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Platon - Apologia De Socrates (trad. Gredos)

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Platon Apologia De Socrates (trad. Gredos)
  • Libro:
    Apologia De Socrates (trad. Gredos)
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    1985
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Apologia De Socrates (trad. Gredos): resumen, descripción y anotación

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Introducción general
no existe mal alguno para el hombre bueno ni cuando vive ni después de - photo 1

...no existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto...

Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios.

Título original: Ἀπολογία Σωκράτους

Platón, 393-389 a. C.

Introducción general: Emilio Lledó Íñigo

Introducción a la obra, traducción y notas: Julio Calonge Ruiz

Diseño/retoque portada: jcastro94

Editor original: jcastro94 (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: No

ePub base v2.0

Basado en la edición de 1985 de la editorial Gredos

Notas de la Introducción general

[28] Los mitos de Platón se agrupan, principalmente, en torno a varios temas:

  1. Mitos escatológicos

    Origen del alma: Fedón 95c ss.; Timeo 40b ss., y 90a ss.

    Caída, infierno, metempsicosis: los caballos alados, Fedro 246, el infierno de Gorgias 522a ss.; el mito de Er, Rep. X 614a; metempsicosis, Fedro 248e, y Fedón 80e; reminiscencia, Menón 81b ss.; naturaleza humana, Timeo 69c ss.; Rep. IV 436a ss.

  2. Mitos antropológicos

    El mito del andrógino, Banquete 189d ss.

    El nacimiento de Eros, Banquete 201d.

    El mito de Prometeo, Protágoras 320a ss.

  3. Mitos cosmológicos

    Mito del mundo, Cronos, Político 268 d; Leyes IV 713b ss.

    El hombre natural, Rep. II 272a ss., y III 678c ss.

    El mito geográfico, Fedón 107d. La Atlántida, Timeo 20d; Critias 108d ss.

  4. Mitos gnoseológicos

    La Caverna, Rep. VII 514b ss.

En Apología de Sócrates, diálogo compuesto entre 393 y 389 a.C., Platón (c. 427-347 a. C.) ofrece una versión de la defensa que hizo de sí mismo Sócrates frente al jurado de Atenas tras ser acusado de corromper a los jóvenes y despreciar a los dioses. El diálogo, perteneciente al ciclo platónico de obras socráticas o de juventud, además de rescatar el texto de la apología (defensa) ante el tribunal, constituye la apología (elogio) que hace Platón de su maestro.

Sócrates comienza el diálogo diciendo que no sabe si los atenienses han sido ya persuadidos por los que le acusan. Este inicio resulta crucial para establecer el tema del discurso, pues es frecuente que Platón comience sus diálogos socráticos exponiendo la idea general del texto. Sócrates pide al jurado que no atienda a sus virtudes oratorias, sino a la verdad que éstas convocan. A su vez, asegura que no va a utilizar ornamentos retóricos ni frases cuidadosamente preparadas, sino que dirá lo que se le pase por la cabeza, las mismas palabras que utilizaría en el ágora y en las reuniones; pero demuestra ser un maestro en retórica, no sólo elocuente y persuasivo, sino hábil con el jurado. Aun así, este discurso, que durante más de dos milenios se ha ganado el favor de los lectores, no consigue ganar el juicio. Sócrates fue condenado a muerte, y desde entonces se le ha admirado por su serena aceptación de la sentencia.

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Platón

Apología de Sócrates (Trad. Gredos)

Diálogos de juventud I

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jcastro9416.09.12

I El comienzo de la escritura filosófica La obra de Platón ocupa en la - photo 3

I. El comienzo de la escritura filosófica

La obra de Platón ocupa en la historia de las ideas un lugar privilegiado y único. Las páginas que siguen intentan señalar las características de ese privilegio y el sentido de esa singularidad. El privilegio consiste, fundamentalmente, en el hecho de que es él quien habrá de marcar una buena parte de los derroteros por los que tendrá que desplazarse, después, la filosofía. La singularidad se debe a que, antes de Platón, no poseemos ninguna obra filosófica importante. Platón es, pues, nuestro Adán filosófico o, al menos, ha tenido que asumir este papel. Lo cual no quiere decir que Platón sea, en sentido estricto, el primer filósofo. Sabemos que antes de él hubo una importante tradición que, de una manera global e inexacta, se ha dado en llamar «presocráticos». Tales, Anaximandro, Heráclito, Anaxágoras, Jenófanes, Parménides, etc., son personajes de esa tradición. Pero por una serie de circunstancias la obra escrita, si es que puede hablarse así, de estos pioneros ha llegado a nosotros de manera incompleta y fragmentaria. Es cierto que esos fragmentos recogidos y editados por un genial investigador, han tenido fuerza no sólo para entrelazarse vivamente en el tejido platónico, sino para estimular sin descanso a la filosofía posterior. Pero también es cierto que si, en los volúmenes de Diels, prescindimos del aparato crítico, la traducción y las referencias indirectas, apenas si llegaría a un centenar de páginas el legado de dos largos siglos de cultura filosófica.

A este hecho casual, a este gran naufragio cultural, se debe el que la primera voz importante, por su volumen, en la historia del pensamiento sea la de Platón. Más de veinte diálogos auténticos y unas cuantas cartas, constituyen el legado del intelectual ateniense. Esa voz —su obra— ha resonado incesantemente a lo largo de lo que suele llamarse cultura europea. Ha atravesado el tiempo, y en él ha experimentado modulaciones diversas, confusas, o nítidas; atentas a sus más mínimas inflexiones, o perdidas en los cuatro o cinco tonos mayores de esa voz. El desvelo provocado por la obra platónica ha dado origen a una abundante bibliografía que, sobre todo, en nuestra siglo, ha contribuido a enriquecer las perspectivas desde las que aproximarnos al filósofo griego y poder afinar nuestra sensibilidad para escuchar mejor su voz y el posible mensaje que, a través de ella, pudiera comunicársenos.

El problema, sin embargo, consiste en saber si es posible esa aproximación a través del ingente material de interpretaciones que, dificultándonos la lectura, nos proyectan desde los tópicos en que, repetidamente, se encuadra el platonismo. Pero, al mismo tiempo, la vuelta a un pasado teórico, apoyado en el lenguaje, único y exclusivo medio en el que llevar a cabo esa aproximación, condiciona también nuestra representación de ese pasado y plantea continuamente el alcance de su sentido.

Un cierto primitivismo hermenéutico ha sido, pues, la causa de que gran parte de las investigaciones sobre la filosofía griega y, podría decirse, sobre la filosofía en general reflejen esa monotonía de respuestas que nos ha dado la historia de la filosofía. Porque muchas de estas respuestas no han sido provocadas por preguntas originales, sino que surgían como simples descripciones, como recuento de filosofemas, de estereotipos teóricos, en los que se narraba lo que suele trivializarse como exposición del «pensamiento» de un filósofo.

Pero si tiene sentido la lectura del pasado y, en él, de las ideas que, como resultado de la experiencia con el mundo y los hombres, alcanzaron a expresarse en el lenguaje, esta lectura ha de realizarse en una atmósfera peculiar. No puede tener lugar en el espacio trivializado de una tradición cuajada, en parte, sobre cauces que hoy son insuficientes para dar cabida a un pensamiento y a unas experiencias que han desbordado siempre sus márgenes. Precisamente, el interés por encontrar respuestas nuevas en la tradición filosófica o literaria, sólo puede alimentarse con la diversidad de las preguntas que podamos hacerle. Investigar, entender, consiste, sobre todo, en preguntar. La lectura de un texto que llega hasta nuestro presente desde un tiempo perdido, no puede únicamente alcanzar la plenitud de su significado en función de los problemas que, a primera vista, nos plantee, sino de todos los planos que seamos capaces de descubrir con nuestras preguntas. Hacer historia es saber preguntar al pasado. Y saber preguntar consiste en formular continuamente aquellas encuestas que necesita la soledad del presente, para encontrar compañía y solidaridad en todo lo que le antecedió. Hacer historia es reivindicar la continuidad, humanizar el tiempo, al aceptar las modulaciones que en la monotonía cronológica ha marcado la voluntad humana. Por eso, hacer historia es, además, proyectar el futuro, orientarle en la clarividente recuperación de lo que otros hombres hicieron para traernos el presente desde el que historiamos.

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