INTRODUCCIÓN
«¡ESTAMOS DIVIDIDOS!»
Trouble in Paradise, la obra maestra de Ernst Lubitsch de 1932, es la historia de Gaston y Lily, una pareja de felices ladrones que roban a los ricos, cuya vida se complica cuando Gaston se enamora de Mariette, una de sus víctimas ricas. La letra de la canción que se oye durante los créditos iniciales nos da la definición del «problemas» al que alude el título, y también la imagen que acompaña a la canción: primero vemos las palabras «problemas en», y luego, debajo de éstas, aparece una cama de matrimonio; a continuación, sobre la superficie de la cama, en grandes letras, la palabra «paraíso». Así pues, «paraíso» es el paraíso de una relación sexual plena: «Cuando los brazos se entrelazan y los labios besan / estamos en el paraíso, / pero si algo falla / eso significa / problemas en el paraíso.» Para expresarlo de una manera brutalmente directa, «problemas en el paraíso» es como llama Lubitsch a cuando il n’y a pas de rapport sexuel.
Así pues, ¿dónde están los problemas en el paraíso en Problemas en el paraíso? Una ambigüedad básica afecta a este punto clave. La primera respuesta que se impone es ésta: aunque Gaston ama a Lily y también a Mariette, la verdadera relación sexual «paradisíaca» sería con Mariette, y por eso esta relación ha de seguir siendo imposible y frustrarse. El hecho de que se frustre es lo que confiere al final de la película un toque de melancolía: todas esas carcajadas y el bullicio del último minuto de la película, toda esa alegre exhibición de camaradería entre Gaston y Lily, sólo sirve para llenar el vacío de esta melancolía. ¿Acaso no apunta Lubitsch en esta dirección con la repetida toma de la gran cama de matrimonio vacía en casa de Mariette, una toma que recuerda la cama vacía que aparece en los créditos de la película? Existe también, sin embargo, la posibilidad de una lectura exactamente opuesta:
¿No podría ser que ese paraíso se refiriera en realidad a la escandalosa relación amorosa de Gaston y Lily, dos ladrones elegantes que se buscan la vida, y el problema sea la sublimemente escultural Mariette? ¿El hecho de que, en una tentadora ironía, Mariette sea la serpiente que aparta a Gaston de su dichosamente pecaminoso Jardín del Edén? (...) El Paraíso, la buena vida, es la vida delictiva llena de glamour y riesgos, y la pérfida tentación procede de Madame Colet, cuya riqueza contiene la promesa de una dolce vita sin complicaciones y sin esa auténtica audacia o subterfugio criminal: en ella sólo encontramos la tediosa hipocresía de las clases respetables.
La belleza de esta lectura es que la inocencia paradisíaca se localiza en la glamourosa y dinámica vida del crimen, de manera que el Jardín del Edén se equipara al mundo del hampa, mientras que la atracción de la respetable alta sociedad se equipara con la tentación de la serpiente. No obstante, esta paradójica inversión la explica fácilmente el sincero y desabrido arrebato de Gaston, el primero y único de la película, que lleva a cabo sin elegancia ni distanciamiento irónico, después de que Mariette se niegue a llamar a la policía cuando él le dice que el director de la junta directiva de su empresa lleva años robándole millones de manera sistemática. El reproche de Gaston es que, mientras que Mariette enseguida está dispuesta a llamar a la policía cuando un ladrón vulgar como él le roba una cantidad de dinero o riqueza relativamente pequeña, no le importa hacer la vista gorda cuando un miembro de su propia y respetable clase alta le roba millones. ¿Acaso no está aquí Gaston parafraseando la famosa afirmación de Brecht: «¿Qué es robar un banco comparado con fundar uno?»? ¿Qué es un robo directo como el de Gaston y Lily comparado con el robo de millones bajo la guisa de oscuras operaciones financieras?
No obstante, hay otro aspecto que hemos de observar aquí: ¿de verdad la vida delictiva de Gaston y Lily está tan «llena de glamour y riesgos»? Bajo la superficie glamourosa de su robo, ¿no son ambos «una pareja burguesa por antonomasia, unos tipos concienzudos y profesionales de gustos caros, yuppies de su época. Gaston y Mariette, por otro lado, son la pareja auténticamente romántica, los amantes aventureros que asumen riesgos. Cuando Gaston vuelve con Lily y recupera su condición de fuera de la ley, obra de manera sensata, pues regresa a su “clase social”, por así decir, optando por la vida mundana que conoce. Y lo hace con absoluto pesar, evidente en su prolongado diálogo final con Mariette, lleno de pesar y elegante ardor por ambas partes».
G. K. Chesterton observó que las historias de detectives
En cierto sentido nos impiden olvidar que la propia civilización es la desviación de la norma más sensacional y la rebelión más romántica (...). Cuando, en una aventura policíaca, el detective se queda solo, y de un modo un tanto necio se muestra intrépido entre los cuchillos y los puños de un nido de ladrones, sin duda eso nos sirve para recordar que el agente de la justicia social es la figura poética y original, mientras que los ladrones y asaltantes de caminos no son más que plácidos y antiguos conservadores cósmicos, felices en la inmemorial respetabilidad de los primates y los lobos. El romanticismo de la policía (...) se basa en el hecho de que la moralidad es la más siniestra y osada de las conspiraciones.
¿No es ésta también la mejor definición de Gaston y Lily? ¿Acaso esos dos ladrones no viven en su paraíso antes de la caída en la pasión ética? Lo que resulta fundamental aquí es el paralelismo entre el delito (el robo) y la promiscuidad sexual: ¿y si, en nuestro mundo posmoderno de transgresiones programadas, en el que el compromiso marital se percibe como algo ridículo y de otra época, aquellos que se aferran a él fueron los auténticos subversivos? ¿Y si hoy en día el matrimonio convencional es «la más siniestra y osada de todas las transgresiones»? Ésta es, exactamente, la premisa que subyace tras Una mujer para dos (Design for Living) de Lubitsch: una mujer lleva una vida satisfecha y tranquila con dos hombres; como experimento peligroso, prueba el matrimonio monógamo; sin embargo, el intento fracasa miserablemente, y ella regresa a la seguridad de los dos hombres, por lo que el resultado final podría expresarse como paráfrasis de las palabras anteriormente citadas de Chesterton:
el matrimonio mismo es la desviación de la norma más sensacional y la rebelión más romántica. Cuando la pareja de enamorados proclama sus votos matrimoniales, solos y de un modo un tanto necio e intrépido entre las múltiples tentaciones de los placeres promiscuos, sin duda eso sirve para recordarnos que la figura original y poética es el matrimonio, mientras que los adúlteros y los que participan en orgías no son más que plácidos y antiguos conservadores cósmicos, felices en la inmemorial respetabilidad de los primates y los lobos. El voto matrimonial se basa en el hecho de que el matrimonio es el más siniestro y osado de los excesos sexuales.
Encontramos una ambigüedad análoga en las opciones políticas básicas a que nos enfrentamos hoy en día. El conformismo cínico nos dice que los ideales emancipadores de más igualdad, democracia y solidaridad son aburridos e incluso peligrosos, y que conducen a una sociedad gris y regulada en exceso, y que nuestro verdadero y único paraíso es el universo capitalista existente y «corrupto». El compromiso radical emancipador surge de la premisa de que lo que es aburrido es la dinámica capitalista, pues ofrece más de lo mismo bajo el disfraz de cambio constante, y de que la lucha por la emancipación sigue siendo la más audaz de todas las empresas. Nuestro objetivo es defender esta segunda opción.