Alfredo Jocelyn Holt - Historia general de Chile III: Amos, señores y patricios
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- Libro:Historia general de Chile III: Amos, señores y patricios
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- Editor:SUDAMERICANA
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- Año:2014
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Historia general de Chile III: Amos, señores y patricios: resumen, descripción y anotación
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Los que duermen habitan mundos separados, los que están despiertos, el mismo.
HERÁCLITO (C. 535-475 A.C.)
Parece que la vista […] puede considerarse como una especie de tacto más delicado y difuso, que se extiende a una muchedumbre infinita de cuerpos, comprende las figuras más extensas, y nos facilita las partes más remotas del universo […] Basta abrir los ojos, y aparece la escena.
JOSEPH ADDISON, Ensayo sobre los placeres de la imaginación, 1712
No parece existir (como lo quisiera quizá nuestra propia paranoia simplificadora) un plan centralizado para las ciudades o la forma de las cosas; estamos más bien ante innumerables iniciativas periféricas, en un vasto territorio donde se libran las escaramuzas parciales y locales.
JUAN GUILLERMO TEJEDA, Diccionario crítico del diseño, 2006
A mis amigos,
Pablo Ruiz-Tagle Vial y Andrés Velasco Carvallo
Que el lector no espere aquí […] detalles mínimos de guerras, de ataques a ciudades tomadas y retomadas por fuerza de las armas, rendidas y devueltas a causa de tratados. Un millar de eventos interesantes para los contemporáneos se pierde a los ojos de la posteridad y desaparecen, dejando a la vista sólo grandes sucesos que han fijado los destinos de imperios enteros. Cada evento que ocurre no vale ser registrado. En esta historia nos confinaremos en aquello que merece nuestra atención para todos los tiempos, que retrata el espíritu y las costumbres de los hombres, que pueda servir a la instrucción y consejo en aras del amor a la virtud, de las artes y de la patria.
V OLTAIRE , Le Siécle de Louis XIV, 1751
Busto de Voltaire por Houdon, 1781, Musée Fabre,Montpellier.Foto reproducida en Kenneth Clark, Civilisation: A Personal View, New York y Evanston, 1969, p. 244.
Nuestro principal propósito en este volumen es hacer un recorrido histórico-espacial a fin de ubicar a Chile dentro de ejes cambiantes que tienen lugar en los siglos XVII y XVIII, antes de la Revolución francesa y el inicio del período de Independencia hispanoamericana.
El tema espacial es, por supuesto, una de las claves explicativas del continente. En anteriores tomos de esta Historia General hemos visto que América, desde su “descubrimiento”, se plantea como un problema y desafío cartográfico. Su carácter utópico, al cual ya nos hemos referido extensamente en el tomo II en relación a Chile, confirma el punto. ¿Qué son América y Chile si no espacios? Espacios que guardan relación y se proyectan desde distintos núcleos, no siempre los mismos. De ahí que en algunos momentos se los defina desde este continente. Otras veces, desde fuera, preferentemente, desde Europa. Pues bien, en las páginas siguientes nos proponemos mostrar algunas variantes de esta historia durante estos dos siglos.
Sucede, también, que la creatividad y reflexión europeas en torno a lo espacial, hacia y durante el período que nos interesa, alcanzan niveles inusuales. Me basta con simplemente recordar cómo la arquitectura, desde el Renacimiento en adelante, ingenia y ensaya nuevos espacios. Pero, no sólo la arquitectura. La física, desde Nicolás de Cusa a Newton, pasando por Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Kepler, Descartes y Leibniz, se pronuncia al respecto como pocas otras veces en el pensamiento occidental, logrando abarcar dimensiones pasmosas, a escala sideral. No es mi intención detenerme en esta compleja reflexión científica; simplemente la menciono a fin de contextualizar fenómenos de tipo más políticos con los cuales, sin duda, guardan más de alguna relación. Sin ir más lejos, la descripción del universo galáctico que hace Giordano Bruno es sorprendentemente parecida al universo político que se instaura en Europa y el mundo durante el siglo XVII. Ya no un solo cosmos, como el que proponía Carlos V para la cristiandad entera, sino bastante más plural. Una espacialidad absolutista más acotada que permitirá (mejor dicho, tolerará) singularidades parciales, unidades más pequeñas, “satélites”, que si bien participan del todo, suelen resistirse, se acercan y alejan a su amaño de los centros irradiadores.
Esto último es muy atingente a lo que pasa en Hispanoamérica y, con mayor razón, respecto a un lugar tan distante como Chile. De hecho, aquí también surgirá un espacio –el Valle Central–, donde gozaremos de una relativa autonomía de la metrópolis durante buena parte del siglo XVII hasta que Madrid la intente revertir, con parcial éxito, en el XVIII. Recordemos, además, que este territorio no era el lugar de destino adonde se apuntó originalmente. El español cifró inicialmente su interés en la zona más austral; la cual, por lo que sabemos, no pudo ser, teniéndonos que replegar a la zona central. Sólo entonces, pues, Chile devino en lo que, desde ese tiempo, viene siendo (histórica y espacialmente hablando) hasta nuestros días. La historia de Chile es la historia de su devenir espacial.
El nexo con España, a lo largo del siglo XVII, efectivamente se debilitó. España debió concentrar sus gastadas energías imperiales en Europa, desatendiendo sus territorios de ultramar –Chile, en especial. No obstante ello, seguimos conectados con Europa. Tenuemente, por cierto, dados los escasos y precarios medios de comunicación y transporte de la época, pero sin que dejásemos nunca de formar parte de una unidad macrocultural incluso más extensa que la estrictamente española. No olvidemos que Europa, hacia mediados del siglo XVII, estaba en pleno proceso de redibujar sus mapas. Tanto Westfalia (1648) como el surgimiento de Francia como principal potencia europeo-continental, marcarán un claro desplazamiento de ejes. Tan así, que desde entonces y hasta después de su Revolución, Francia se constituirá en un núcleo difusor de gran alcance y pretensiones hegemónicas, con el cual nos vincularemos de muy distintas maneras. Por de pronto, a través de la España borbónica en el siguiente siglo –el XVIII–; pero, también, participando de referentes culturales que, a partir del Renacimiento, irán proyectando un sesgo “clásico” renovado y constante, amén de francés. La Francia de Luis XIV y sus descendientes, desde también mediados del siglo XVII, hace suya la tradición clásica italiana; la “importa” desde Roma y convierte, por último, hacia fines del XVIII, en un neoclásico (inicialmente monárquico, luego republicano) vigente, por lo mismo, hasta incluso después de la Revolución.
En el presente volumen trato de mostrar cómo un Chile, distante y periférico, mantuvo esta conexión tanto con Europa como con dicha tradición clásica. En consecuencia, no es que la coyuntura crítica de 1808-1810 nos haya vuelto a entroncar con Europa. De hecho, nunca se perdió el hilo. Quien hizo posible este nexo vital, sostengo también, fue el sujeto criollo, más incluso que los funcionarios reales. Él mismo entraña, en su propia definición –en tanto europeo nacido en América–, dualidades espaciales. Nace de un encuentro en el desencuentro, esta vez espacial, lo cual lo predispone a mayores grados de flexibilidad. Puede ser de muchos mundos y bajo muchos soles. Es más, él es quien crea algunos de los nuevos espacios locales, nada menos que la hacienda. Así y todo, no abandona ni reniega de la ciudad. En efecto, la configuración espacial del siglo XVII chileno coincide con la aparición histórica de este sujeto. Va a ser él quien presida la sociedad jerárquica señorial, sin duda alguna el principal logro histórico de este primer momento más propiamente “colonial”, luego de que se ha agotado la fase puramente de “conquista”. Sumémosle que él, no otro, va a ser el sujeto más poroso y permeable a influencias externas. Qué de extrañar, entonces, que sea él también quien vaya a encauzar y mediar en los procesos políticos y culturales –fundamentalmente, la Ilustración y la Independencia– que siguen pautados desde fuera, desde Europa. Por último, no olvidemos que la elite criolla sobrevivirá el colapso imperial y, ya dueña indisputada de la situación, liderará todo el siguiente siglo con más o menos los mismos rasgos definidos hacia la época de la Independencia.
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