SINOPSIS
A principios de los años ochenta, un joven e ingenuo periodista de izquierdas empezó a trabajar en el PSC. Estaban ahí hombres que serían míticos: Pasqual Maragall, Raimon Obiols, Miquel Iceta o Narcís Serra. Pero a ese veinteañero Miquel Giménez lo que le sorprendió fue el desorden que vio en el partido, el desdén con que se hacía referencia al PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, la guerra de egos y la extraña mezcla ideológica de comunismo y nacionalismo. Parecía, ya entonces, que todo el mundo era un rival, con la salvedad de la Convergència de Jordi Pujol, a la que había que dejar hacer.
Giménez cuenta en primera persona cómo, de aquellos polvos, llegaron estos lodos. Con una mezcla de humor, mordacidad y compromiso con las libertades, narra la evolución de un partido que, desde el inicio del periodo democrático, albergó en su interior la semilla nacionalista. Una semilla que se fue mostrando poco a poco y quedó definitivamente a la vista con el Estatut, que evidenció que el objetivo del PSC había sido modernizar la ideología pujolista, no sustituirla.
Mezcla de memorias, reflexión histórica, análisis político y disección sociológica, PSC: Historia de una traición es el retrato definitivo de la Cataluña contemporánea y de la doble deslealtad del PSC. La traición a generaciones de catalanes que se han sentido, y se siguen sintiendo, españoles y a una idea de izquierda que no se identifica con los privilegios y el supremacismo que siempre acompañan al nacionalismo.
Introducción
Ésta no es la historia del PSC. Ni siquiera es una historia más del PSC. El presente libro, fruto de lo visto y vivido en primera persona, es el relato de mi experiencia dentro del partido que, hoy por hoy, influye más en el Gobierno de la nación, incluso mucho más que el PSOE oficial, del que se declara hermano fraternal en un ejercicio de cinismo político sin parangón. También, debo decirlo, pretende ser un ejercicio de reflexión con respecto a la socialdemocracia y al rol que ha jugado en España y, singularmente, en Cataluña. Ahora bien, que las pretensiones de la obra no sean abiertamente historicistas no es óbice para que lo relatado en ellas sea justamente eso, historia, y, además, la historia más clara de todas, la que se condensa en anécdotas, personas, relaciones, en suma, en todo aquello que conforma los hilos de ese inmenso tapiz al que llamamos nuestro pasado. Es un libro, pues, escrito más desde la condición humana que desde la frialdad académica, por lo que me apresuro a pedirle disculpas al lector amante de los áridos tratados historiográficos. Aquí no va a encontrar nada de eso. Añado que el presente libro nace también del sincero deseo de hacer justicia, de poner los puntos sobre las íes respecto a eso que hemos denominado piadosamente izquierda y que, a mi modesto juicio, no presenta más característica que el puro egoísmo, amén de una odiosa servidumbre para con la derecha más casposa, rancia y extrema que ha producido la política española a lo largo de la democracia, a saber, el nacionalismo catalán.
Porque uno de los errores más comunes a la hora de enjuiciar lo que ha sido ese nacionalismo, derivado en la locura procesista de todos conocida, es atribuir el desaguisado exclusivamente al nacionalseparatismo, es decir, a Jordi Pujol y a su persistente obra de ingeniería social llevada a cabo durante décadas en Cataluña. Que su programa 2000 ha sido la piedra angular de la sociedad catalana actual, con todo lo que lo comporta de adoctrinamiento y de ingeniería social, es indiscutible. Que no ha sido la única causa, también.
Algunos, yendo más lejos, meten en el mismo saco la pasividad, por no llamarla cobardía, demostrada por todos los Gobiernos de España, temerosos de ponerse a Cataluña en su contra, en un ejercicio que no podemos denominar más que como una ceremonia de la confusión, puesto que no es lo mismo hablar de Cataluña que de los catalanes y mucho menos razonable es identificarlo todo con el nacionalismo.
Pero ese nacionalismo supo jugar sus cartas muy bien desde el advenimiento de la transición, cuando todo podía hacerse y edificarse de manera muy distinta a como se hizo. Ahí sembró el sempiterno temor que, desde Madrid, han experimentado por igual conservadores y socialistas, el horror a que te adjetiven como facha, como franquista o, mucho peor, como anticatalán si osabas discrepar de los postulados que Pujol emitía desde su cargo de president . El éxito de las tesis pujolistas, que han pervertido como decíamos los conceptos de catalán y convergente para amalgamarlos en una sola cosa, de Cataluña y de su persona, ha sido uno de los éxitos más rotundos en ese discurso totalitario que se ha apoderado no tan sólo de la política catalana, sino también del conjunto de la española.
El ahora evasor de capitales confeso, que no convicto, sabía muy bien cómo confundir patria y apellidos, partido con nación y, so pretexto de una falsa apariencia de hombre de Estado, consiguió chantajear de manera sistemática en beneficio propio a quienes, desde Moncloa, debían velar por la igualdad entre todos los ciudadanos españoles.
A los catalanes no nacionalistas se les dejó desde el minuto cero totalmente abandonados a su suerte, en manos de una oligarquía provinciana, terriblemente vengativa y sin otra voluntad ni propósito que no fuese socavar todo lo que significase España en cualquiera de los aspectos. Del simple y, aparentemente, «inocente» parte meteorológico de TV3, en el que se muestra la predicción de los Països Catalans , a la mención repetitiva del concepto «Estado español» —en TV3 y el resto de medios públicos dependientes de la Generalitat está terminantemente prohibido hablar de España, salvo cuando sea para referirse a ella de manera peyorativa—, a la sempiterna inmersión lingüística, eufemismo que significa en la práctica la exclusión de la lengua común de las escuelas catalanas, todo, absolutamente todo, pasaba por consagrar el imaginario delirantemente supremacista de una derecha extrema y excluyente. Los resultados están a la vista y sólo hay que hojear las portadas de los diarios para comprobar hasta qué punto esa potentísima droga ha afectado a más de dos millones de catalanes.