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Jorge Volpi - Memorial del engaño

Aquí puedes leer online Jorge Volpi - Memorial del engaño texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Mxico, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Memorial del engaño
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial Mxico
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    2014
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Memorial del engaño: resumen, descripción y anotación

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Índice Para Rocío IL COMMENDATORE Pentiti DON GIOVANNI No MOZART - photo 1
Índice

Para Rocío

IL COMMENDATORE

Pentiti!

DON GIOVANNI

No!

MOZART , Don Giovanni (1787)

Obertura

La mañana del 23 de abril de 2011, la secretaria depositó sobre mi escritorio un paquete enviado por correo ordinario, sin remitente y con matasellos de Colombo, en cuyo interior se alineaban una carta y un manuscrito titulado Memorial del engaño, firmado por J. Volpi. Me imaginé frente a una broma de mal gusto o el desafío de algún malicioso autor de la agencia (pensé en dos o tres nombres). Como cualquier neoyorquino, había seguido con cierto interés la historia de Volpi, un inversor de Wall Street y mecenas de la ópera que, de acuerdo con una nota del Times de octubre de 2008 , había estafado a sus clientes, en una suerte de esquema Ponzi, por un monto cercano a los 15 mil millones de dólares: una cifra considerablemente menor a los 65 mil millones defraudados por Bernard Madoff, pero suficientes para acreditarlo como otro de los grandes criminales financieros de la Gran Recesión iniciada ese año. Sólo que, mientras Madoff fue condenado a ciento cincuenta años de prisión tras confesar su desfalco, Volpi huyó del país ante la inminencia de su arresto sin que a la fecha exista indicio alguno sobre su paradero.

En su carta, o en la carta escrita en su nombre, Volpi me pedía (casi me exigía) que leyese su autobiografía y, en caso de apreciar su «innegable valor documental y literario», me decidiese a representarlo. Me repelió su tono altivo e imperioso —un tono que, según la prensa, siempre caracterizó sus intervenciones públicas—, pero aun así le solicité a S. Ch., entonces vicepresidenta de la agencia, que me presentase un dictamen. Con un escepticismo idéntico al mío, ella intentó desembarazarse del encargo y lo delegó en un asistente. Quiero que lo revises tú misma, la apremié sin contemplaciones.

El sábado siguiente, mientras mi esposa y yo jugábamos al bridge con un celebrado autor de novelas policíacas y su mujer, S. Ch. me llamó para informarme que, o bien el manuscrito era obra de Volpi, o bien de alguien que lo conocía de muy cerca: yo debía echarle un vistazo cuanto antes. El lunes devoré de un tirón más de un tercio del manuscrito antes de asumir que estaba obligado a dar cuenta de su existencia a las autoridades. Cuando por fin marqué el número del FBI, había llegado al final, obstinado en utilizar unos guantes de látex para no arruinar las posibles huellas dispersas entre sus páginas.

Al cabo de unas semanas los peritos llegaron a nuestra misma conclusión: el texto contenía un alud de datos que sólo Volpi podría conocer; si el financiero prófugo no era su autor, al menos tenía que haber participado en su redacción, asistido tal vez por un ghost-writer . Por desgracia, el texto no ofrecía pistas que condujesen a localizarlo o a identificar a su hipotético cómplice. Y, por cierto, no contenía ninguna huella legible.

Al término de un engorroso proceso, un juez federal determinó que el manuscrito fuese considerado parte del patrimonio de Volpi y lo sumó a los bienes que el abogado del Estado tenía encomendado enajenar para resarcir a sus víctimas. Tanto Leah Levitt, la segunda esposa de Volpi (quien sólo obtuvo el divorcio tres años después de su desaparición), como su hija Susan se mostraron de acuerdo con entregar las previsibles regalías generadas por el libro al fondo destinado a aliviar los daños perpetrados por su autor. Tras una puja realizada en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt de 2012, Memorial del engaño hallará su camino hacia el público gracias al entusiasmo de numerosas editoriales.

¿Por qué Volpi envió su libro a una agencia estrictamente literaria en vez de dirigirse a una especializada en obras de no ficción? Aunque llegamos a cruzarnos en alguna gala de beneficencia en Nueva York o al descender las escalinatas del Lincoln Center, a Volpi y a mí jamás se nos presentó la ocasión de charlar y entre nosotros jamás existió ninguna relación personal. La respuesta, imagino, se halla en otra parte: su legendaria soberbia, causante de su vertiginoso ascenso y su drástica caída, le impedía imaginarse entre miles de best-sellers dedicados al colapso financiero y prefería considerar que su sitio estaba al lado de los trece premios Nobel y veintidós Pulitzer vigentes en nuestra nómina de autores.

La verdadera cuestión es, más bien, por qué yo me decidí a representarlo o, para ser más precisos, a gestionar los derechos de su autobiografía. Me gustaría advertir que Volpi —o su ghost-writer — es dueño de un estilo que superó mis expectativas (si bien resulta vano compararlo con otros escritores de la agencia). Más allá de sus defectos formales, pocas veces se puede escuchar la voz de un autor que, ajeno a cualquier precaución o sentido ético, se atreve a desmenuzar con semejante desvergüenza el desastre financiero de estos años. Además, Volpi narra la historia de su padre, un economista de origen ruso que, durante la segunda guerra mundial y los acuerdos de Bretton Woods, se desempeñó como asistente de Harry Dexter White en el Departamento del Tesoro. Obsesionado con desvelar su identidad, Volpi nos reintegra un episodio de nuestra historia política y moral que, hoy más que nunca, no debería quedar en el olvido.

La suya es, a fin de cuentas, la historia en primera persona de una generación que, atenazada entre el riesgo y la avaricia, precipitó al mundo en uno de los mayores desastres económicos y humanos de los últimos tiempos. Como llegó a decir un analista, nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos. El protagonista de estas páginas, acaso un sosias o doppelgänger del auténtico Volpi, se arriesga a hablar —a cantar— por ellos.

A. W.

Nueva York, 2 de diciembre, 2012

Primer acto
Il dissoluto punito
Escena I. Sobre cómo un pichón arruinó mi primer cumpleaños y la ingratitud de los lobeznos

C AVATINA DE J UDITH

Una mitad refulgente y la otra opaca, como si alguien hubiese troceado la luna con un punzón. Tu padre permaneció largos minutos frente a la ventana, con los ojos bien abiertos, obsesionado con el claroscuro. Había vuelto a despertarse a las cinco de la madrugada —su reloj se detuvo a las 5:23—, como todos los días desde que nos abandonó. Al distinguir los primeros reflejos del alba, Noah volvió a tumbarse sobre la cama. Corrijo: un camastro apolillado, al garete sobre los tablones del piso; a su alrededor, un par de cajas de madera hacían las veces de mesas o sillas. Sus únicas pertenencias: una docena de libros, un par de retratos y el lastimoso estuche con su violín. Lo contemplé así en tantas ocasiones, hijo mío: un cuerpo sin alma o con un alma que sólo regresaba al cuerpo al cabo de varios minutos de extravío. Cuando tu padre recuperó la conciencia, amanecía. A esa pocilga apenas la lamían unos cuantos rayos de sol; con suerte cerca de las diez un hilo de luz se filtraría a través de las persianas y exhibiría la suciedad del catre y de las colchas. A lo lejos se distinguía la algarabía de los pájaros, los malditos pájaros que se obstinan en piar cuando clarea.

Noah se dirigió al baño, un cuadrángulo minúsculo con un retrete carcomido por el óxido. Penoso escenario, hijo mío, aunque fuese tu padre quien lo eligió al hacer a un lado nuestra vida en común. No presumo que nuestra convivencia fuera sencilla, pero al menos en el departamento de Park Slope habíamos conseguido mantenernos al margen de las habladurías. En el peor de los casos podríamos habernos marchado a otra ciudad o a otro estado, pero tu padre ni siquiera consideró mi sugerencia. Giró el grifo y un chorro de agua se precipitó sobre el cochambre. Imagino que se desnudó de un tirón, sacudido por una prisa repentina: su cuerpo lucía cada vez más esquelético, las costillas hendidas en los costados, el ombligo prominente y el cráneo con entradas hasta la coronilla (de joven la negrura de su pelo enloquecía a las secretarias). A su edad otros hombres conservan un aura juvenil o al menos cierto vigor en la mirada, pero a tu padre los años en Washington le arrebataron toda la energía y el agua tibia apenas diluyó su desvelo.

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