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Alfredo Jocelyn-Holt - Escuela Tomada

Aquí puedes leer online Alfredo Jocelyn-Holt - Escuela Tomada texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Santiago de Chile, Año: 2014, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Chile, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Alfredo Jocelyn-Holt Escuela Tomada
  • Libro:
    Escuela Tomada
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial Chile
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Ciudad:
    Santiago de Chile
  • Índice:
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Índice Para mis alumnos en especial a los ayudantes de mis cursos a quienes - photo 1

Índice

Para mis alumnos, en especial a los ayudantes de mis cursos, a quienes recuerdo con cariño y a los que no.

También a la memoria de mis grandes profesores.

Las universidades han soportado tiempos difíciles desde que los gobiernos decidieron moverse hacia una educación superior masiva, ninguna tanto como las instituciones de élite que conocí tan bien en Londres —University College, Imperial College y la London School of Economics— además de las principales universidades cívicas. Son estos lugares, más Oxford y Cambridge, los guardianes de la vida intelectual. No pueden enseñar las cualidades que las personas precisan en política y en negocios. Tampoco pueden enseñar cultura y sabiduría, no más que teólogos enseñan santidad, o filósofos bondad o sociólogos un plan para el futuro. Existen para cultivar el intelecto. Todo lo demás es secundario. Las cuestiones que conciernen a ambos, a dons y a administrativos, son secundarias. La necesidad de mezclar clases, nacionalidades y razas es secundaria. Las agonías y alegrías de la vida estudiantil son secundarias. También las reglas, costumbres, el pago y la promoción del personal académico y sus debates en cambiar el currículo o procurar facilidades para investigar. Incluso el despertar de un sentido de la belleza o el shock vital de una nueva experiencia, o la búsqueda de la bondad por sí —todos estos son secundarios frente al cultivo, formación y ejercicio del intelecto—. Las universidades deben levantar en admiración la vida intelectual. El regalo más precioso que pueden ofrecer es poder vivir y trabajar en torno a libros o en laboratorios y permitir que los jóvenes vean aquellos raros scholars que han dejado a un lado el mundo del éxito material, tanto adentro como afuera de la universidad, a fin de estudiar con una devoción y un solo motivo respecto a algún tema porque eso más allá de todo lo demás les parece importante a ellos. Una universidad está muerta si los dons son incapaces de alguna manera de comunicar a los estudiantes la lucha —y las frustraciones tanto como los triunfos en dicha lucha— para producir, a partir del caos de la experiencia humana, algún grado de orden ganado por el intelecto. Ese es el fin al que todos los acuerdos de la universidad deben ser dirigidos.

Sigo creyendo que éste es el principio que debe gobernar a Oxford y a Cambridge y a nuestras universidades de élite.

N OEL A NNAN , The Dons. Mentors, Eccentrics and Geniuses, 1999

Numerosos edificios de herencia moderna en la ciudad han sido invadidos durante los últimos años. En la mayoría de los casos han sido ocupados con invasiones violentas que terminan en acuerdos o pactos, no sólo con las autoridades y vecinos del área, sino también entre los propios invasores, reacondicionando los espacios y alterando su arquitectura para satisfacer las necesidades grupales y que allí se establecen. Una innovadora arquitectura, resultado de las nuevas formas de lazo social, se evidencia en las alteradas estructuras externas de los edificios tomados.

A LEXANDER A PÓSTOL , Modernidad tropical, 2010

Sé tanto hoy como supe entonces acerca del conflicto que me mantendría duramente trabajando en un mundo que no es mi mundo, aunque haya resultado ser mi vida.

L ILLIAN H ELLMAN , An Unfinished Woman, 1969

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C ON V OZ P ROPIA

Escribir una historia íntima de un hecho que enfoca a una figura central que no es central para entender dicho hecho, invita a que de inmediato se hagan preguntas sobre la debida competencia del historiador, o, efectivamente, respecto a sus honorables motivos. La figura seleccionada puede que le sea conveniente aunque no crucial para la historia que narra. Semejantes comentarios cínicos obviamente los podría provocar la elección de nuestro protagonista en particular [sí mismo]. Cabría señalarse que, en este caso al menos y para este historiador, no existe otra opción posible. Aunque lo dicho recién no sea necesariamente impreciso, una presentación de sus buenos motivos debiera ofrecerse desde ya.

N ORMAN M AILER , The Armies of the Night, 1968

Es riesgoso en un libro de ideas hablar con la voz propia, pero esto sirve para recordarnos que las verdades más verdaderas son, de manera inevitable, profundamente personales.

S AUL B ELLOW , «Prólogo», The Closing of the American

Mind de Allan Bloom, 1987

Recuerdo perfectamente —estas son memorias— el momento exacto en que decidí que iba a escribir una historia de la toma de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile que ocurriera en mayo-junio del 2009.

Estaba redactando un largo correo electrónico a Mauricio Tapia, profesor de derecho civil de la Facultad, en respuesta a una pregunta suya sobre cómo yo veía la toma, si había o no una solución, y cuál era mi postura en todo este enredo que nos tenía parados desde hacía varias semanas sin visos de salida alguna. Tapia, al final de cuentas, resultó ser uno de los tomistas más furiosos, y eso que, hasta entonces, había sido un mignon del oficialismo, al cual la toma ahora amenazaba. Por qué quería mi opinión es una cuestión que todavía no logro comprender. Con todo, presumiendo de buena fe que le hablaba a alguien que no me merecía dudas (en ese entonces), le escribía sin filtro alguno. Aunque, pensándolo ahora más en frío, a esas alturas, Tapia me importaba un pucho. La toma llevaba diez días y el correo, para qué decir el humo espeso del enésimo cigarrillo fumado uno tras otro mientras redactaba, me tenían entusiasmadísimo, en estado febril.

Retrataba allí a cuanto personaje recordaba de la Escuela, desde que entré a estudiar en 1979, muchos de los cuales —no todos vivos— aún me los sigo topando en los pasillos y rincones de Pío Nono s.n. Intempestivamente a veces, cuando subo las escaleras o tras quedarme solo, después de mis clases, en alguna de las salas-gallineros del primer o segundo piso. Espectros, algunos benevolentes como los de mi profesor don Avelino León Hurtado, brillante civilista; otros, pompo-fúnebres como el de Hugo Rosende Subiabre, «brazo jurídicamente armado» de la dictadura, con su largo abrigo azul marino (incluso cuando hacía calor, siguiendo a su álter ego, Jorge Alessandri, de quien fuera alguna vez confidente hasta que el presidente lo echara de palacio con el rabo entre las piernas). Ambos personajes, decanos de la venerable Escuela en el período en que fui alumno entre 1979 y 1984.

Tecleaba y tecleaba, tratando de exorcizar de mi cabeza a tamaños espíritus, cuando la Emilia, mi hija, baja del segundo piso de la casa, entra al comedor donde en ese momento escribía, y me informa, solemne, la noticia de último minuto: Roberto Nahum, el entonces todavía decano, acababa de ingresar a la Facultad. Recién se lo habían comunicado sus compañeros de escuela (mi hija entonces era alumna de segundo año de Derecho en la Chile) a través de una cadena de mensajes desde cierta radio estudiantil, luego retransmitidos cuan avalancha en cascada a través de Facebook, Messenger, y gmails-chats (Twitter recién se estrenaba), desde dentro y fuera del caserón en toma. Deben haber sido las 2.15 de la mañana, del décimo día de la toma, y si no recuerdo mal un domingo.

La escena me pareció, de inmediato, descabellada. Incluso, dudé por un minuto de Nahum. ¿Es que estaba fuera de sí? ¿Qué diablos hacía en la Escuela a esas horas de la madrugada, acompañado además de su señora? ¿Había ido a qué? ¿A negociar, a doblarles la mano a los golpistas-tomistas (Nahum es diestro negociador), ofrecerles su renuncia, su persona, cuan «cabeza de turco» en bandeja, para que depusieran el arbitrario acto de fuerza que habían montado en su contra? Sólo uno de los tres cabecillas de la toma —Sebastián Aylwin (ex ayudante de mi curso)— estaba de guardia esa noche; el resto, un puñado de alumnos, arropados en sacos y frazadas para combatir el frío, dormían. El edificio, una suerte de mausoleo de estilo modernista mussoliniano inaugurado en 1938 —anticipo urbano del zoológico y cementerio un poco más al norte en Recoleta—, siempre ha sido gélido e inhóspito, a tono con las típicas relaciones humanas que se cultivan en su interior y luego proyectan al país entero normándolo.

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