© Plutón Ediciones X, s. l., 2020
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I.S.B.N: 978-84-18211-00-3
Introducción
Gibran Khalil Gibran, mejor conocido como Khalil Gibran, fue un poeta, filósofo y pintor libanés, que nació en Bisharri en 1883 en el núcleo de una humilde familia maronita. Durante su niñez se destacó por su carácter tranquilo, su sensibilidad y su gran amor por las artes. Hacia 1896, al deteriorarse la situación de su país, parte de su familia se vio obligada a migrar en busca de una vida mejor, y junto a su madre y sus hermanos viajó a los Estados Unidos, radicándose en Boston, donde el joven Khalil aprendió el inglés, idioma que estudiará con devoción y con el que más tarde se hará famoso.
Sin embargo, él nunca olvidará su lengua materna: el árabe. Durante su adolescencia regresó al Líbano con la intención de estudiarlo y perfeccionarlo, aparte de complementar su educación con estudios de religión, francés, ética, dibujo y literatura. Durante este tiempo, también fundó una revista en la que comenzó a publicar sus primeros escritos.
En 1902, regresa a Boston y en 1906, Khalil Gibran publica Ara’is al-Muruj ( Ninfas del valle ), cuyo título fue traducido al inglés como Spirit Brides ( Espíritus rebeldes ), colección de tres cuentos en los que ya comienza a mostrar su interés por lo místico, lo religioso y la poderosa fuerza del amor. Sin embargo, por razones políticas, el libro fue quemado poco tiempo después en la plaza de Beirut por su contenido “peligroso, revolucionario y nocivo para la juventud”.
Dos años después, viaja a París donde estudia arte y donde es fuertemente influenciado por el movimiento simbolista, uno de los más importantes hacia el final del siglo XIX. Al regresar de nuevo a Boston, Khalil Gibran comienza a publicar sus escritos en árabe en diversas revistas, hasta que finalmente, en 1918, publica su primer libro en inglés titulado El loco , el cual plantea reflexiones espirituales narradas desde la visión de un hombre que se cree trastornado.
Pero son su marcada sensibilidad espiritual y su permanente búsqueda filosófica, las que cinco años después darán como resultado la creación de su gran obra maestra: El profeta.
Este libro es considerado la obra más importante de Khalil Gibran. Fue publicada en 1923 y su primera edición está ilustrada con dibujos realizados por el mismo autor. Algunos biógrafos señalan que esta obra fue escrita originalmente en árabe cuando el joven Khalil tenía quince años y que luego la tradujo al inglés en un lapso de cinco años, no obstante, no hay datos ciertos con relación a esta información.
El profeta narra el diálogo que un hombre sabio mantiene con el pueblo de Orfalese, justo antes de dejar el lugar, después de vivir allí durante doce años. Por otro lado, El jardín del profeta, aunque escrito doce años después, nos ofrece el diálogo que el mismo hombre mantiene con nueve discípulos, después de llegar a su tierra natal, y es la continuación de las reflexiones que sobre la vida y la existencia ha hecho este sabio a lo largo de su vida.
En ambas obras se pueden intuir las fuertes influencias de la Biblia y del Islam, las cuales son parte de la esencia filosófica del autor, y no son solo una invitación a reflexionar sobre los temas y valores fundamentales de la existencia, sino que vale considerar que Khalil Gibran fue el autor oriental que escribió su mayor trabajo en la lengua más importante del mundo occidental, rompiendo la barrera que separaban estas dos culturas, convirtiéndose así en el mayor representante de la cultura oriental en occidente y en uno de los escritores orientales más leídos del mundo.
Khalil Gibran, muere en New York, en 1931 a la edad de 48 años. Sus restos reposan en el Líbano.
Elizabeth G. Cornejo
El Profeta
La llegada de la nave
Al Mustafá, el elegido y el bienamado, quien era igual al amanecer en su propio día, esperó durante doce años en la ciudad de Orfalese el regreso del barco que debía llevarlo de vuelta a la isla donde nació.
Al pasar los doce años, el séptimo día de Ielool —el mes de la cosecha— subió a la colina, más allá de los límites de la ciudad y vio el mar. Y pudo ver su barco llegando junto a la bruma.
Entonces, las puertas de su corazón se abrieron de par en par y su felicidad se elevó sobre el océano. Cerró sus ojos y rezó acompañado por los silencios de su alma.
Pero al bajar de la colina, sobre él recayó una honda tristeza, y pensó así en su corazón:
«¿Cómo podré irme tranquilo y sin pena? No, no dejaré esta ciudad sin una herida en mi alma.
Los días de tristeza que pasé entre sus muros fueron largos y también lo fueron las noches de soledad, y ¿quién puede separarse sin tristeza de su dolor y de su soledad?
Muchos fragmentos de mi espíritu he regado por estas calles y muchos son los hijos de mi anhelo que sin ropaje se mueven entre las colinas. No puedo dejarlos sin congoja y sin pena.
No es un traje lo que hoy me quito, sino mi propia piel, la cual arranco con mis propias manos.
Y no es un pensamiento lo que dejo detrás de mí, sino un corazón ablandado por el hambre y la sed.
Pero, no puedo demorarme más.
El mar, que llama todas las cosas hacia él, me llama y debo zarpar.
Porque permanecer, aunque las horas quemen durante la noche, es cristalizarse y congelarse y ser oprimido dentro de un molde.
De buen grado llevaría conmigo todo lo que hay aquí, pero, ¿cómo podría hacerlo?
Una voz no puede cargar la lengua y los labios que le dieron alas. Sola debe buscar el éter.
Y sola, sin su nido, el águila volará y cruzará el sol».
Entonces, cuando Al Mustafá llegó al pie de la colina, miró de nuevo el mar y pudo ver su barco llegando al puerto y a los marineros —a los hombres de su propia tierra— sobre la proa.
Y su alma los llamó y les dijo:
«Descendientes de mi anciana madre, jinetes de las mareas, cuántas veces navegaron en mis sueños. Ahora llegan durante mi vigilia, que es mi sueño más profundo.
Estoy listo para partir y mis anhelos esperan el viento con sus velas desplegadas.
Respiraré una vez más esta calmada brisa y, amorosamente, veré una vez más hacia atrás.
Y después, marino entre marinos, iré con ustedes.
Y tú, grandioso mar, madre durmiente.
Tú que solo eres paz y libertad para el río y el arroyo. Déjame dar un paseo más en esta corriente, susurrar una vez más en esta cañada.
Y luego, como gota sin límites hacia el océano sin límites, yo iré hacia ti».
Y, mientras caminaba él vio, en la lejanía, cómo hombres y mujeres dejaban sus campos y sus viñedos y se dirigían con prisa hacia las puertas de la ciudad.
Y escuchó sus voces diciendo su nombre y gritando de un lugar a otro, contándose unos a los otros la llegada de su barco.