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SINOPSIS
Mircea Eliade es uno de los filósofos rumanos más importantes del siglo XX y sus aportaciones a la historia de la religión han tenido una trascendencia universal. Diccionario de las religiones publicado póstumamente en 1991 con las aportaciones de Ioan P. Couliano, incluye artículos dedicados a las diferentes religiones del mundo, informaciones actualizadas sobre sus fundadores, sus profetas, sus libros sagrados y las diversas corrientes espirituales que han dejado su huella en la historia religiosa de la humanidad. Recoge en definitiva, su conceptualización de la religión como un sistema y sitúa en una nueva perspectiva la historia comparada de las religiones.
Mircea Eliade
Ioan P. Couliano
Diccionario
de las religiones
Para Christinel Eliade
Afirmo que, en Su sabiduría, Él no era propenso a dar más y que Él no lo quería. Por qué Él no lo quería, lo ignoro, pero Él lo sabe.
A LBERTO M AGNO (1206-1280),
Opera XXVI, 392.
Kānāfī’ l-imkan abda῾mimmā kān. En potencia existen cosas más maravillosas que lo existente de hecho.
A L- B IQĀĪ (1404-1480),
Tahdim al-arkān, fol. 48 a.
PREFACIO
En mayo de 1975, al final del segundo trimestre que yo había pasado en Chicago como estudiante, Mircea Eliade me habló por primera vez del proyecto de este diccionario, aunque el contrato sólo se firmaría bastantes años después. Ocupado en terminar la Historia de las creencias y de las ideas religiosas, no volvió a pensar en el proyecto hasta que, en 1984, hablamos del mismo en dos ocasiones, en París y en Groninga respectivamente. En ese momento Mircea Eliade deseaba condensar la Historia en un solo volumen, un compendio sobre las religiones para el lector no especialista, pero sus energías estaban comprometidas con otros proyectos, como la dirección de los trabajos para la Enciclopedia de las religiones publicada en inglés por la editorial Macmillan de Nueva York. Tal vez por ese motivo se le ocurrió entonces la idea de fundir el diccionario y el resumen de la historia de las religiones en un solo volumen, en el que las religiones serían presentadas por orden alfabético más bien que cronológico. Una segunda parte serviría de índice general y contendría algunas informaciones suplementarias, pero la lectura (alfabética) de los capítulos de la primera parte no sería menos agradable e instructiva que la de la «novela de la historia de las religiones» que Eliade no podía escribir por falta de tiempo. Una vez puestos de acuerdo para la adopción de esta fórmula, la mantuvimos sin ninguna modificación esencial.
Existe un número relativamente considerable de diccionarios de las religiones, compilaciones de un solo autor u obras colectivas (véase la Nota bibliográfica a continuación de este prefacio). Pero es evidente que escribir un diccionario de las religiones que al mismo tiempo sea correcto (desde el punto de vista científico) y accesible es una empresa descabellada, a menos que el autor o los autores no dispongan de un filtro que les permita proyectar una luz original sobre el sistema de las religiones. (Pero, entonces, ¿no es acaso probable, o incluso inevitable, que tarde o temprano la crítica les reproche el carácter parcial y personal de tal empresa?) Mircea Eliade poseía sin duda su propio filtro hermenéutico, así como una experiencia incomparable en el estudio de las religiones. Por otra parte, él estaba dotado de una curiosidad tan rara como su flexibilidad metodológica. Al final de su carrera, envidiaba la libertad y la creatividad de que gozaban los científicos con respecto a los historiadores y a los otros universitarios en el sector de las ciencias humanas, las inhibiciones de los cuales las explicaba Mircea Eliade en virtud del gran complejo de inferioridad que sufrían los interesados. En los artículos más complejos de este diccionario se subrayará el carácter de sistema de la religión; esta concepción, aunque expresada de diferente modo, está presente en Mircea Eliade desde sus primeros libros. Y si la introducción del diccionario parece situar en una nueva perspectiva las relaciones entre una serie de métodos de carácter sistémico de los que hasta ese momento se habían señalado más bien los contrastes, es que la conciliación era posible y sin duda inevitable. En efecto, entre método y metodología hay la misma distancia que entre ciencia y tecnología, y premisas cercanas pueden dar lugar a resultados muy dispares.
El género propio de la obra de consulta difícilmente puede contentarse con un principio estructurador. Necesita datos actualizados sobre toda una categoría de fenómenos que, a menos de poseer conocimientos especializados, escapan al control del historiador. Fiel a un ideal que Mircea Eliade había enunciado en repetidas ocasiones, personalmente he tratado de ensanchar sin cesar el horizonte de mis conocimientos en historia de las religiones hasta integrar en ella la bibliografía esencial de todas las religiones conocidas. Sin los informes que publico habitualmente desde 1974 en Aevum, Revue de l’histoire des religions, History of Religions, Studi e Materiali di Storia delle Religioni, Journal for the Study of Judaism, Journal of Religion, Church History y otros, me habría sido imposible llevar a feliz término este proyecto de diccionario de las religiones. Igualmente, los contactos mantenidos en determinados momentos de mi vida con eminentes historiadores y filósofos han marcado profundamente mis investigaciones. Me gustaría mencionar aquí particularmente a Ugo Bianchi en Milán, a Michel Meslin y Jacques Flamant en París, a Maarten J. Vermaseren en Amsterdam de 1978 a 1983, a Moshe Barasch en Jerusalén, a Carsten Colpe en Chicago en 1975, a Hans Jonas, con quien me he encontrado en New Rochelle, Luxemburgo y Groninga, a Hans Kippenberg, Florentino García Martínez y Hans Witte en Groninga, a Michel Stone en Wassenaar, a Gösta Ahlstrom, Dieter Betz, J. J. Collins y Adela Yarbro Collins, Wendy Doniger, Robert Grant, David Hellholm, Bernard McGinn, Joseph M. Kitagawa, Arnaldo Momigliano, Michael Murrin, Frank Reynolds, Larry Sullivan, David Tracy y Anthony Yu en Chicago, y a otros muchos colegas y amigos cuya obra y/o presencia han ejercido sobre mí un influjo profundo y en ocasiones me han permitido evitar esas meteduras de pata que todo generalista parece estar condenado a cometer.