Los Benjamin
Una familia alemana
Uwe-Karsten Heye
Traducción de Jordi Maiso
La traducción de esta obra ha recibido una ayuda de Goethe-Institut, institución financiada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania.
TIEMPO RECOBRADO
Título original: Die Benjamins. Eine deutsche Familie
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© Jordi Maiso Blasco, traducción, 2020
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ISBN (e-pub): 978-84-9879965-1
CONTENIDO
PREFACIO
Los Benjamin son los hermanos Walter y Georg y su hermana Dora, hijos de una familia judía de la alta burguesía de Berlín. Sus padres, Emil y Pauline Benjamin, no llegaron a vivir el hundimiento del mundo que habían conocido después de 1933. Fallecieron antes, en los años veinte. Los hermanos Benjamin se opusieron valientemente al terror nacionalsocialista y pagaron por ello con sus vidas. En los documentos y en las numerosas cartas que se han conservado, custodiadas y ordenadas por la mujer de Georg, Hilde Benjamin, y —tras su muerte— por su hijo Michael, puede seguirse la pista de su resistencia contra el nacionalsocialismo, cuyo carácter homicida no tardaron en reconocer.
Cuando el Ejército Rojo entró en Berlín y puso fin a los bombardeos, Hilde Benjamin y su hijo Michael eran los únicos supervivientes de la familia en Alemania. A Michael la victoria de los aliados le salvó la vida. Para los nazis era un «mestizo de primer grado»; su padre Georg era judío, médico y comunista. El hermano de Georg, Walter Benjamin, era escritor, crítico literario y filósofo. Dora había destacado por sus ensayos de crítica social.
El año de nacimiento de Walter Benjamin fue 1892, su cuñada Hilde Benjamin falleció en 1989. Entre ambas fechas media un siglo alemán atravesado por un rastro de sangre que comenzó con las conquistas coloniales del clan de los Hohenzollern antes de 1914 y se interrumpe con la carnicería de las dos guerras mundiales. La responsabilidad de los alemanes en ambas guerras es innegable, y eso se refleja en el destino y en los caracteres de los hermanos Benjamin.
Después de 1945 llegó una frágil paz fría. La escisión del mundo en Este y Oeste y la división de Europa. Comenzaba una guerra de palabras más que de armas, que sin embargo también podía destruir vidas humanas. Hilde Benjamin se vio directamente afectada. En Alemania Occidental, los dirigentes administrativos y políticos del nacionalsocialismo habían permanecido en sus cargos y mantuvieron el mismo ademán antibolchevique que llevaban doce años poniendo en práctica. La Guerra Fría y la anexión de Europa del Este a la esfera de influencia soviética crearon un clima que facilitó que se silenciaran el régimen del terror del Estado hitleriano y la responsabilidad de los alemanes en él.
De ahí que, en la algarabía de la propaganda política entre Este y Oeste, la República Democrática Alemana ( RDA ) se convirtiera en la encarnación de todo lo malo. Su mera existencia debía ayudar a olvidar las atrocidades nazis y sin duda permitió que pasaran a un segundo plano. Todo criminal nazi condenado se convertía inmediatamente en víctima del «sistema de injusticia» de la RDA y de Hilde Benjamin, que como vicepresidenta del Tribunal Supremo y —desde 1953— ministra de Justicia de Alemania Oriental, era la responsable de la prosecución por vía penal de los criminales nazis. En cambio, no causó ningún revuelo que, después de la prohibición del Partido Comunista Alemán (Kommunistische Partei Deutschlands, KPD ) en el Oeste, se iniciaran varios miles de procesos contra sus miembros y funcionarios. Las convicciones políticas eran de nuevo objeto de persecución penal. En Alemania Occidental, durante la posguerra, todo lo que estuviera a la izquierda del centro resultaba políticamente sospechoso. Las viejas/nuevas élites eran garantía de continuidad.
El hecho de que en Alemania Occidental los responsables del nazismo pudieran continuar imperturbables en las instituciones y en la administración, en la justicia y en la economía, no quedó sin consecuencias. Por ejemplo, el personal de la Bundeskriminalamt ( BKA ) [Oficina Federal de Investigación Criminal], fundada a comienzos de los años cincuenta, apenas se distinguía del de la Reichssicherheitshauptamt [Oficina Central de Seguridad del Reich ], la central del terror del Estado nazi. Un estudio de tres tomos recientemente publicado —encargado por la propia BKA — revela que en 1959 la mitad de sus dirigentes habían sido miembros de las SS o integrantes de unidades especiales de la policía implicadas en los asesinatos masivos tras las líneas del frente de Rusia. De ahí que las investigaciones de la Oficina siempre resultaran «infructuosas» cuando se trataba de esclarecer sucesos relacionados con la extrema derecha o los neonazis. Las semejanzas con los «obstáculos» que han entorpecido las investigaciones sobre los asesinatos perpetrados por el grupo Nationalsozialistischer Untergrund ( NSU ) [Clandestinidad Nacionalsocialista] en nuestros días son asombrosas: signo de una ceguera de la justicia que persiste aún hoy. Hasta bien entrados los años sesenta del pasado siglo, la República Federal Alemana parecía a veces la puesta en escena de un idílico regreso a la época nazi, muy al estilo del cine patriótico —solo que sin Hitler y Goebbels—.
El intento de saldar cuentas con el nacionalsocialismo a nivel jurídico comenzó en Núremberg. En los trece procesos que tuvieron lugar ante el tribunal de los fiscales aliados fueron juzgados representantes del Partido, de la economía y del ejército, responsables de las montañas de cadáveres de los campos de exterminio y de poner en marcha guerras de rapiña. El proceso de desnazificación de los perpetradores y sus cómplices, iniciado por las potencias aliadas que habían ganado la guerra, resultó sumamente impopular y quedó enseguida en manos de los tribunales alemanes. No tardó en convertirse en una farsa y su actividad fue pronto suspendida de forma definitiva. El parlamento aprobó una serie de leyes que en última instancia vinieron a suponer la amnistía de las élites dirigentes del nazismo, y que en todo caso les permitieron continuar en sus cargos.
Eso explica el escaso o nulo interés de las redacciones periodísticas de la República Federal por enfrentarse con el pasado nacionalsocialista: estaban plagadas de antiguos nazis —a diferencia de lo que ocurría en la RDA —. La confrontación crítica con el pasado era un virus que no debía expandirse. Hilde Benjamin, que sin duda dio motivos para ser objeto de crítica, fue uno de los blancos predilectos de las campañas que aspiraban a ofrecer una imagen tan negativa del régimen del Partido Socialista Unificado Alemán (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands, SED ) que a su lado las atrocidades del Estado de las SS parecían perder importancia. Una visión de la historia tendenciosa y ciega que aún hoy persiste.
Hasta 1972, con el primer discurso del canciller Willy Brandt sobre el estado de la nación, no se admitió que los dos Estados alemanes abordaban el nacionalsocialismo de modos muy diferentes. En los materiales publicados por el Ministerio de Relaciones Intraalemanas podía leerse que la RDA se había ocupado de eliminar a los dirigentes nacionalsocialistas de sus puestos en la justicia, la economía, las universidades y los medios. De ahí que, cada vez, más antiguos nazis huyeran de la RDA , pues sabían que en la República Federal no tendrían que temer ninguna persecución. Tras la quiebra de civilización que supuso el régimen de Hitler, Adenauer no creyó necesario implementar algo así como una autodepuración, y eso afecta a la higiene política del país hasta hoy. Los expedientes de los criminales nazis que lograron huir al extranjero —como Klaus Barbie o Adolf Eichmann— siguen siendo a día de hoy documentos confidenciales. Eso significa que deben permanecer en secreto en interés de la República Federal Alemana, lo que impide que la opinión pública pueda conocer el papel que jugó en ello el Bundesnachrichtendienst ( BND ) [Servicio Federal de Inteligencia], con sede en Pullach (Baviera).
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