José Antonio Labordeta - Jardin de la memoria

Ya sé que un día el hombreserá lo que ambiciona, no ser nada JUAN GIL-ALBERT Cuando la infinita luz quede atrapada bajo la mirada de tus ojos, habremos aprendido una lección más, quizás la última, que, como siempre, quedará prendida en la caída vertical del horizonte. Tu voz me suena hoy como la armonía de un pastor perdido en las praderas y, apenas la tomo, huye lejos, tan lejos, que la olvido definitivamente mientras el amanecer cubre de tedio la ciudad asombrada de su propia miseria. Quietos los árboles del paisaje las voces íntimas se refugian en los lejanos hogares olvidados. Todo está como estuvo siempre menos tú y yo, corazón, cansados ya de albergar utopías. Perteneces al crepúsculo brutal de las ciudades; a esa hora justa en que los suicidas denuncian el ahorro cotidiano de los pequeños inversores. Perteneces al humo desolado de los automóviles, al grito indescriptible de la soledad y a la pavorosa lujuria de los números rojos.

Perteneces a casi nadie y te sientes humillado por todos los que han hecho de ti un símbolo local perecedero.

En la orilla del viento los parientes ondean los recuerdos como si fuesen paisajes añorados asomándose a la última ventana del pasillo. Lloran por los retratos epidérmicos de los paisanos y utilizan tretas para permanecer en las alcobas olvidadas Más allá de todo, finalmente, saludan con cortesía a las visitas que huyen por las plazas vorágines aterradas por tanto saludo inesperado. Y cuando crece el tiempo quedo, ese que se inaugura con el canto brutal de las cigarras, los parientes se van hacia la orilla infinita del mar interminable dejándote otra vez perdido en la ciudad cubierta de acertijos. En la quietud el aire tiembla suave como los ojos dulces de mi hija la que sueña con pájaros huyentes. Sobre el fondo tenue de los árboles crecen las interminables despedidas de los amigos.

El corazón duele a cada instante sobre tus ojos ateridos de viento mientras nos olvidamos del silencio máximo de las estrellas

Cuando los labios pueblan el Universo de palabras crecientes como águilas desbandadas la ira de los dioses se esconde entre la mística de los tímidos paisajes del otoño. Vuelven, siempre vuelven, los días esquivos con su larga cosecha de rerugios hundidos en la sombra del mar interminable. Y allí mismo, sobre las olas impregnadas de pájaros emigrantes los labios se quedan para siempre sellados al silencio. Se hace tarde ahora en el otoño cuando navegan nubes hacia el mar y los ojos se estremecen de luces infinitas. Se hace tarde al tiempo que en el corazón de una adolescente crece el ímpetu febril de sus amores. Son las horas que van viniendo dulces las que asediab¡n los ojos del recuerdo. Pequeñas palabras en el aire atemorizan la soledad de los paisajes y el tenue olor a invierno que azota las ventanas. Pequeñas palabras en el aire atemorizan la soledad de los paisajes y el tenue olor a invierno que azota las ventanas.

Las pequeñas palabras -vino, amor, padre, silencio- continúan rodando por los labios como días recién inaugurados.

Te he tomado esta noche como a una delicada hoja de árbol otoñal. Te he tomado suave contra la frente antigua de los antepasados y el amor ha brotado hasta iluminar el silencio cansino de nuestro viejo barrio. Te he tomado como a una dulce sensación nunca acabada. Hermosas las noches en que tu corazón se inunda de gloria y sobre tus ojos veo la luz tan cotidiana de la vida acariciando la vorágine de las urbes. Hermosos los avatares de tus besos cuando apenas si nos queda tiempo para la desilusión Hermoso el silencio crepuscular de nuestros gestos en esos días lentos sobre los que desciende la última nostalgia de la infancia.

Hermoso todo hasta la mano clemente de los desamparados.

Qué modelo de luz hay en tu ausencia cuando convergen sobre ti todos mis días apenas comenzados. Qué modelo de imagen queda fugitiva cuando sobre tu frente amparo todavía la esperanza Qué modelo de lenta lejanía al verte tan cerca cada vez más cercana día a día. Partir un día solo para volver a la infinita sensación de estar creciendo. Regresar a aquel otoño en el que cortamos las cañas del camino para, con su fuego, dar un calor escaso a nuestros cuerpos. Recoger las cenizas la soledad también y hacernos hombres.

Más o menos un film de historias repetidas. * * *

TAIFA/POESÍA Barcelona 1985 José Antonio Labordeta nace en Zaragoza en 1935, en el seno de una familia pequeño-burguesa donde la cultura está marcada por el oficio de su padre, profesor de latín, y de su hermano Miguel, extraordinario poeta. Licenciado en Filosofía y LEtras por la Universidad de su ciudad natal, Labordeta ha desarrollado una personalidad polifacética, hasta el punto de aparecérsenos como un renacentist transplantado al siglo veinte: profesor, novelista, editor, político, periodista, memorialista, actor y cantautor. Esta última actividad le ha proporcionado amplia popularidad en toda España, y casi la categoría de mito en el Aragón cuyas gentes, paisajes y circunstancias tan hondamenteha sabido interepretar y representar. Pero poco o nada sabemos de josé Antonio Labordeta si ignoramos su casi secreto trabajo como poeta. Es en él donde su verdad más profunda, su ser más íntimo, franco y auténtico, se manifiesta en toda la plenitud.

Su primer libro apareció hace más de veinte años: "Sucede el pensamiento". Siguieron sin prisas otros: "Las Sonatas", "Cantar y callar", "Treinta y cinco veces uno", "Tribulatorio","Método de Lectura"... Fiel siempre a sí mismo, reflejando en sus versos cuanto acontece en su interior, tantas veces motivado por los aconteceres de los mundos exteriores (el pequeño nundo que le rodea, como a cualquier ser humano; el mundo más amplio que nos agrede, nos indigna o nos emociona casi siempre), Labordeta rasga el silencio que lucha por apoderarse de todos nosotros con una voz, si no aparentemente tan poderosa y desgarrada como la de sus canciones, sí más reflexiva, más culta, más afectiva y demoledora a la larga. Este "Jardín de la memoria" que hoy nos honramos en presentar avala por sí solo las anteriores afirmaciones. Huérfano de mi alrededory ojo de extrañeza eternainmensos cielos como mi corazón secretourden el día y el ansia de la noche. MIGUEL LABORDETA

la esperanza, el día solitario y la venganza. No tenemos salida con la carga infinita de los muertos. Nos inundan, nos cubren de pesados pasillos, de toquillas de abuelas, de retratos tiernísismos de papá y de mamá recién nacidos.

Tenemos, como el mar, un enorme recuerdo en las espaldas que nos detiene al lado de las playas, las plazas, las viejas catedrales destruidas.

los instantes precisos de tu voz llamándome como se llaman los amantes y no olvidarte nunca a pesar del silencio, la ciudad infinita y el camino. Dejar sobre tu rostro el delicado beso de la aurora y partir. Amor mío, amor mío; qué lejanos ahora aquellos largos besos clandestinos, y qué próxima, en cambio la quietud del otoño en nuestros ojos. llamándome como cuando de niños íbamos hasta el río a merendar. Te vi. Te vi.