George Steiner - Los libros que nunca he escrito
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- Libro:Los libros que nunca he escrito
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2008
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Los libros que nunca he escrito: resumen, descripción y anotación
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De acuerdo con una metáfora popular, el saber es una esfera: cuanto más se expande, más aumentan sus puntos de contacto con lo desconocido. Aunque infinito, lo desconocido presenta un límite tangible. Steiner sugiere que algo similar ocurre con lo no escrito, lo intelectualmente inexplorado: «Un libro no escrito es mucho más que un vacío. Acompaña a la obra que uno ha hecho como una sombra irónica y triste». Los libros que nunca he escrito nos ofrece siete de esas sombras.
Steiner deja bien claro que estos libros ya no se escribirán; para retomar una frase de Gramáticas de la creación, he aquí un «in memoriam de los futuros perdidos». En varias ocasiones Steiner ha señalado la relación entre los tiempos y modos verbales de la irrealidad –futuros, subjuntivos, optativos– y la capacidad humana de pensar a contrapelo de los hechos, de imaginar, con toda la fuerza etimológica del verbo. «La esperanza y el miedo –ha dicho– son ficciones supremas que reciben su poder de la sintaxis». La melancolía también recibe su poder de la sintaxis («qué hubiera pasado si...»). Y, en más de un sentido, éste es un libro melancólico.
George Steiner
ePub r1.0
German25 8.12.17
Título original: My unwritten books
George Steiner, 2008
Traducción: María Condor
Diseño de cubierta: Paola Álvarez Baldit
Editor digital: German25
ePub base r1.2
Para Aminadav Dykman, para Nuccio Ordine,
más que amigos
FRANCIS GEORGE STEINER (París, 23 de abril de 1929), conocido como George Steiner, es un profesor, crítico, teórico de la literatura y de la cultura, y escritor.
Es profesor emérito del Churchill College de la Universidad de Cambridge (desde 1961) y del St Anne’s College de la Universidad de Oxford.
Su ámbito de interés principal es la literatura comparada. Su obra como crítico tiende a la exploración, con reconocida brillantez, de temas culturales y filosóficos de interés permanente, contrastando con las corrientes más actuales por las que ha transitado buena parte de la crítica literaria contemporánea. Su obra ensayística ha ejercido una importante influencia en el discurso intelectual público de los últimos cincuenta años.
Steiner escribe desde 1995 para The Times Literary Supplement; a lo largo de su trayectoria, ha colaborado también con otras publicaciones periódicas, tanto de forma continua (The Economist 1952-1956, The New Yorker 1967-1997, The Observer 1998-2001), como esporádica (London Review of Books, Harper’s Magazine).
Ha publicado, además, varios libros de ensayos, novelas y de poesía.
[1] Tú eres el gran ascolano, que el mundo enciendes
por la gracia de tu altísimo ingenio… [T.]
[2] El nigromante de Norcia, el sabino,
es tu digno y leal servidor. [T.]
[3] Por el alma de Cecco el nigromante,
que en una noche levantó el puente. [T.]
[4] Entiende y ve con mente científica
que jamás la eterna naturaleza bienaventurada
sin la razón hizo criatura alguna. [T.]
[5] Tanto me ha mordido la envidia
que me ha privado de todos mis bienes. [T.]
[6] Yo sujeto a los Hados con cadenas de hierro,
y con mi mano hago girar la rueda de la Fortuna,
y antes caerá el Sol de su esfera
que sea Tamerlán muerto o vencido. [T.]
[7] Alabado seas, Nadie.
Por ti queremos
florecer.
En contra
de ti. [T.]
[8] Institución que ofrece dos años de estudios, bien de formación profesional, bien de los dos primeros cursos de una carrera. [T.]
[9] Beneficiario de una concesión de terreno público. [T.]
[10] Los dos últimos años de la enseñanza media. [T.]
[11] Colegios estatales de sesgo académico para alumnos seleccionados. [T.]
[12] Con subvención estatal directa, cumpliendo ciertas condiciones. [T.]
[13] Nivel avanzado en una materia para obtener el Certificado General de Educación. [T.]
[14] Línea que discurre de un punto a otro del paisaje revelando la posible existencia de una vía prehistórica. [T.]
Cuando, a finales de los años setenta, el profesor Frank Kermode, estudioso y crítico, me pidió que colaborara con un artículo en su serie Modern Masters, le sugerí el nombre de Joseph Needham. Como no soy biólogo ni sinólogo, ni tengo formación en química ni en estudios orientales, mi falta de cualificación y lo inoportuno de mi propuesta eran patentes. Pero yo llevaba mucho tiempo hechizado por la titánica empresa de Needham y por su caleidoscópica personalidad. ¿Había existido un espíritu y un propósito más eruditos y completos desde Leibniz? Lo que yo pretendía llevar a cabo era una aproximación —posiblemente irresponsable— al hombre y a sus obras.
Como miembro reciente del equipo editorial de The Economist en Londres, se me había encargado cubrir un encuentro público en el cavernoso ayuntamiento de St. Paneras. El encuentro era en protesta contra la intervención angloamericana en la guerra de Corea. El lugar estaba atestado. El presidente, un famoso publicista de izquierdas y compañero de viaje, presentó a Joseph Needham. La figura canosa y un tanto leonina se puso en pie. Se identificó como titular de la cátedra William Dunn de Bioquímica de la Universidad de Cambridge y como un observador directo de la situación en China y en Corea del Norte. Insistió en su compromiso, virtualmente sacrosanto, con la evidencia empírica y experimental, en su calidad de científico de alto rango internacional. Después pasó a presentar al público un proyectil vacío. Aseguró que aquel siniestro objeto ofrecía una prueba irrecusable de que la artillería americana estaba recurriendo a la guerra química. Needham y los epidemiólogos chinos habían comprobado y vuelto a comprobar los hechos. A continuación, el presidente de la asamblea propuso que se autorizara el envío de un telegrama de ardiente repulsa al presidente Truman. Pero también pidió a cualquiera de los presentes que no diera crédito a los hallazgos del doctor Needham que tomara la palabra y expresara su desacuerdo. El mensaje a la Casa Blanca, en ese caso, no sería unánime.
No había amenaza física alguna, como la habría habido, por ejemplo, en una reunión fascista. La oferta del presidente era juego limpio británico del bueno. Yo estaba convencido de que Needham se engañaba o mentía con fines propagandísticos. Pero permanecí sentado, mudo e inmóvil. No por miedo, sino a causa de la presión física que me producía el sentirme cohibido, paralizado por la idea de hacer el ridículo. Así, la protesta «unánime» fue enviada y comunicada a la prensa. Abandoné la asamblea extremadamente indignado y deprimido. Por mi falta de valor y coraje (la palabra alemana es Zivilcourage). Este episodio, acontecido hace más de medio siglo, no sólo ha continuado abrumándome, sino que ha orientado la totalidad de mi actitud hacia quienes se achican bajo el chantaje totalitario, ya sea nacionalsocialista, estalinista o maccarthista. Ya sea el del vándalo anarquista, el del maoísta o el del fascista. A partir de aquella tarde supe de mi gran inclinación hacia la abyección.
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