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Para Marcela, Emilia, Magdalena y Alfredo
DE TERREMOTO EN TERREMOTO,
DE ESTALLIDO EN ESTALLIDO, DE EPIDEMIA
EN PANDEMIA
En la primera edición de este libro, publicada en el lejano 2010 del bicentenario y del terremoto, la introducción la consagré a la idea de que, de sismo en sismo, había en nuestra historia una especie de resignación o resiliencia, plagada de humor negro, y que lo ocurrido en los sucesos de la independencia —una guerra civil monstruosa— iluminaba o presagiaba esa manera de construir algo que se llamaba Chile. Esta colección de relatos, crónicas periodísticas de una época de la que ya nadie queda vivo, de alguna manera intentaba ilustrar esa idea.
El terremoto de 2010 estaba fresco cuando este libro se publicó por primera vez. Lo que hoy está fresco es el estallido social de 2019 y la pandemia de Covid-19, que al momento de escribir esta nueva introducción aún vivimos.
Tal como en aquella oportunidad, este libro aparece en tiempos difíciles. ¿Pero hay otros, de otro tipo? No me parece.
La revolución de la independencia merece ser vista, creo, desde una perspectiva moderna. Ciertamente, fue el evento político que nos armó primero como Estado y luego, al menos eso creíamos, como nación. Ocurrió en un país y en una época precaria, en los que el valor de la vida humana era relativo, las clases sociales configuraban un orden divino y Chile era un pedazo de tierra arrojada al límite del mapa, fuera del radar de occidente, un territorio exótico en el que vivía poquísima gente y solo los arriesgados se atrevían a visitarlo. Comenzó como una trifulca de abogados, aunque se sostenía sobre una caldera de ebullición intelectual y social que venía de mucho antes. Rápidamente las posiciones que parecían eternas se hicieron relativas; de la noche a la mañana el rey no era Dios, la Iglesia estaba equivocada y los amigos se transformaron en enemigos. La sangre —sobre todo la de campesinos pobres mestizos— corrió rápida: ningún bienpensante, en ninguno de los lados, tuvo reparos morales con respecto a la matanza. Los bandos ganadores, primero el llamado español, luego los criollos revolucionarios que se quedaron con los laureles de la victoria, no tuvieron contemplaciones con sus antiguos vecinos y parientes. Tanto fue así que sobre la guerra —que siempre es «a muerte»—, después de obtenido el triunfo independentista en Maipú, hubo una segunda guerra en el sur, a la que hubo que añadirle literalmente la redundante adjetivación «a muerte», de tan atroz que fue.
De más está decir: no fue «chilenos contra españoles». Fue, fundamentalmente, chilenos contra chilenos en una guerra civil que, como toda violencia, es un tornado que engulle pasiones y vidas.
Visto con los ojos de hoy, 2022, es innegable que somos hijos de un proceso revolucionario, fundamentalmente violento, en el que el ganador se lo llevó todo. El concepto de «democracia», la idea de ver en el rival político a un adversario legítimo, es muy posterior, y durante todo el siglo XIX, y también el XX, hubo que derramar aún más sangre para que hiciera algo de sentido. De alguna manera en cada una de nuestras grandes crisis políticas y sociales —estallido social de 2019 incluido— resuena, entonces, este impulso primigenio, esta música de las espadas en la que el medio justifica los fines.
El fin —la independencia, la «mayoría de edad», nuestro lugar entre las naciones del planeta— se obtuvo así. Esto no es raro ni ignominioso. Lo que creo que cuentan estas historias es que, simplemente, es.
Los siete relatos de este volumen corresponden a algo así como el lado B de la independencia. Comienzo por el caso de la nave Scorpion, que ni siquiera es parte del período pero da luces sobre la bajeza moral en que había caído la administración colonial. En el siguiente relato, más que adentrarme en el 18 de septiembre de 1810, me interesa especular qué pensaba un anciano Mateo de Toro y Zambrano sobre lo que estaba a punto de ocurrir.
Otra historia que me interesó fue la de Ramón Freire: él es el gran héroe olvidado de la historia de la independencia. En cuanto a Manuel Rodríguez, no solo es un romántico guerrillero, es también el primer detenido-desaparecido de nuestra historia, y aquí está el relato de cómo su asesinato se transformó en leyenda.
La crónica sobre Tomas Cochrane se centra en un desconocido incidente bursátil en el que estuvo involucrado en Londres, un asunto que lo destrozó como ser humano y que definitivamente ayudó a que se decidiera a venir a Chile y unirse a la causa independentista.
Los relatos sobre Toro y Zambrano, Freire y lord Cochrane están narrados en primera persona, y por ende recurro a algunos elementos de ficción para caracterizar a los personajes. Creo tener el trasfondo documental suficiente para salir con buen pie de esta aventura narrativa.
«Antipatriotas» sigue la pista de los chilenos más olvidados de todos: aquellos que mataron y murieron por la causa del rey de España, y que perdieron absolutamente todo por ese motivo.
El último capítulo narra un incidente protagonizado por chilenos hambrientos y algo alcoholizados en California, que me parece un patético ejemplo del espíritu Chile über alles que acompañó a la idea de exportar nuestra revolución... y que por suerte no prosperó.
Espero que estas pequeñas historias acerquen este período fundamental y mítico y lo hagan más accesible, más normal, más humano. No provenimos de dos gemelos que fueron amamantados por una loba, ni quienes fundaron el país eran hijos de dioses que bebían ambrosía. El proceso de independencia fue lo que fue, para mal y para bien. Saberlo, poner las cosas en perspectiva, contemplar el pasado sabiendo que nosotros mismos pudimos haber estado ahí, ayuda, creo, a que entendamos mejor el país en el que vivimos, sobre todo hoy.
A.S.
Junio de 2022
EL PINCHAZO DEL ESCORPIÓN
Retrato de una colonia decadente
El 15 de julio de 1808 el Scorpion, una fragata ballenera, recaló por fin en la costa de Chile luego de un largo viaje desde un perdido pueblo de pescadores en Gales. La comandaba un capitán de treinta y cuatro años, nacido en Estados Unidos y llamado Tristram Bunker.
Los Bunker, como todos en el pequeño poblado inglés de Milford Haven, se dedicaban a matar cachalotes para extraerles el aceite, una de las sustancias más preciadas por el comercio mundial de entonces: sus usos iban desde el lubricado de relojes hasta la fabricación de velas.
Y sería todo lo de ballenas que hay en esta historia, lamentablemente, porque el capitán Bunker no traía el codiciado aceite en las bodegas del Scorpion. Portaba, en cambio, algo por lo que los chilenos literalmente podían llegar a matar: telas inglesas.
El capitán Bunker había nacido en la isla de Nantucket, situada en la colonia inglesa de Massachusetts, en 1775 o en 1779. Era, posiblemente, el hijo que Peleg Bunker tuvo con Keziah Bunker o con Lydia Gardner. Poco antes de nacer Tristram, los furiosos habitantes de Boston, la capital de la colonia, habían arrojado a las aguas de la bahía el té que traía un barco inglés. Las hojas para infusión transportadas por la East India Company acababan de ser casi eximidas de impuestos por el rey, lo que era considerado un escupo en el rostro del negocio que había hecho ricos a muchos bostonianos: el contrabando de té. El incidente, conocido como «la fiesta (o el motín) del té de Boston», fue el puntapié inicial de la revolución que culminó con la independencia de Estados Unidos.
El pequeño Tristram no tuvo opinión de estos acontecimientos, pero es muy probable que su padre no estuviera de acuerdo con el motín. A diferencia de Boston, Nantucket fue hostigada por las fuerzas patriotas. Para entonces la capital mundial de la industria ballenera era ciudad de rudos y emprendedores capitanes dispuestos a enfrentarse sin miedo a las «bestias del mar», como las definían ellos en esa época, tan anterior a Greenpeace. Los nantuckenses, en su mayoría practicantes de la religión cuáquera, eran pacifistas, y por lo tanto no muy entusiastas de la idea de engrosar los ejércitos continentales de George Washington. ¿Por qué, además, ir a la guerra contra los ingleses, sus principales compradores de aceite de ballena?