John Micklethwait fue director de The Economist antes de asumir la dirección de Bloomberg News en 2015. Tras estudiar Historia en el Magdalen College, Oxford, trabajó como banquero en Chase Manhattan. En 1987 se incorporó a The Economist como corresponsal de finanzas. Fue nombrado «Editor de editores» por la British Society of Magazine Editors en 2010.
Adrian Wooldridge es editor de management en The Economist y escribe la columna Schumpeter. Anteriormente estuvo destinado en Washington D.C. donde ejerció como jefe de redacción y también escribía la columna Lexington.
John Micklethwait y Adrian Wooldridge son coautores de seis libros: The Witch Doctors, Un futuro perfecto, The Company, Una nación conservadora, God is Back, y La cuarta revolución .
En la mayor parte de los estados de Occidente la desafección al gobierno se ha vuelto endémica. Parece que casi todos estamos resignados a que nada vaya a cambiar, y ello es preocupante. En respuesta a anteriores crisis de gobierno, ha habido tres grandes revoluciones, que a su vez han traído consigo el Estado-nación, el Estado liberal y el Estado del bienestar. En cada una de ellas, Europa y Estados Unidos han marcado el ejemplo a seguir. Ahora estamos en medio de una cuarta revolución en la historia del Estado-nación, pero esta vez el modelo occidental corre el peligro de ser arrinconado.
La cuarta revolución encara la crisis en que estamos inmersos y mira hacia el futuro, haciendo un recorrido global de los estados y figuras más innovadores. En primera línea está el sistema asiático de raíz china, cuyos experimentos con un capitalismo dirigido por el Estado y una modernización autoritaria han desembocado en un increíble periodo de desarrollo. Otras naciones emergentes están produciendo sorprendentes ideas nuevas, desde el programa de Brasil de transferencias condicionadas de renta al intento de la India de aplicar técnicas de producción en masa en los hospitales. Eso no significa en absoluto que en esos gobiernos todo vaya bien, pero lo cierto es que han adoptado el espíritu de reformas y reinvención que en el pasado contribuyó tanto a la ventaja comparativa de Occidente.
El reto no es sólo lograr la máxima eficiencia sino ver qué valores políticos triunfarán en el siglo XXI , si los de la democracia y la libertad o los autoritarios que privilegian el orden y el control. Es mucho lo que está en juego.
John Micklethwait
Adrian Wooldridge
La cuarta revolución
La carrera global para reinventar el Estado
Traducción de
J. M. Martí Font
Título de la edición original: The Fourth Revolution. The Global Race to reinvent the State
Traducción del inglés: J. M. Martí Font
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: mayo 2015
© John Micklethwait y Adrian Wooldridge, 2014
Reservados todos los derechos
© de la traducción: J. M. Martí Font, 2015
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2015
Diseño de portada: © Estudio Pep Carrió, 2015
Conversión a formato digital: gama s.l.
Depósito legal: DL B 7920-2015
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16252-65-7
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización
de sus titulares, a parte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear
fragmentos de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Para:
Tom, Guy y Edward
Ella y Dora
Índice
Introducción
Escondida en un suburbio de Shanghái, cerca del contaminado primer cinturón, la Academia China de Liderazgo Ejecutivo en Pudong (CELAP) parece tener un propósito militar. Hay alambre de púas en las vallas que rodean el enorme recinto y guardias en la puerta. Pero cuando se entra en el campus, a través de la curiosamente llamada calle de las Expectativas futuras, se tiene la impresión de que se entra en un Harvard rediseñado por el Dr. No. En el centro se levanta un enorme edificio de color rojo que tiene la forma de un escritorio, con un igualmente monumental tintero de color escarlata a su lado. En su entorno, en una superficie de unas 42 hectáreas, hay lagos y árboles, bibliotecas, pistas de tenis y un complejo deportivo (con gimnasio, piscina y mesas de ping-pong), y series de edificios de poca altura de color marrón, diseñados para que parezcan libros abiertos, que son los dormitorios. CELAP le llama a esto un «campus», pero está organizado de forma demasiado disciplinada, jerárquica y formal como para ser una universidad. Sus habitantes se acercan algo más a la realidad cuando lo llaman «escuela de formación de cuadros». Es una organización cuyo objetivo es la dominación del mundo.
Los estudiantes de la academia de liderazgo son los futuros gobernantes de China. Los dormitorios, aparentemente igualitarios, esconden en realidad una estricta jerarquía, con suites para los visitantes de mayor rango que llegan de Pekín. Al igual que en otros intentos de obtener la supremacía global, hay un elemento de venganza. Los directores de la CELAP le recuerdan a uno que hace 1.300 años China estableció un sistema imperial de exámenes con el fin de encontrar a los mejores jóvenes para que se dedicaran a la función pública. Durante siglos estos «mandarines» dirigieron el Gobierno más avanzado del mundo, pero en el siglo XIX los británicos y los franceses (y eventualmente los estadounidenses) les robaron su sistema –y lo mejoraron–. Desde entonces la mejor gobernanza ha sido una de las grandes ventajas de Occidente. Ahora los chinos quieren recuperar esta ventaja.
Cuando la academia de liderazgo se creó en 2005, el presidente Hu Jintao expuso su propósito: «Si queremos construir una China moderna y próspera para todos los chinos y desarrollar el socialismo como nosotros lo concebimos, es urgente que pongamos en marcha programas a gran escala para mejorar significativamente la calidad de nuestros líderes». En lugar de centrarse en el adoctrinamiento, como en las escuelas del partido, la CELAP y sus dos hermanas pequeñas en Jinggangshan (CELAJ) y Yan’an (CELAY) han sido diseñadas con criterios prácticos. La consigna es aprovechar las habilidades de cada uno, fortalecer la mentalidad global y mejorar las técnicas de presentación. Todo está destinado a complementar lo que sucede en las escuelas del partido, pero el hecho de que la CELAP tenga su base en Shanghái, mientras que la Escuela Central del Partido está en Pekín, le añade un elemento competitivo. Cuando un estudiante de Pudong explica que la escuela del partido se centra en el «por qué» mientras la CELAP analiza el «cómo», no hay duda de cuál es la cuestión que él considera más importante para el futuro de China. Si la CELAP tuviera un lema, éste podría ser el pareado de Alexander Pope, «Para las formas de gobierno dejad que los locos compitan / el que mejor se administra es el mejor».
Impulsadas por el deseo de «administrar mejor», cerca de diez mil personas al año siguen los cursos de esta escuela, 900 por primera vez. Algunos llegan de oficio: un funcionario que acaba de ser puesto al frente de una empresa estatal, un gobernador al que se le ha encargado dirigir una provincia o un embajador de camino hacia un nuevo destino, son enviados a Pudong para recibir un curso de actualización. (Como agradecimiento, los embajadores deben enviar a la biblioteca un libro que simbolice su nuevo destino. El que envió The Rough Guide to Nepal tendrá que dar algunas explicaciones.) Por lo general, un curso en la academia de liderazgo se ha convertido en un premio muy valorado por cualquier funcionario ambicioso. Todo funcionario chino debe realizar tres meses de aprendizaje cada cinco años, o el equivalente de 133 horas al año. La demanda para los cursos de la CELAP triplica las plazas disponibles. La mayoría de los candidatos proceden de las filas de los subdirectores generales, el cuarto rango más alto del sistema chino.
Página siguiente