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Juliano - Discursos I-V (Biblioteca Clásica Gredos)

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Juliano Discursos I-V (Biblioteca Clásica Gredos)
  • Libro:
    Discursos I-V (Biblioteca Clásica Gredos)
  • Autor:
  • Editor:
    Gredos
  • Genre:
  • Año:
    2002
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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS 17 Asesor para la sección griega C ARLOS G ARCÍA - photo 1

BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 17

Asesor para la sección griega C ARLOS G ARCÍA G UAL Según las normas de la - photo 2

Asesor para la sección griega: C ARLOS G ARCÍA G UAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por L UIS A LBERTO DE C UENCA .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 1979.

www.editorialgredos.com

P RIMERA EDICIÓN , 1979.

1.a REIMPRESIÓN .

Depósito Legal: M. 26589-2002.

ISBN 84-249-2343-X. Obra completa.

ISBN 84-249-3521-7. Tomo 1.

Gráficas Cóndor, S. A.

Esteban Terradas, 12. Polígono Industrial. Leganés (Madrid), 2002.

Encuadernación Ramos.

INTRODUCCIÓN GENERAL

Juliano (331-363) vive en el tercio central del siglo IV . Siglo decisivo en la polémica ideológica entre paganismo y cristianismo y que queda realmente enmarcado por dos fechas que simbolizan el gran cambio: 313 y 392, rescripto de Milán y prohibición oficial del paganismo por Teodosio, respectivamente. Todavía al principio de este siglo los cristianos habrán de sufrir las duras persecuciones de Diocleciano y Galerio; al final del mismo, y aun antes, ese papel les tocará a los paganos. A lo largo de todo el siglo se suceden emperadores cristianos y un progresivo deterioro del paganismo, con la única excepción del breve reinado de Juliano, que se convierte así en el último defensor de la religión politeísta y del helenismo, conceptos que en él son idénticos.

Por eso el siglo IV es ya el siglo del imperio cristiano —según el título del libro de Piganiol— y tras su reinado puede decirse que la visión del hombre antiguo cede paso a una nueva concepción cristiana claramente diferente de la que había imperado hasta entonces. Con Juliano culminan las últimas ilusiones de la reacción pagana, que desaparece con su muerte. Hombre de su tiempo, perfectamente lúcido y consciente de lo que está en juego, su lucha va a convertirse, a lo largo de la historia, en ejemplo de los que no están dispuestos a sacrificar el mundo antiguo al nuevo dios. Apóstata para los cristianos, piadoso para los paganos —e incluso para ellos excesivamente supersticioso—, inmerso al fin en esa lucha decisiva de su época, su perfil está profundamente influido por las dos corrientes en conflicto, tanto que Piganiol ha podido decir que más que muchos padres de la Iglesia contemporánea Juliano merece ser considerado un santo.

Se ha señalado con frecuencia el hecho de que Juliano, contra lo que él cree, no representa el ideal helénico antiguo, sino que sus ideas, mezcla de racionalismo, neoplatonismo y teurgia, con un severo ideal ético —¿estoico o cristiano?— impregnado de anhelos místicos, son más bien el testimonio de la evolución espiritual que se venía cumpliendo en el imperio ya desde el siglo II de la Era. La fe en el antiguo panteón helénico, tal cual, no existe ya; y, así, algún crítico ha podido subrayar la victoria ideológica final de Oriente sobre Occidente a partir de estas concepciones religiosas que, incluido el cristianismo, acaban por dominar totalmente el imperio.

En este sentido pudiera ser característica la escisión política del mismo y, por lo que se refiere al propio Juliano, la ausencia de lazos con el paganismo de los círculos intelectuales romanos sería una manifestación más, probablemente, del desprecio del oriente helenizado por la cultura latina, que hace exclamar a un Piganiol su lamento porque los gustos de nuestro personaje recayeran en un estrafalario como Jámblico, en lugar de continuar los caminos trazados por el humanismo romano de un Cicerón y un Séneca.

En el pensamiento, el dogmatismo de las escuelas filosóficas había abocado, ya desde el siglo II , o bien a un sectarismo infructuoso, o bien a un escepticismo lucianesco más o menos abierto, que acaso no estaba demasiado extendido, o a eclecticismos bastante generalizados. La invasión de lo irracional, según la expresión de Dodds, va a estar en gran parte monopolizada por la invasión de las formas religiosas orientales: cristianismo, religiones mistéricas —Isis, Cibeles o Mitra—, teurgia, magia y otras formas populares de superstición. La otra forma de cultura y educación, la más importante en realidad, la retórica, cae en el cultivo de la forma con un olvido sorprendente del contenido, convirtiéndose a menudo en algo perfectamente hueco, incapaz de llenar un corazón ardiente. No es casual, por ello, que a un Plotino, último pensador con fuerza del mundo griego, le sucedan una serie de personajes que en la figura de Jámblico acaban confundiendo el neoplatonismo con las prácticas teúrgicas, cuyo misticismo intenta captar el alma a la que el abstruso razonamiento no puede ya arrastrar.

Decadencia del pensamiento filosófico, del espíritu creador, una retórica preciosista y alejada de los problemas reales, la religión tradicional olvidada o confundida y mezclada con el más abigarrado mosaico de creencias de todo tipo desde el misticismo a la superstición, la nueva religión luchando fanáticamente por imponerse y, a su vez, dividida por diferentes herejías en una lucha que a menudo es a muerte, una guerra civil casi constante en la primera mitad del siglo con breves períodos de tregua, y la amenaza de los bárbaros por todo el norte del imperio y de los renacidos persas por la parte oriental, cuando no su silencioso pero continuo penetrar bajo bandera de aliados, en fin, la escisión ideológica y política entre Oriente y Occidente cuyo símbolo es la fundación de Constantinopla, marcan este siglo.

Y a Juliano hay que entenderlo no en una perspectiva lineal, sino como cúmulo y ejemplo de las cóntradicciones de su época: amante del estudio, pasará casi toda su vida en los negocios públicos; su afición a la filosofía desembocará en continuas prácticas supersticiosas; su ascetismo ético está mucho más próximo al de los monjes cristianos que a la vida de los habitantes de Antioquía; primero cristiano, después pagano, su conservadurismo religioso se hace revolucionario al adoptar para el paganismo las formas benéficas del cristianismo, al pedir el ejemplo de vida a sus sacerdotes y al intentar erigir una iglesia pagana; su conservadurismo político, al intentar volver a una especie de federación de ciudades, al querer enlazar con las formas republicanas y al rechazar el título de «dominus», es también revolucionario, porque Juliano no intenta conservar lo que es, sino resucitar lo que fue —que a menudo era mucho mejor que lo que su tiempo le ofrecía— con un nuevo estilo, y, sin reparar en los riesgos de su anacrónica idealización del pasado y en la irreversible distancia entre los condicionamientos políticos de su tiempo y los modelos del viejo helenismo, se lanza a la aventura de una restauración quimérica.

Biografía de Juliano

I NFANCIA .—Flauius Claudius Iulianus, hijo de Julio Constancio y de Basilina, nace y cuya hermana Constancia estaba casada con el propio Licinio, que ostentó el poder en la zona oriental del imperio durante largos años hasta ser sometido por Constantino. Julio Juliano educó en la religión cristiana a sus dos hijos, Basilina y Juliano, tío homónimo del emperador, bajo la tutela del influyente obispo arriano Eusebio de Nicomedia.

Según el propio Juliano, su madre murió pocos meses después de su nacimiento, lo que no fue obstáculo para que honrara su memoria posteriormente dando su nombre, Basilinópolis, a una ciudad por él fundada cerca de Nicea.

Parece que en los últimos años de su reinado Constantino intentó asociarse, junto a sus hijos, a los demás miembros de su familia: en 333 Dalmacio, primogénito de Teodora, fue cónsul y su hijo Dalmacio fue nombrado César y se le confió la zona del Danubio; un hermano de este último, Hanibaliano, recibió el gobierno del Ponto y de Armenia. La alianza fue reforzada con los acostumbrados enlaces matrimoniales: una hija del primer matrimonio de Julio Constancio se casó con Constantino II y una hija de Constantino, Constancia, que después sería esposa de Galo, se casó con Hanibaliano.

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