Los nombres secretos de Walter Benjamin
Gershom Scholem
Traducción de Ricardo Ibarlucía y Miguel García-Baró
T I E M P OR E C O B R A D O
Primera edición: 2004
Segunda edición: 2020
Título original: Walter Benjamin und sein Engel.
Vierzehn Aufsätze und kleine Beiträge
© Editorial Trotta, S.A., 2004, 2020
© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1983
All rights reserved by and controlled through Suhrkamp Verlag Berlin
© Ricardo Ibarlucía y Miguel García-Baró, traducción, 2004
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ISBN (e-pub): 978-84-9879-997-2
Depósito Legal: M-27605-2020
CONTENIDO
Se trata originalmente de una conferencia dada en 1964 en el Institut für Sozialforschung de Fráncfort del Meno y en el Leo Baeck Institute de Nueva York.
I
En 1965 se cumplirán veinticinco años de que Walter Benjamin, con quien mantuve durante otros tantos años una estrecha amistad, se quitara la vida mientras huía de los alemanes, cuando en la frontera con España la autoridad local de Port Bou amenazó con deportarlo nuevamente a Francia junto con el grupo con el que había cruzado los Pirineos. Benjamin tenía entonces cuarenta y ocho años. Su vida, que se había desarrollado totalmente fuera de la escena pública, aunque se encontraba asociada a esta en virtud de la actividad literaria, cayó en el más completo olvido, excepto para un puñado de personas que guardaban de él una inolvidable impresión. Durante los más de veinte años transcurridos entre la irrupción de la era nazi en Alemania y la aparición en 1955 de una recopilación de sus trabajos más importantes, su nombre figuraba entre los desaparecidos del mundo intelectual; a lo sumo, podría decirse que Benjamin era objeto de una propaganda esotérica, trasmitida solo de boca en boca, en la que algunos de nosotros nos habíamos empeñado. En gran parte gracias a la tenaz actividad de Theodor W. Adorno, que no se cansó de señalar la extraordinaria importancia de Benjamin y llevó adelante la tarea, por entonces nada fácil, de editar en Suhrkamp los dos tomos de sus Escritos, la situación ha cambiado en los círculos de lengua alemana: entre las nuevas generaciones de autores y lectores, Benjamin es considerado como el más significativo crítico literario de su tiempo, gran parte de sus textos se han difundido en nuevas ediciones, el gran volumen antológico Iluminaciones se ha publicado en distintos países con el sello de editoriales importantes y, en el curso de este año, podremos contar también con la aparición de una selección bastante extensa de sus cartas más significativas, preparada por Adorno y por mí, que dará una imagen de su vida y su producción.
Vi a Benjamin por primera vez hacia el final del otoño de 1913, mientras participaba en Berlín en un debate entre la juventud sionista y los miembros judíos del círculo Anfang reunido en torno a Wyneken, por un lado, y el Libre Estudiantado Alemán, por otro. Benjamin era el principal portavoz de este último grupo. Ya no sé exactamente qué decía, pero conservo el más vivo recuerdo de su talante como orador. Su imagen se me ha quedado grabada en la memoria, ya que Benjamin, sin mirar nunca a los oyentes, fijaba la vista durante su alocución en un ángulo alejado de la sala, hacia el que se dirigía mirando con la mayor intensidad. Hablaba improvisando, pero, si mi recuerdo es fiel, de modo que su discurso podría imprimirse tal cual. Más adelante, lo observé haciendo esto muchas otras veces. Era considerado la mente más brillante de aquel círculo, dentro del cual desplegó una intensa actividad durante los dos años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Durante parte de ese tiempo fue presidente de la mencionada asociación en la Universidad de Berlín. Nos conocimos personalmente en la primavera de 1915, durante mi primer semestre en la Universidad, en el curso de una discusión a propósito de una conferencia de Kurt Hiller que hacía una denuncia apasionada y racionalista de la ciencia histórica. Para entonces ya se había desvinculado por completo de su antiguo círculo de pertenencia. Tuve con Benjamin un trato muy estrecho entre los años 1915 y 1923, período en el que, en retiro casi absoluto, se entregó por completo a sus estudios y dio los primeros pasos para salir de ese retiro; gran parte de este tiempo, principalmente de 1918 a 1919, lo pasamos juntos en Suiza. El judaísmo y la discusión sobre su significado ocupaban una posición central en nuestra relación. De 1916 a 1930, Benjamin consideró una y otra vez, en distintas épocas y bajo distintas circunstancias, si debía abandonar o no Europa y marcharse a Palestina. Pero nunca fue más allá de los primeros impulsos y preparativos y, según mi convicción, no por casualidad. Hacia el final del verano de 1923, yo mismo me fui a Jerusalén. En los años siguientes, cuando tímidamente primero y luego —sobre todo a partir de 1930— de manera ya más decidida hizo la tentativa de incorporar a su pensamiento el materialismo histórico y orientar hacia este su producción literaria, solo estuve con Benjamin dos veces, en París y Berlín, durante días o semanas, lo suficiente como para tener ocasión de discutir, encendida y a veces también violentamente, acerca de este nuevo giro de su pensamiento, que yo no podía aprobar y en el cual no veía sino una negación de su verdadera vocación filosófica. Hasta el fin de su vida, mantuve con Benjamin una correspondencia por momentos muy intensa, y sus cartas se encuentran entre mis bienes más preciados. Es así como me ha quedado una imagen en cierto modo muy auténtica de él, pero absolutamente marcada por decisiones personales.
En sus años de juventud, había en Benjamin una profunda tristeza. Recuerdo una tarjeta postal de Kurt Hiller, en la que este le reprochaba su «temperamento agrio». Quiero suponer que su profunda comprensión de la naturaleza de la tristeza y sus expresiones literarias, que en tantos de sus escritos aparece con un carácter predominante, se relaciona con este rasgo. Al mismo tiempo, le caracterizaba en su juventud un elemento de radicalismo personal e incluso de falta de miramientos que en muy raras ocasiones entraba en contradicción con la cortesía verdaderamente chinesca que caracterizaba su trato. Cuando lo conocí, Benjamin había roto del modo más tajante casi todas las relaciones con sus amigos de la Jugendbewegung, pues ya no significaban nada para él. Estoy convencido de que con ello hirió profundamente a algunas personas. En nuestras conversaciones apenas volvía sobre esto. Su diálogo, en el que se daban cita a la vez el humor y la seriedad, se distinguía por una extraordinaria intensidad. Tenía un pensamiento apasionado y sumamente agudo, que luchaba siempre por conseguir una formulación más precisa. A través de Benjamin experimenté, de la manera más viva, lo que significa pensar. A la vez, fluían de él con espontaneidad e inmediatez metáforas felices, imágenes perfectas, pobladas de asociaciones. Benjamin no tenía prejuicios ante las opiniones inesperadas y procuraba captar su sentido o su conexión desde ángulos no menos inesperados. Pero el carácter no dogmático de su pensamiento se oponía a una acentuada firmeza en lo que se refería al juicio que le merecían las personas.