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La historia narrada
Un relato está hecho de sucesos en el tiempo. Se puede desear contar una historia tal como la historia fue, pero siempre acaba siendo una convención. Cualquier situación que yo cuente que «me pasó» o «pasó» ya tiene una estructura, una serie de elecciones; empiezo a contarla por unos datos en lugar de otros. De forma consciente o inconsciente, es una construcción. No hay historia que no tenga un montaje. Con eso juegan los escritores. De ahí, también, el placer de escribir.
Narrar es disponer acontecimientos en el tiempo: el tiempo de la ficción transforma a su antojo el tiempo del calendario. Los acontecimientos del relato constituyen un proceso temporal; ocurren durante un cierto período y se suceden en un cierto orden. En suma, el tiempo determina en buena medida dicho montaje: el ritmo, el movimiento, la estructura, la ambientación, el espacio y el personaje de la historia narrada.
Un componente esencial
Estás a punto de comenzar una novela o acabas de escribir el primer borrador de un cuento. En ambos casos, tuviste una primera revelación, una frase que alguien dijo al pasar, un ademán insólito que te conmovió, una cara, un recuerdo, un sueño, una idea poderosa que estalla en tu mente y se expande rumbo a tu corazón, se adueña de tu mano que la despliega en la página o en la pantalla. Sufres por no ser más veloz al plasmar ese cúmulo de palabras que se agolpan en una masa todavía informe. Pero al final lo consigues: unos cuantos párrafos contienen esa historia que pugnaba por salir a la superficie. Ahora comienzas a preguntarte si tendrá más fuerza narrada en primera o en tercera persona, si el protagonista es el verdadero protagonista o se impone uno de los personajes secundarios, si la sitúas geográficamente en un lugar preciso o impreciso. Bien, son las preguntas que todo escritor se hace. Sumadas a éstas, hay otras sobre las que puedes reflexionar con este libro: si te conviene escribir el relato (una novela o un cuento) en presente o en pasado, qué aporta el futuro en una narración, si es realmente una historia situada en la actualidad en forma ambigua o te conviene precisar una época particular, a qué momento de la vida del personaje corresponde lo narrado, todas son claves fundamentales que puedes analizar y seleccionar.
«Hay una cosa muy misteriosa pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ello, todo el mundo lo conoce, pero muy pocos se paran a pensarlo. Casi todos se limitan a tomarlo como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo. Hay calendarios y relojes para medirlo, pero eso significa poco porque todos sabemos que, unas veces, una hora puede parecernos una eternidad, y otras, en cambio, pasa en un instante; depende de lo que hagamos durante esa hora. Porque el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón» dice Michael Ende en Momo.
Cualquiera que se haya propuesto contar una historia, incluso un sencillo acontecimiento vivido, sabe que hay una serie de pequeños dilemas que genera el «ponerse a contar», como dónde contar lo que se cuenta o con qué tono contarlo, qué detalles destacar y, sobre todo, las cuestiones vinculadas con el paso del tiempo real al de la narración: la dosificación de la información, la tensión, el ritmo, los tiempos verbales y el flujo total de la novela o el cuento. De eso se trata.
El tiempo objetivo
Hay quien sueña con volver al pasado cercano para enmendar su vida, mientras que otros desearían estar ya en el futuro para olvidar su vida actual. El escritor tiene esa ventaja, habita el tiempo que prefiera imaginariamente. H. G. Wells se atrevió a hablar de una máquina del tiempo que podría aportar más beneficios a la Humanidad que ningún otro invento.
De hecho, la noción de temporalidad surge de la conciencia humana y se manifiesta simbólicamente en la literatura.
Nada hay más objetivo que el tiempo (irreversible y unidireccional), el que se puede medir por el reloj: horas, días..., como lo concibe Newton : «El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin relación a nada externo, fluye uniformemente».
El tiempo objetivo es una clasificación del hombre, una necesidad creada por la sociedad, una justificación para medir los hechos en el espacio. Es el tiempo convencional: medido y distribuido en horas, minutos y segundos; en días, meses, años y siglos. Incluye el tiempo de las estaciones regido por el movimiento de los astros y la alternancia entre el día y la noche. El horario, el calendario, pueden modificarse a voluntad, dentro de una flexibilidad basada en hechos naturales como son el día, la noche, las estaciones, etc. El sol es el punto de referencia imaginario marcado por el hombre como base de su teoría del tiempo; marca el inicio de una fecha, que va evolucionando y cuenta, en un código numérico, el espacio temporal entre ese punto cero de partida y el momento presente en que el hombre se encuentra. Según las religiones de las diferentes culturas, este punto cero de partida se ha distribuido de una manera u otra: es la diferencia de calendarios entre culturas, como la occidental, la islámica, la china, etc.
La medida del tiempo marca el movimiento y el envejecimiento.
El tiempo subjetivo
A la vez, nada más subjetivo que el tiempo cuando la espera lo demora y la emoción lo acelera. La percepción que se tiene del paso del tiempo (a veces, una hora se hace interminable), tal como lo concibe san Agustín, es un fenómeno interior: «¿Quién hay que niegue que los futuros no existen aún? Sin embargo, ya existe en el alma espera de cosas futuras. Y ¿quién hay que niegue que las cosas pasadas ya no existen? Sin embargo, existe todavía en el alma la memoria de cosas pasadas. Y ¿quién hay que niegue que el tiempo presente carece de espacio, ya que pasa en un instante? Y, sin embargo, perdura la atención por donde pasa», y coincide con Kant. Bergson lo concibe como duración: «¿Se ha pensado, sin desnaturalizarla, acortar la duración de una melodía? La vida interior es esta melodía misma».
Se escribe según el tiempo subjetivo, el que exige el relato. Dice Gérard Genette: «Una de las funciones del relato es transformar un tiempo en otro tiempo». Es el llamado «tiempo psicológico»: corresponde a las sensaciones temporales internas, que varían de un individuo a otro, de un estado anímico a otro. Es un tiempo interior, ajeno a los ritmos externos.
Martin Heidegger habla de intratemporalidad (tiempo episódico y lineal), historicidad (correspondiente a la existencia del hombre en el mundo) y tiempo interior, que se sitúa en el presente y, según él, es el verdadero tiempo.
Henri Bergson dice que el tiempo se percibe a través de la intuición y es vivido como duración.
Edmund Husserl opone al tiempo cósmico el fenomenológico, que es el tiempo de las vivencias.
Stravinski habla también de tiempo «psicológico» y de tiempo «ontológico», mientras que Rudolf Kassner habla de un tiempo «vivido» y de un tiempo «medido».
Como sugiere Mario Vargas Llosa: «El tiempo de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico; un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y se diferencie del mundo real. Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela.