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George Steiner - Un prefacio a la biblia hebrea (Biblioteca de Ensayo)

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George Steiner Un prefacio a la biblia hebrea (Biblioteca de Ensayo)
  • Libro:
    Un prefacio a la biblia hebrea (Biblioteca de Ensayo)
  • Autor:
  • Editor:
    Siruela
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Un prefacio a la biblia hebrea (Biblioteca de Ensayo): resumen, descripción y anotación

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Nota sobre la traducción

Este texto fue publicado como prefacio al Antiguo Testamento: The Old Testament: King James Version, Everyman’s Library, 1996, y recogido después en el libro de George Steiner No passion spent. Essays 1978-1996, Faber and Faber, Londres 1996.

Un prefacio
a la Biblia hebrea

Lo que tienen ustedes en la mano no es un libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que significa «Biblia». Es el libro que define, y no sólo en el ámbito occidental, la noción misma de texto. Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. Guardan relación con los hechos de un discurso articulado, de un texto dirigido al lector, con la confianza en unos medios léxicos, gramaticales y semánticos, que la Biblia origina y despliega en un nivel y con una prodigalidad no superados desde entonces. Todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de un fuego central. En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el «Buen Libro» ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso –tal vez especialmente– entre gentes no alfabetizadas o prealfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de autorreferencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona. Las Escrituras eran (para muchos lo son todavía) una presencia en acción, tanto universal como singular, compartida por todos y de la mayor intimidad. No hay otro libro como éste; todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano (hoy en día, los astrofísicos hablan del «ruido de fondo» de la creación).

Según los cálculos más recientes, el Antiguo y el Nuevo Testamento han sido traducidos, completos o en sustanciales selecciones, a dos mil diez lenguas distintas. El proceso de traducción y retraducción ha sido continuo durante más de dos milenios. Los textos bíblicos han sido transmitidos por todos los medios y notaciones concebibles: de los rollos de papiro a los discos compactos, de los infolios monumentales a la miniaturización de salmos u oraciones en cabezas de alfiler. La crónica de la imprenta, del diseño de caracteres, gira en torno a las ediciones de la Biblia, de Gutenberg en adelante. Pero la Sagrada Escritura está también disponible en braille y en el lenguaje de signos para sordos. No hay biblioteca, por extensa que sea, que comprenda la totalidad de las Biblias y Evangelios hablados, escritos, impresos. Parece evidente que la Santa Biblia –pero ¿qué significa ese epíteto?– es el acto lingüístico más publicado y difundido sobre la faz de la tierra.

El corpus bíblico, cuya densidad y fuerza de gravedad son, en nuestra civilización, casi inconmensurables, se halla en el centro de una galaxia de comentarios e interpretaciones en la cual cada momento de traducción es en sí mismo un movimiento interpretativo. Este material secundario tiene un gran peso, literalmente, sobre cada palabra, frase, versículo, capítulo y libro de ambos Testamentos. En ciertas tradiciones del judaísmo, tiene peso sobre cada letra concreta. Hay hombres y, más recientemente, mujeres que han dedicado toda una vida de estudio a un único extracto bíblico: a los primeros capítulos del Génesis, a las prescripciones rituales del Levítico, a los denominados Salmos davídicos, a la inabarcable vastedad de Isaías o Job, a Romanos, 9-13, o a los enigmas del Apocalipsis. Durante siglos ha habido encarnizadas discusiones, cuyas consecuencias han incidido en la historia social y política de Occidente, como en el caso de la Reforma, sobre la verdadera interpretación de esta o aquella máxima paulina, de tal o cual giro idiomático en Isaías, 49-53. Se han llevado a cabo matanzas y se han asolado ciudades a partir de disputas acerca de la enunciación del sacramento del bautismo o de admoniciones sobre la posesión de propiedades privadas por parte de la iglesia en los Evangelios o en los Hechos de los Apóstoles. La posible elisión o mutación de un solo marcador vocálico en el texto hebreo puede, en Números, 14-15 o en Job, alterar el edificio de la teología.

Ningún exégeta ni estudioso, ningún grupo de filólogos o teólogos filósofos puede preciarse de dominar la literatura secundaria relevante. Una estimación reciente establece en más de trescientos el número de revistas, boletines o actas de estudios bíblicos publicados de manera regular en unas cuarenta lenguas. «La confección de libros no tiene fin.» Infinidad de volúmenes de comentarios, glosarios y marginalia sobre la Torá (los cinco Libros de Moisés) componen la herencia orgánica del judaísmo. Los comentarios a los comentarios de comentarios se entretejen en una madeja viva e ininterrumpida que se remonta, muy posiblemente, al siglo II o III a. de C. El cristianismo es heredero directo de este diálogo múltiple con el texto bíblico. Una gran parte de los escritos de Pablo son, por decirlo así, una glosa hermenéutica, interpretativa, sobre lo que se ha transmitido de los dichos y gestos de Jesús. En los siglos XI y XII de nuestra era, las técnicas de elucidación, de atenta lectura entre líneas y al margen ya se habían hecho voluminosas. Al igual que ninguna gran biblioteca posee todas las ediciones de la Biblia, ninguna puede jactarse de disponer de una lista completa de libros sobre la Biblia ni de libros sobre libros sobre la Biblia desde los comienzos del Talmud hasta la actualidad. Es inevitable que el estudioso tenga hoy que consultar no sólo bibliografías sino también bibliografías de bibliografías (la Biblia resuena en esta misma palabra).

Casi todas las disciplinas de la investigación y el saber humanísticos desempeñan un papel. La filología y la lingüística comparada, el estudio de la gramática y de la retórica, se desarrollaron en torno a un centro bíblico. Los conceptos occidentales de historia e historiografía se originan en la organización del tiempo y de los hechos en el relato de las Escrituras, y se vuelven contra ellas. La teoría política de la Edad Media, el Renacimiento y el siglo XVII buscan su fundamento en los principios teóricos de los sucesivos modos de gobierno expuestos en el Antiguo Testamento, o bien tratan de emanciparse de ellos. Durante siglos, la jurisprudencia luchó con el problema de la posible concordancia entre los criterios mosaicos y paulinos de la ley y aquellos otros contenidos en los modelos romanos o en el «iusnaturalismo». En la actualidad se multiplican las investigaciones económicas y sociológicas del trasfondo bíblico, especialmente en referencia a su manera de presentar (o de borrar) a las mujeres; al igual que los libros y monografías que ofrecen una aproximación psicoanalítica a personajes y episodios de la Biblia. La etnografía y la antropología bíblicas son ya ámbitos complejos por derecho propio. Las líneas de incidencia, además, no son solamente humanísticas. Hay enjundiosos libros y revistas que se ocupan de la flora y la fauna en la Biblia y en torno a ella, junto con las perennes y espectaculares funciones de la agricultura y la meteorología en el relato y la imaginería bíblicos (considérense la zoología en Job o el desconcertante perícope de la higuera en el ministerio de Jesús).

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