Biblioteca Clasicos Cristianos
En el corazón
de las masas
René Voillaume
Versión electrónica
SAN PABLO 2013
(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
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ISBN: 9788428543057
Realizado por
Editorial San Pablo España
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Presentación
Siendo René Voillaume miembro de la congregación de los Hermanos de Jesús y, más aún, el fundador ante la Iglesia de esta Congregación, que sigue las huellas de Carlos de Foucauld, para situar adecuadamente el libro En el corazón de las masas comenzamos ofreciendo una síntesis del ideal y la misión que Foucauld quiso vivir durante su vida y nos dejó como legado, marcando para la posteridad dos tradiciones dentro de su carisma: a) Los «solitarios desbrozadores», asociación eclesial fundada por el propio Carlos de Foucauld, la Unión de hermanos y hermanas de Jesús, Sodalidad Carlos de Foucauld, que, en la comunión de los santos, ya sean sacerdotes, religiosos/as o laicos, como él, van abriendo caminos, con su creatividad, en los ambientes más alejados de la Iglesia, y que en la actualidad cuentan con más de 1.000 discípulos extendidos por todo el mundo[1]; y b) Las «Fraternidades», cuyo máximo exponente, inspirador y fundador fue el hermano René Voillaume, del que nos vamos a ocupar[2].
Carlos de Foucauld, ideal y proyectos de fundación
Carlos de Foucauld murió asesinado el l de diciembre de 1916 en Tamanrasset, sin haber podido realizar su sueño de toda la vida: formar una fraternidad de hermanos. Quedaba sin embargo tras él, como semilla fecunda, su testimonio, sus escritos y la asociación que había fundado, gracias a la cual, y especialmente gracias a Luis Massignon, que difundirá los estatutos simplificados de las Reglas que el hermano Carlos había escrito[3], buscará un escritor para dar a conocer la vida del hermano Carlos[4] y que será el eslabón necesario puesto por la Providencia entre Carlos de Foucauld y el nacimiento de las Fraternidades.
Carlos de Foucauld había nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 y, desde el momento mismo de su conversión, ocurrida en 1886, no cesó de buscar el camino por el que realizar su vocación religiosa, cosa que se irá manifestando progresivamente. Así lo manifiesta a su amigo Henry de Castries: «Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe: ¡Dios es tan grande! (¡Es tal la diferencia entre Dios y todo aquello que no es Él! (...). Yo deseaba ser religioso, no vivir más que para Dios y hacer lo que fuera más perfecto, sin importar qué... Mi confesor me hizo esperar tres años; (...) yo mismo no sabía qué orden elegir: el Evangelio me mostró que “el primer mandamiento consiste en amar a Dios con todo el corazón” y que había que encerrarlo todo en el amor; cada uno sabe que el amor tiene por efecto primero la imitación; quedaba, pues, entrar en la orden donde yo encontrase la más exacta imitación de Jesús. Yo no me sentía hecho para imitar su vida pública en la predicación: yo debía, por tanto, imitar la vida oculta del humilde y pobre obrero de Nazaret. Me pareció que nada me ofrecía mejor esta vida que la Trapa»[5]. Este texto resume admirablemente las intuiciones que habrían de acompañarlo a lo largo de toda su vida en una marcha de etapas imprevisibles, pero permaneciendo siempre su idéntica vocación espiritual. Así, será en la Trapa (1890-1897) donde hará los primeros intentos por realizar su vocación. Pasados varios años de vida cisterciense notará, sin embargo, que no encontraba allí toda la abyección que perseguía, conforme a su vocación a la «vida de Nazaret». Es así como en 1893 le escribe al padre Huvelin, su director espiritual, diciéndole que se interroga sobre la posibilidad de formar una pequeña Congregación. No será sino pocos días antes del tiempo en que le hubiera correspondido pronunciar sus votos perpetuos cuando recibirá la dispensa del Padre general para centrarse en la realización de la vocación a la que se sentía llamado.
Irá, pues, a Tierra Santa, donde permanecerá tres años al servicio de las hermanas Clarisas de Nazaret (1897-1899) y de Jerusalén (1899-1900), dividiendo su tiempo entre el trabajo manual, la lectura y la oración. Consagra jornadas enteras a la oración y a la meditación del Evangelio. Este período será para él como un largo retiro, y el noviciado de su vida espiritual futura. Comienza a considerar la posibilidad de una fundación eremítica sobre el monte de las Bienaventuranzas, por lo que vuelve a Francia para prepararse a la ordenación sacerdotal, que habrá de recibir el 9 de junio de 1901. En sus retiros preparatorios al diaconado y al sacerdocio, descubre que aquella vida de Nazaret que entendía debía ser su vocación no tenía que llevarla a cabo en Tierra Santa, sino entre las ovejas más abandonadas. En su juventud había recorrido Argelia y Marruecos; ningún pueblo le parecía más abandonado que estos. Se instalará, pues, en Beni-Abbés, al sur de la provincia de Orán. Su vida adquiere aquí una modalidad diferente. Si bien no sale de los límites de su ermita, esta, sin embargo, está abierta a todos. Su ideal, por entonces, no era «ni un grande y rico monasterio ni una explotación agrícola, sino una humilde y pobre ermita donde unos pobres monjes pudieran vivir de algunas frutas y de un poco de cebada recogida con sus propias manos; en estricta clausura, penitencia y la adoración del Santísimo Sacramento, no saliendo del claustro, no predicando, pero dando hospitalidad a todo el que venga, bueno o malo, amigo o enemigo, musulmán o cristiano... Es la evangelización no por la palabra, sino por la presencia del Santísimo Sacramento, la ofrenda del divino Sacrificio, la oración, la penitencia, la práctica de las virtudes evangélicas, la caridad; una caridad fraterna y universal»[6].
Beni-Abbés (1901-1905) representa, pues, la primera realización de su ideal; el hermano Carlos busca un equilibrio entre su vida monástica contemplativa y su deseo de irradiar el amor de Cristo entre los musulmanes que lo rodean. Pero no será sino en Tamanrasset (1905-1916) donde realizará el pleno desarrollo de su vocación. Hace construir su choza no lejos de la aldea, y no sólo no rehuye a los habitantes de la región, sino que va hacia ellos, busca contactos, hace visitas. Siempre está a disposición de sus vecinos y de sus visitantes. Es el amigo que se puede buscar a toda hora del día y de la noche. Hizo cuanto estaba a su alcance para insertarse verdaderamente en la región tuareg del Hoggar. Veía ya claramente cuál era su vocación. En la carta que escribió en 1893 al padre Huvelin esboza por vez primera el ideal religioso que se sentía llamado a vivir. En junio de 1896 compone una pequeña Regla para los miembros de la Congregación que quería fundar, los «Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús». Ya en Palestina, la abadesa de las clarisas de Jerusalén ayudará con su influencia a reavivar sus proyectos, y en 1899 redactará la Regla de los «Ermitaños del Sagrado Corazón», donde aparece un elemento nuevo: el acento sobre el sacerdocio y el apostolado, presentándose desde entonces la «vida de Nazaret», a la vez recogida y abierta, lugar de intimidad con Jesús y lugar de partida en misión. Dos años más tarde, una mejor advertencia de las exigencias de caridad universal que implica el sacerdocio lo lleva a volver a la denominación de «Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús». Y en 1902 redacta la regla de las «Hermanitas del Sagrado Corazón».