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AA. VV. - La idea de comunismo

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AA. VV. La idea de comunismo
  • Libro:
    La idea de comunismo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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La idea de comunismo: resumen, descripción y anotación

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SLAVOJ IEK nacido el 21 de marzo de 1949 en Ljubljana Eslovenia es un - photo 1

SLAVOJ ŽIŽEK (nacido el 21 de marzo de 1949 en Ljubljana, Eslovenia) es un filósofo, psicoanalista y crítico cultural. Es investigador senior en el Instituto de Sociología y Filosofía de Ljubljana, director internacional del Instituto Birckbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres, y profesor de filosofía y psicoanálisis en la European Graduate School. También ha sido profesor invitado en diversas instituciones académicas, como la Universidad de Columbia, la Universidad de Princeton, la New School for Social Research de Nueva York y la Universidad de Míchigan, entre otras.

Žižek escribe sobre una amplia variedad de temas, que van desde la teoría política, la crítica cinematográfica y los estudios culturales hasta la teología, la filosofía de la mente y el psicoanálisis. Se define a sí mismo como «hegeliano en filosofía, lacaniano en psicología y marxista en política». Asimismo, es un destacado referente teórico de la izquierda política actual.

Entre su amplia bibliografía en español se encuentra: El sublime objeto de la ideología (1992), Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock (1994), El acoso de las fantasías (1999), Mirando al Sesgo. Una introducción a Jacques Lacan a través de la cultura popular (2000), El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política (2001), Repetir Lenin (2004), El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo (2005), Bienvenidos al desierto de lo real (2005), Visión de Paralaje (2006), Lacrimae Rerum. Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio (2006), Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales (2009), En defensa de causas perdidas (2011), Primero como tragedia, después como farsa (2011), Filosofía y actualidad. El debate (2012), Vivir en el fin de los tiempos (2013), El dolor de Dios. Inversiones del Apocalipsis (2014).

Capítulo I

La idea comunista y la cuestión del Terror

Alain Badiou

Durante el siglo XIX, la idea comunista estuvo vinculada de cuatro formas diferentes a la violencia.

En primer lugar, la idea iba de la mano con la cuestión fundamental de la revolución. La revolución se concebía —por lo menos a partir de la Revolución francesa— como el acto violento por el que un grupo social, una clase, se despoja de la dominación impuesta por otro grupo u otra clase. Toda la imaginería revolucionaria se centraba —y en gran medida aún se centra— en la violencia legítima por la que el pueblo en armas alcanza el poder. Así, la palabra «comunismo» implicaba la palabra «revolución», en el sentido de una legitimación política e ideológica de la insurrección o de la guerra del pueblo, y, por tanto, de una violencia colectiva dirigida contra los explotadores y sus aparatos policiales y militares.

En segundo lugar, la idea comunista corría pareja con la represión desplegada por el nuevo poder popular contra los intentos contrarrevolucionarios encabezados por las antiguas clases dirigentes. Estos intentos se basaban en lo que quedaba de los antiguos aparatos de Estado. El propio Marx consideraba que era necesario un periodo de transición durante el que el nuevo poder popular, de clase obrera, destruyera completamente lo que quedaba de los mecanismos que constituían el Estado de los opresores. Denominó a este periodo «la dictadura del proletariado». Lo concibió como un periodo breve, desde luego, pero indudablemente violento, como indica la palabra «dictadura». Por tanto, la palabra «comunismo» entrañaba asimismo la legitimación de la violencia destructiva perpetrada por el nuevo poder.

En tercer lugar, la idea comunista fue de la mano —en este caso durante un prolongado periodo de tiempo— de distintos tipos de violencia vinculados con la transformación radical no del Estado, sino de la sociedad en su totalidad: la colectivización de la tierra en el ámbito de la agricultura; la centralización del desarrollo industrial; la formación de un nuevo aparato militar; la lucha contra el oscurantismo religioso; y la creación de nuevas formas culturales y artísticas. En pocas palabras, la transición completa a un «nuevo mundo» colectivo creaba poderosos conflictos en todos los niveles. Había que aceptar grandes dosis de violencia, bajo la forma de coacciones ejercidas en masa, a menudo parecidas a auténticas guerras civiles, sobre todo en el mundo rural. «Comunismo» era a menudo el nombre de algo cuya construcción hacía que esta violencia fuese inevitable.

En cuarto y último lugar, todos los conflictos y dudas acerca del nacimiento de una sociedad completamente nueva, sin precedentes en la historia, se formalizaron como «la lucha entre dos formas de vida»: la forma de vida del proletariado y la de la burguesía, o la forma de vida comunista y la capitalista. Sin duda, esta lucha abarcaba todos los sectores sociales, pero también se propagó con furia dentro de los propios partidos comunistas. En el seno de las nuevas formas de poder se produjeron numerosos ajustes de cuentas. Por tanto, la palabra «comunismo» implicaba una violencia vinculada al control del poder por parte de un grupo estable y unido y, en consecuencia, la liquidación incesante —es decir, las purgas— de los adversarios reales o imaginarios.

Por todo ello se puede decir que la palabra «comunismo» tiene cuatro significados diferentes en relación con la violencia: la violencia revolucionaria, ligada a la toma del poder; la violencia dictatorial, ligada a la destrucción de los restos del antiguo régimen; la violencia transformadora, ligada al nacimiento más o menos forzado de nuevas relaciones sociales; y la violencia política, ligada a los conflictos en el interior del aparato del partido y del Estado.

En la historia real de las revoluciones de los siglos XIX y XX, estos cuatro tipos de violencia están, por descontado, completamente entrelazados, superpuestos, y resultan prácticamente indistinguibles entre sí, como ha sucedido desde la Revolución francesa. Considérese, por ejemplo, el espantoso episodio conocido como «las masacres de septiembre». Una turba guiada por radicales asesinó a la mitad de la población carcelaria de París. En cierto sentido, este terrorífico episodio fue similar al de una sangrienta guerra civil. Sin embargo, como los masacrados eran prisioneros, la culpa recayó en el régimen revolucionario, en el Estado revolucionario. Además, para impedir que estos trágicos incidentes «espontáneos» se repitieran, el propio régimen asumió la responsabilidad de introducir un incremento sin precedentes de las medidas represivas policiales y jurídicas. Un incremento que provocó una violencia política generalizada y genuina, como demuestran las ejecuciones de Hébert y Danton y la liquidación de sus respectivos partidos. Así, las masacres de septiembre fueron sin duda una reacción violenta, motivada por el miedo a la traición, pero el Estado estuvo implicado tanto en sus causas como en sus consecuencias. Se puede decir, por tanto, que en este caso la violencia dictatorial y la violencia sangrienta de las masas estaban entrelazadas, pero que el régimen revolucionario, la política revolucionaria, intentó tener la última palabra.

Por otro lado, la violencia del Estado revolucionario puede ser selectiva en un principio, estar dominada por conflictos internos dentro de las facciones y los partidos dominantes y, más adelante, convertirse en una incontrolable violencia de masas. Esta es la impresión que sacamos de la historia del gran Terror estalinista que tuvo lugar entre 1936 y 1939. Las farsas judiciales fueron la escenificación del ajuste de cuentas entre los partidarios de Stalin y líderes bolcheviques bien conocidos como Zinóviev, Kámenev, Bujarin y muchos otros. Pero, finalmente, ese ajuste de cuentas dio paso a una purga de dimensiones gigantescas que se extendió por todo el país y afectó a cientos de miles de personas que fueron ejecutadas o que murieron en los campos de concentración. Esta purga sin precedentes acabaría llevándose por delante a la mayoría de sus responsables, entre ellos a Yezhov, líder del aparato represivo. En este caso, el Estado central parecía haber lanzado un proceso represivo del cuarto tipo —violencia política ligada a conflictos dentro del aparato central— que acabó convirtiéndose en una purga completa y generalizada y asemejándose a una salvaje guerra civil de exterminio.

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