan especial y la enorme reputación de la que goza? En él destacan cuatro cualidades: la aportación de numerosos detalles, cosa que mantiene al lector atento a los acontecimientos, casi como si se tratara de un testigo de los mismos; un estilo diáfano, inteligente, equilibrado y lleno de ingenio; y un punto de vista alejado de los juicios morales, pues la señora Tuchman nunca se dedica a sermonear o a extraer un juicio negativo de los hechos que analiza (opta por el escepticismo, no por el cinismo, y consigue no tanto que el lector sienta indignación por la maldad humana, sino que se entristezca ante el espectáculo de la locura de sus congéneres). Estas tres virtudes están presentes en todas las obras de Barbara Tuchman, pero en Los cañones de agosto hay una cuarta que hace que, una vez iniciada la lectura del libro, resulte imposible dejarla. La autora incita al lector a suspender todo conocimiento que se posea de antemano acerca de lo que va a suceder. En las páginas del libro, Barbara Tuchman sitúa ante nuestros ojos un ejército alemán enorme —tres ejércitos de campaña, dieciséis cuerpos, treinta y siete divisiones, setecientos mil hombres— que avanza a través de Bélgica con un objetivo final: París. Esta marea de soldados, caballos, piezas de artillería y vehículos discurre por los polvorientos caminos del norte de Francia, avanzando de modo implacable, a todas luces imparable, hacia la capital francesa, con el objetivo de poner punto final a la guerra en el Oeste, tal y como los generales del káiser lo habían planificado, en cuestión de seis semanas. El lector, al contemplar el avance de los alemanes, sabrá ya seguramente que no van a alcanzar su meta, que Von Kluck desviará sus tropas y que, tras la Batalla del Marne, millones de soldados de ambos bandos se agazaparán en las trincheras para dejar paso a cuatro años de carnicería. No obstante, la señora Tuchman hace gala de tanta habilidad que el lector se olvida de sus conocimientos. Rodeado por el estruendo de los cañones y el entrechocar de los sables y las bayonetas, se convierte prácticamente en un personaje más de la acción. ¿Seguirán avanzando los exhaustos alemanes? ¿Podrán resistir los desesperados franceses y británicos? El mayor mérito de la señora Tuchman es que, en las páginas de su libro, consigue revestir los acontecimientos de agosto de 1914 de tanto suspense como el experimentado por las personas que los vivieron realmente.