Colección: Historia Incógnita
www.historiaincognita.com
Título: Historia medieval del sexo y del erotismo
Autor: © Ana Martos
Copyright de la presente edición: © 2008 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez
Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y Ocio
Diseño del interior de la colección: JLTV
Maquetación: Claudia Rueda Ceppi
Edición digital: Grammata.es
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-568-4
Fecha de edición: Noviembre 2008
Libro electrónico: primera edición
Índice
L a querella del esperma femenino fue una de tantas discusiones bizantinas que los sabios mantuvieron durante siglos, acerca de asuntos que eran entonces tan discutibles como la cuadratura del círculo, el heliocentrismo o la procedencia mística del Espíritu Santo.
Algunas, como la cuadratura del círculo (el círculo simboliza el cielo y el cuadrado la tierra) que se inició en el año 470 antes de nuestra Era y finalizó en 1882, duraron hasta que una de las partes enfrentadas pudo demostrar que su tesis era la acertada o que las demás eran las equivocadas. Lo mismo sucedió con la querella del esperma femenino y, lo mismo, como todos sabemos, acaeció respecto al heliocentrismo frente al geocentrismo, respecto a la circulación sanguínea y respecto a tantos otros debates.
Otras discusiones, como las disputas sobre la procedencia del Espíritu Santo o el número de naturalezas o voluntades de Cristo, que han enfrentado a los teólogos cristianos de las distintas Iglesias durante siglos, resultan tan indemostrables que, en muchos casos, las distintas posturas permanecen encontradas y así permanecerán hasta el fin de los tiempos.
Lo interesante del debate que vamos a tratar en este libro no es solamente el motivo y los argumentos que se emplearon para discutir la existencia o inexistencia de un semen femenino, así como su función o su importancia dentro del proceso de la generación, sino que todo lo que rodea a esta discusión, los argumentos aportados, las ideas recogidas, los procedimientos seguidos, las explicaciones, los porqués y los distintos puntos de vista, sustentaron y continúan sustentando en muchos lugares y en muchas culturas una serie de planteamientos sin duda carentes de soporte científico, pero que tienen su base en aquella lejana cuestión.
Entre todos estos planteamientos encontramos tabúes que afectan a hechos tan naturales como la menstruación femenina o la masturbación masculina. Todos hemos oído mencionar, si no directamente al menos por referencias, la creencia de que la mujer que menstrúa tiene la capacidad de hacer morir una planta o que la masturbación masculina produce ceguera o reblandecimiento de la médula.
Tales creencias no se basan en argumentos científicos, ciertamente, pero sí tienen un origen y una base que en un momento de la historia de la Medicina se tomó por científica y real. Veremos, pues, quién inició tales creencias, en qué se apoyaron y cómo se transmitieron hasta llegar a nuestros días. Conoceremos también las connotaciones sociales que tuvo la prevalencia de las diferentes posturas, sobre todo en lo que concierne al derecho de la mujer al orgasmo, y cómo se resolvieron, aunque, como queda dicho, algunas de ellas incluso se han prolongado hasta nuestra tecnificada Era del Conocimiento.
Y sabremos algo que resulta de suma importancia para nuestro instante sociológico. Conoceremos las razones, los procesos y los métodos que convirtieron a la mujer en un ser inferior, y oprimido.
Capítulo 1
La Edad Media no fue solo apocalipsis y oscurantismo
C uenta Gaston Paris que, hace muchos años, viajó un caballero desde Alemania al monte de la Sibila, por ver de cerca las maravillas que de allí se contaban. Al trasponer la puerta de cristal que daba acceso a aquel mundo admirable, recorrió bellísimos jardines y salones incomparables en los que elegantes y nobles damas y caballeros conversaban y disfrutaban de la hospitalidad de la reina.
Era aquel un paraíso en la tierra cuyos habitantes desconocían el dolor, no envejecían y se deleitaban continuamente con los amables placeres que las delicias mundanas procuran. A cambio, los viernes por la noche tenía lugar una aberrante ceremonia en la que todas las damas, incluida la reina, se encerraban fuera de la vista de los caballeros y se transformaban en terribles serpientes, para reconvertirse a la mañana siguiente en mujeres aún más bellas de lo que lo fueran la noche anterior.
Habiendo conocido nuestro caballero tal asunto, no le cupo duda alguna de que se encontraba en los dominios satánicos y que todos los goces que aquel lugar le venía deparando no eran más que la hermosa envoltura de los más espantosos pecados.
Decidió, pues, partir de allí y peregrinar a Roma, donde el Papa podría absolverle de tan tremenda culpa tras someterse a un ritual de arrepentimiento y penitencia.
La historia termina con una enseñanza moral, porque el papa se mostró remiso a perdonar al caballero y este, desesperado, regresó a aquel lugar abominable para la fe cristiana pero que tan bien le había recibido. Y cuentan que el papa decidió finalmente darle la absolución, pero que cuando quiso llamarle de nuevo a su presencia, ya el caballero había partido para siempre y que Dios hubo de pedirle cuentas de la pérdida de aquel alma, pues ningún papa puede negar el perdón a quien el Señor siempre perdona.
El relato anterior contiene los ingredientes que configuran lo que nos han contado, hemos leído y hemos soñado acerca de la Edad Media. Fantasía, sensualidad y religión. Es, sin duda, una etapa de la historia de la Humanidad que a nadie deja indiferente, por cuanto tiene de controvertida, de atrayente, de curiosa y de mágica.
Pensar en la Edad Media sugiere dos imágenes totalmente opuestas, pero de alguna manera ligadas en nuestro ideario: una dama blanca y luminosa, vistiendo alta toca y túnica de mangas flotantes, lánguida y gentil, sonriente y etérea, casi mística. Una dama objeto del amor cortés medieval.
Al otro lado, surge una imagen aterradora, dolorosa, oscura y maléfica. Es un cuadro visto mil veces que representa una escena de la Inquisición, una reunión de nigromantes bajo presidencia demoníaca o una procesión de flagelantes que despedazan sus carnes tumefactas en un acto de contrición por sus, quién sabe a juicio de quién, innumerables pecados. Una escena desgarrada de oscurantismo apocalíptico.
Estas y muchas otras situaciones fueron propias de la Edad Media. Algunas nos resultan más o menos familiares, pero otras son inesperadas. Unas y otras forman un mosaico variopinto que apenas alcanza a reflejar una parte de lo que debió ser aquella etapa de la historia de la Humanidad.