Boris Izaguirre - Un jardín al norte
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- Libro:Un jardín al norte
- Autor:
- Editor:Barcelona: Booket
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- Año:2015
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Un jardín al norte: resumen, descripción y anotación
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Un jardín al norte — leer online gratis el libro completo
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La apasionante novela sobre Rosalinda Fox, el personaje real que inspiró a María Dueñas para escribir El tiempo entre costuras. Una vida de novela.
Inglaterra (condado de Kent), albores del siglo XX , los padres de la pequeña Rosalinda se separan y ella es enviada a un internado, Saint Mary Rose. Desde ese momento solo verá a su madre en los pocos días de vacaciones. Su padre se ha instalado en la India, oficialmente como agregado comercial, aunque en realidad ejerce como espía. Cuando, en la adolescencia, Rosalinda se reencuentra con su progenitor, se enamora del halo de exotismo que este desprende y le acompaña de vuelta al país asiático, donde se iniciará en el espionaje de la mano del superior de su padre, Mr. Higgs. En la India contraerá matrimonio con un hombre mayor que ella, Mr. Peter Fox, que la deslumbra pero que la abandona al poco cuando su salud flaquea.
De vuelta al Viejo Continente, es enviada a Alemania para recabar información sobre el nacionalsocialismo de Hitler. Allí, un hombre, también bastante mayor que ella, y en este caso español, Juan Luis Beigbeder, la vuelve a enamorar por su inteligencia, cultura y modales. Siempre en la encrucijada entre el amor y la obligación hacia su país, Rosalinda se traslada a Tánger, centro internacional de intrigas políticas y económicas de la época, donde el espionaje y la pasión hacia Juan Luis Beigbeder lucharán por ser lo más importante en su vida en los confusos y dramáticos días de la guerra civil española y en los anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Boris Izaguirre
ePub r1.0
Big Bang 04.01.15
Título original: Un jardín al norte
Boris Izaguirre, 2014
Portada: The Rivals (1928). From an original Paiting by Roy Putt. Historic Car Art
Editor digital: Big Bang
ePub base r1.2
Para Margarita, al norte del sur
BORIS IZAGUIRRE, Caracas, 1965. Su nombre forma parte de la literatura y la televisión en español desde hace más de dos décadas. Escribe la columna «La paradoja y el estilo» en el diario El País, es colaborador habitual de Vanity Fair (España) y de la revista Fotogramas. Ha escrito guiones de telenovelas históricas como «La dama de rosa» (Venezuela, 1986) y ha sido colaborador de programas de televisión como «Crónicas Marcianas» (España, 1997-2005) . Presentador de «Channel Nº 4», actualmente colabora con varios programas de Telecinco. También colabora en el programa «La Ventana» (Cadena SER) y «Herrera en la onda» (Onda Cero).
Su novela Villa Diamante, finalista del Premio Planeta 2007, logró una enorme acogida por parte de los lectores, que la convirtieron en una novela en permanente reedición. Sus otras novelas son El vuelo de los avestruces, Azul petróleo, 1965 e Y de repente fue ayer. Asimismo, es autor de los ensayos Morir de glamour, Verdades alteradas, Fetiche y El armario secreto de Hitchcock. Está casado desde 2006 con Rubén Nogueira.
[1] Los diálogos de este encuentro están extraídos literalmente del libro de memorias de Rosalinda Powell Fox, The Grass and the Asphalt, Harter and Associates, 1997.
LAS APARIENCIAS
ABRIL, 1915
Es más que probable que el haber nacido en abril de 1915 me haya preparado para vivir en una era de continua inestabilidad. El 15 de abril de 1915 mi país, el Reino Unido, y buena parte del continente europeo se despertaban otro día más sumidos en la Gran Guerra, provocada por el asesinato de un archiduque, la invasión de un país llamado Bélgica y la creación de una Triple Entente, donde la Gran Bretaña era aliada de Francia y Rusia.
Todo eso había empezado meses antes de mi nacimiento. Claramente, no podía entender a qué mundo me incorporaba, ni el día de mi nacimiento ni los siguientes años en que mi primera infancia sucedía al mismo tiempo que una guerra. Pero algunos de mis primeros recuerdos, aun sin tener olor de metralla ni la horripilante visión de seres mutilados, sí tienen sensación de zozobra, palabras que no se escuchan bien o de significados novedosos: racionamiento, patrulla aérea, trincheras. Nombres de países que mis padres pronunciaban con dificultad: el Imperio otomano y sus capitales y países, que terminarían fracturados como naciones o con sus ciudades rebautizadas. Sabores que a ellos les resultaban tan extraños como hilarantes, en algunas ocasiones, o tristes, en casi todas: frutas exóticas con semillas entre la pulpa, por ejemplo, o leches de apariencia fresca y rancio sabor.
La guerra para esa niña pelirroja, de inmensos ojos verdes y labios rosados que era yo, fue una prueba para los sentidos. A los malos sabores y a los pequeños ruidos de frases entrecortadas, sollozos mal disimulados, habría que agregar el tacto de esas lanas duras, como si estuvieran cubiertas de cartón, con las que estaban hechos los jerséis casi sólidos que mamá intentaba deslizar a través de mi pequeñísima figura. Y el olor las mañanas de domingo de los huevos con tocineta en la casa del vicario de la parroquia, mientras muchos de sus feligreses se asomaban a la verja de su jardín para aspirarlo y recordar un sabor cada vez más escaso. O la visión triste de una olla muy descascarillada donde mi padre aplastaba con un tenedor lo que sería mi papilla para después, sin lavar el utensilio, poner a hervir una salchicha y media junto a dos patatas muy sucias para él y mi madre. Desafortunadamente, aun sin poder comprobar que lo recordara de esa infancia, ese triste plato, patata hervida y aplastada y salchichas, me ha acompañado muchas veces a lo largo de mi vida, tanto en tiempos de guerra como de paz.
Mi padre, el coronel Ronald Knowles Fox, se incorporó a la lucha sin necesidad de trasladarse más allá de un Londres sitiado: su habilidad para escribir y redactar telegramas le hizo imprescindible en una remota oficina de comunicaciones del ejército que la fuerza aérea acabó convirtiendo en un centro de operaciones. Mi madre, de quien heredé el nombre, Rosalind, decidió quedarse en Twickenhamshire, al norte de Kent, un perfecto pueblo inglés, tan perfecto, tan idílico, que muchas veces mi madre se refugiaba en la casa del vicario para orar pidiendo que a nuestros soldados la fe los guiara y protegiera. Y que ninguna fuerza del mal perturbara la belleza de nuestro pueblo. En varias de esas noches, mientras mi padre se quedaba a dormir en la ciudad, mi madre no tenía más remedio que llevarme con ella a la casa del señor Rogers. En efecto, rezaban, muy vagamente tengo ese recuerdo, sobre todo porque la comida que servían después sí que puedo recordarla como muchísimo mejor que la de nuestra casa. Era muy niña, demasiado, pero ahora que al fin he podido comprender lo que pasaba en esas noches de oración tengo plena conciencia de que, en el recuerdo, escucho jadeos. Gemidos, suspiros, respiraciones, que como niña era incapaz de asumir, de entender. Es en el recuerdo, repito, cuando los escucho. Y de inmediato aparecen los rostros de mi madre y el señor Rogers, besándose y diciéndose cosas, mi madre deshaciéndose de un abrazo del señor Rogers para venir, siempre jadeante, hacia mí, a ver si dormía. Es imposible que con mi edad de entonces pueda constatar si tenía los ojos abiertos y si mi mirada la castigaba o censuraba con su pura inocencia. Es más posible que las dos estuviéramos envueltas, atrapadas, enredadas en una situación, un amor tan sedicioso y violento como la propia guerra.
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