David Nirenberg - Religiones vecinas

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«El vecino de un judío nunca será un buen cristiano.» Son palabras de un hombre. Lo dijo un santo medieval, san Vicente Ferrer, cuya gran campaña de segregación y conversión religiosa a principios del siglo XV transformó para siempre el paisaje confesional de Europa. Dichas palabras expresan una rotunda visión del mundo, a un tiempo sociológica y teológica: una fe buena ha de distanciarse de una fe mala, que de lo contrario pone en riesgo al creyente.

San Vicente fue un brillante promotor de esta idea —veremos en qué medida fue brillante en el capítulo 5 de este libro—, pero desde luego no la inventó él. Pueblos y fes vecinos ocupan un lugar central en cada una de las muy diversas tradiciones religiosas que conocemos como Judaísmo, cristiandad e Islam. Las Sagradas Escrituras de dichas religiones contienen numerosas enseñanzas, a veces contradictorias, sobre los peligros y las virtudes de la convivencia.

La Biblia hebrea, por ejemplo, exigía la extirpación de las «siete naciones» que vivían en la «Tierra Prometida» por temor a que su presencia condujera a matrimonios mixtos e idolatría (Deuteronomio 7:1-5). Pero también decretaba: «Al forastero que viva con vosotros lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo, pues vosotros también fuisteis forasteros en Egipto» (Levítico 19:34, Deuteronomio 10:19). A menudo condenaba ciertos tipos de matrimonios mixtos, pero no dudó en comenzar el linaje mesiánico del rey David con la unión de una mujer moabita y un hombre hebreo (véase el Libro de Rut). En una misma profecía puede concebir un apocalipsis en el cual los poderosos y agresivos vecinos de Israel son completa y vengativamente destruidos y otro en el que son salvados y santificados: «Benditos sean mi pueblo de Egipto y Asur, la obra de mis manos, e Israel, mi herencia» (Isaías 19:25).

El Nuevo Testamento también contiene muchos pasajes que podrían y han sido interpretados como una exhortación a amar al vecino, al forastero e incluso al enemigo, como es el caso de Lucas 10:27, Mateo 5:43 y Hebreos 13:1. Pero también preserva otros que se han interpretado en un sentido totalmente opuesto. «El que no está conmigo, está contra mí»; «¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, os digo que he venido a traer la división»; «En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, traedlos aquí y matadlos en mi presencia» (Lucas 11:23, 12:51, 19:27).

Asimismo, en el Corán podemos encontrar mandatos muy diversos sobre cómo tratar a los vecinos de otras fes. Algunos parecen alentar la exterminación: «Matad a los idólatras dondequiera les halléis, capturadles, cercadles y tendedles emboscadas en todo lugar» (sura 9:5). Otros podían tender hacia la tolerancia: «Por misericordia de Alá eres compasivo con ellos [los infieles]. Si hubieras sido rudo y duro de corazón se habrían alejado de ti; perdónales, pide perdón por ellos y consúltales en las decisiones» (sura 3:159). Aún otros denotan que cierto pluralismo es posible, pero la segregación necesaria:

«¡Oh, creyentes! No toméis por amigos aliados a quienes recibieron el Libro antes que vosotros [judíos y cristianos] ni a los incrédulos». «¡Oh, creyentes! No toméis por amigos confidentes a quienes no fueran de los vuestros, porque los incrédulos se esforzarán para corromperos» (sura 5:56, 3:118).

Este libro no trata de las Sagradas Escrituras de las tres religiones que aseguran descender de Abrahán. Es un libro sobre cómo vivían y se veían musulmanes, cristianos y judíos en la Edad Media y sobre qué puede contarnos ese pasado medieval acerca de cómo lo hacen hoy. Pero debemos empezar por las Escrituras, ya que todos los períodos posteriores, incluido el nuestro, a menudo ahondan en ellas en busca de instrucciones sobre las clases de convivencia que Dios tiene en mente. A través de la lectura y relectura de sus páginas, cristianos, judíos y musulmanes posteriores debatían cómo (en palabras del más grande rabino medieval) «el Omnipresente nos ha santificado y separado de los infieles». Así pues, es crucial reconocer desde el comienzo de nuestros estudios que las Escrituras en las cuales se cimientan las tres religiones pueden apoyar múltiples actitudes potenciales hacia los «vecinos», actitudes que van desde el amor y la tolerancia hasta el exterminio total.

Incluso esta marcada distinción entre amor y exterminio resulta un tanto engañosa: muchas comunidades de creyentes han leído sus Escrituras de un modo que identifica y equipara ambas cosas. En la ley canónica del catolicismo medieval, por ejemplo, las cruzadas podían ser consideradas un acto de amor hacia el enemigo musulmán, para quien una muerte prematura era juzgada más caritativa que una vida larga malgastada en pecado mortal. Incluso a mediados del siglo XX , los abogados del Vaticano realizaron considerables maniobras para clasificar el embargo nazi y la segregación de los judíos en Alemania como expresiones legítimas de amor al prójimo.

Se puede discrepar, desde su época y perspectiva, con estas interpretaciones anteriores de la voluntad de Dios y, de hecho, es importante que lo hagamos. Por ejemplo, los estudiosos críticos de unas Escrituras en particular pueden argumentar que los autores del texto no podían tener por objetivo una interpretación determinada en el momento que se escribieron. Los creyentes pueden aferrarse a las interpretaciones de su comunidad religiosa en lugar de prestar atención o dar crédito a las de otras. Pero, como historiadores, al menos debemos reconocer que, para millones de creyentes de otras épocas y lugares, estos amores crueles y «misericordias afiladas» (la expresión es de Martín Lutero) podrían estar en perfecta consonancia con la palabra escrita de Dios, e incluso ser exigidos por ella. Entre las numerosas verdades potenciales que enseñan las Escrituras sobre el tema de los vecinos, las interpretaciones que movieron a esos creyentes deben contar tanto como las nuestras.

Solo esa concesión puede protegernos de dos formas de fantasía tan preponderantes en nuestra época como en cualquier otra. La primera es que mis Escrituras son amorosas mientras que las de los otros son crueles; que mi comunidad de fe es capaz de tolerancia y buena convivencia mientras que la otra no (el capítulo 9 se centrará en varias manifestaciones modernas de este tipo de fantasía). Y la segunda es que nosotros entendemos las Escrituras, que nuestras interpretaciones han recuperado su intención original y verdadera, mientras que todas las demás interpretaciones son lecturas erróneas cuyo estudio puede aportar a lo sumo una historia de errores.